El Cornelio: Tan lejos tan cerca

Inmerso en pleno bosque esclerófilo, a los pies del cerro El Roble, en la comuna de Olmué, se alza una construcción heptagonal hecha de barro, paja y vigas de roble. Emplazado por las quebradas del Carrizo y Roldán, este verdadero oasis de siete hectáreas tuvo que dormir sesenta años antes de que fuera comprado por Alex Lagos y Anne Schöllhorn, una pareja chileno-alemana que, simplemente, se enamoró del lugar. “Para nosotros, El Cornelio es un sueño de la vida”.

Por Macarena Ríos. / Fotografías Javiera Díaz de Valdés

 Las piedras de granito de canto rodado descansan en el camino a la casa que construyeron al alero de sus sueños. La construcción duró un año y tuvo ayuda de la comunidad.

Para despejar el terreno necesitaron cincuenta camionadas de piedras.

Con la menor intervención posible levantaron un pequeño oasis entre boldos, peumos y quillayes que conforman un precioso parque natural. Una construcción de siete fachadas hecha de barro, madera nativa como roble y pino Oregón y materiales de demolición que trajeron desde Valparaíso, como una gran puerta antigua restaurada que llega al techo y que convirtieron en una cava de vinos.

Es una construcción abierta, de 180 m2, que se abarca con la mirada de una sola vez, dejando ver la amplia sala y la cocina. Una enorme rueda de carreta fue convertida en una ventana circular para dar espacio al sol naciente. En el techo, un tragaluz. “Se trabajó con mucha luz indirecta, aprovechando la luz natural”, comenta la pareja.

Provisto de paneles solares y biodigestores para el reciclaje del agua, el concepto de sustentabilidad es el mismo con el que manejaron Ayca La Flora, el hotel boutique que levantaron en Valparaíso hace un par de años.

El toque original lo otorga un fuelle restaurado que convirtieron en mesa.

Construida por el arquitecto Rodrigo Rogaler, El Cornelio tiene dos habitaciones, con las mismas características del hotel porteño, que invitan a la desconexión, paz y tranquilidad. En cada puerta, reza un letrero: Tierra y Luna.

Sobre la casa, una pequeña terraza panorámica hace las veces de mirador. El escenario perfecto para contemplar la vía láctea por las noches.

JOYA CLANDESTINA

“El Cornelio es nuestro paraíso. Siempre decimos que el terreno nos encontró a nosotros. Era época de pandemia y se nos ocurrió venir por esta zona a hacer un picnic. Había un letrero de “Se Vende” y cada uno le tomó una foto sin saber”, recuerda Anne.

El resto es historia. Decidieron comprar el lugar con la idea de rescatar no solo el bosque esclerófilo, sino también el cactáreo. Con paciencia, fueron recuperando árboles frutales y nativos. Y con el tiempo, volvieron los pájaros.

“En las mañanas te levantas con un concierto de aves. Aguiluchos, carpinteros, picaflores, diucas, chirigües, chincoles”. También han visto cóndores, búhos y codornices.

Dicen que el bosque esclerófilo es una joya clandestina que se tiene que cuidar. “La energía que se respira es increíble. Tenemos que mostrarlo, tenemos que darlo a conocer”.

Y en eso están. Actualmente organizan paseos al lugar bajo el concepto de Full Day, ideal para grupos familiares que buscan esa conexión con la naturaleza. “Ofrecemos un almuerzo de tres tiempos con tres vinos chilenos. El horno de barro rescata la comida tradicional chilena”.

El trekking que ofrecen parte con su proyecto de sustentabilidad que tiene que ver con la reforestación de la palma chilena, “actualmente tenemos un palmar con sesenta palmas plantadas”, para seguir por la quebrada del Carrizo.

“El palmar cumple con el propósito de recordar y perpetuar la memoria de los que ya no están”, explica Alex ante el letrero enterrado en la tierra que dice “Ser Amado”.

El camino centenario, cuyas orillas están salpicadas por astromelias, serpentea entre litres, boldos, peumos y quillayes en flor. Con madera nativa de la zona construyeron un par de miradores rústicos. Una amplia banca permite sentarse con las piernas estiradas para simplemente contemplar la fiesta de la naturaleza. “Abrir los ojos y el corazón para conocer las cosas”, dice Anne, “porque cuando se conoce y se ama algo, se respeta y se cuida”.

El sendero desemboca en la quebrada donde descansan gigantescas rocas de granito. Es el sector de Las Lajas. Alex comenta que lo más seguro es que en esa zona hubo glaciares.

Acá el tiempo no existe.

Anne cierra los ojos y disfruta la suave brisa. “A veces nos refugiamos acá, nos desconectamos, pero también nos gusta compartirlo con la gente. Es un regalo ver cuando se van contentos y desestresados”, comenta Anne.

¿Qué legado esperan dejar?
El amor y el respeto por la naturaleza.

 

Para reservar contactarse  al Hotel Ayca La Flora.
www.laflora-valpo.com
hotel@laflora-valpo.com
(56)9 79725193