La amenaza de Kanagawa

Por Jessica Luna, arquitecta

Katsushika Hokusai

Como un ser vivo que es capaz de manifestar emociones a una escala inigualable para el ser humano, ha sido el mar desde siempre una fuente de inspiración para innumerables artistas. Uno de los trabajos más populares ha sido el grabado del artista japonés: La Gran Ola de Kanagawa, que se ha transformado en uno de los símbolos del arte Nipón.

 Katsushika Hokusai (1760-1849) es uno de los artistas más reconocidos de Japón y un referente del periodo Edo. Su impresionante portafolio constituye una de las expresiones más completas del género artístico ukiyo-e —pinturas del mundo flotante—, grabados realizados mediante xilografía con planchas de madera talladas a mano, en el que se encuadran desde estampas sueltas con paisajes y actores, hasta libros eróticos, álbumes de grabados e ilustraciones para antologías poéticas y novelas históricas. La gran Ola de Kanagawa forma parte de Las 36 vistas del Monte Fuji, publicadas entre 1830 y 1834. Esta es la obra más famosa del artista y supone la cima del grabado paisajista japonés. Sus estudios de pintura europea, particularmente la holandesa, así como el desarrollo de su evidente formalismo y  organización del espacio a través del color y la línea; liberaron a occidente de las restricciones propias de la perspectiva única, encaminándolo al modernismo y trastocando el Impresionismo y el Art Nouveau. Es en 1860 cuando su trabajo llega a Europa, que adquiere relevancia, obsesionando a grandes artistas como Mary Cassatt, Berthe Morisot, Monet, Van Gogh y Degas, entre otros.

La Gran Ola de Kanagawa está compuesta por tres planos de olas distintos, con tres barcas atrapadas en esta agitación y casi en el centro, bajo un cielo amenazante, el Volcán Fuji. Esta pareciera desarrollar en dos planos distintos rimas plásticas ensambladas; el Fuji aparece como un eco de la ola espumeante, ambas detrás de las barcas. A su vez, la imagen esta colmada de curvas que demarcan la superficie del agua que se cruza al ritmo de las olas; algunas, que dentro de las olas se curvan según el empuje vertical y otras en los torsos de las olas y en las laderas del Monte Fuji; todas ellas dominadas por la gran ola que parece se despliega siguiendo una espiral perfecta cuyo centro coincide con el formato utilizado, como si encajara en la proporción áurea o en la espiral de Fibonacci. Así mismo las curvas de la espuma se subdividen en otras curvas, repitiendo cada una de ellas el patrón de la ola madre, como si de ilustrar el infinito se tratara.

Hokusai solo usa tres pigmentos tradicionales diluidos en agua: negro, a base de tinta china: amarillo, de oropimente y azul, del azul de Prusia. Con ellos logra una imagen coloreada y contrastada, evidenciando el lleno de la ola y el vacío del cielo, en perfecta dualidad como en la figura del yin y el yang.

La Gran Ola resulta poderosa, alta y desbastadora. Su composición asimétrica, construida por una clara oposición de movimientos, solo puede conducir a la catástrofe. Atrapar un instante de gravedad y escenificarlo poéticamente, suspendido en el tiempo, es la maestría de Hokusai, manteniendo el suspenso y la angustia, estimulando la imaginación frente a la incertidumbre.