Hace dos años descubrió la grulla e hizo de ella su arte. Doblando papeles unió a toda una comunidad escolar y desde ese día investiga, ensaya y crea a partir de este pájaro de lugares abiertos, que viene cargado de simbolismo. Veintidós pliegues que hoy dan vida a una renovada expresión artística.
Por Carolina Vodanovic/ Fotos Andrea Barceló
Cada 6 de agosto —el mismo día en que EE.UU. lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima—, miles de grullas de papel llegan hasta el Parque de la Paz en esa ciudad nipona, y son colgadas junto a la figura de Sadako Sasaki, una niña japonesa que tras enfermar de cáncer producto de la radiación, rogó a los dioses por su sanación y comenzó a hacer mil grullas de papel, con el anhelo de curarse. No lo logró, pero sus amigos y familiares continuaron su labor y desde ese día, en el mundo entero, las grullas son consideradas símbolo de esperanza, longevidad y paz.
María José De Laire sabía de esta historia y le hizo sentido cuando, hace dos años, en el colegio de sus hijas —The Grange School—, dos alumnos enfermaron de cáncer. “Como comunidad escolar decidimos hacer algo transversal a todos los credos, y ahí salió la campaña de las mil grullas. Nos organizamos, hicimos volantes, pendones, nos reunimos en la cafetería del colegio, enseñamos a hacer grullas, se armaron grupos de voluntarias… en dos semanas, y con la participación de todos, hicimos tres mil quinientas grullas. Fue realmente maravilloso”.
Fue así como esta psicóloga se reencontró con su veta artística y desde este pájaro de patas largas, cargado de simbolismo, empezó nuevamente a crear. “Una vez terminados los murales, donde cada niño del colegio colgó una grulla e hizo su aporte, seguían quedando muchas grullas; entonces decidí hacerles un regalo a estas dos familias. En bastidores empecé a agruparlas e hice dos cuadros cuya idea era que tuvieran un recuerdo de este lindo momento de generosidad que habíamos tenido en nuestra comunidad”.
Generosidad que, sin duda, parte por casa y que María José replica cada martes, desde hace tres años, cuando a través de la Corporación Abriendo Puertas, imparte un taller de manualidades para las reclusas de la cárcel de mujeres de San Joaquín. “Siento que tengo que retribuir las muchas oportunidades que me ha dado la vida, y esta es una manera; me siento honrada de poder ayudarlas, para ellas es un taller de manualidades y obvio que lo valoran en tanto están presas, pero yo salgo con el pecho inflado”.
VEINTIDÓS PLIEGUES
María José recuerda que estando en el colegio tomó cuanto curso de arte existía: de color, de apreciación, de figura humana, y que si bien al momento de escoger la carrera, y aconsejada por su madre, se decidió por psicología, nunca abandonó su pasión. “Hice un postítulo en psicoterapia infanto-juvenil y siempre trabajé con niños. Siempre usando el arte como vía de entrada y buscando generar un vínculo perfecto a través de distintos materiales plásticos. Cuando veía niños con rasgos obsesivos, les pasaba pliegos grandes de papel. La idea era que se atrevieran a pintar; al principio era algo muy contenido y estructurado, y en el proceso, a medida que avanzaba la terapia, se iban soltando y eran capaces de manchar, de usar brochazos gruesos, grandes, lo que tiene una correlación directa con lo que está pasando dentro del niño, con su mundo interno”.
Sin embargo, sus dos hijas comenzaron a crecer y hace tres años decidió cerrar la consulta para pasar más tiempo con ellas. Casualidad o no, surgió la posibilidad de ayudar en el colegio y pudo desde su formación, y teniendo al arte como principal elemento, impulsar esta campaña. “Fue absolutamente inesperado, fue un descubrimiento saber que podía usar estas grullas, un elemento tan potente y emotivo, para crear. Me di cuenta de que con esto yo podía hacer arte, fue como una vuelta de mano de la vida”.
Hoy María José (@arte.cotedelaire), con varios miles de grullas en el cuerpo, y tomando como base el producto final o parte de este proceso que consiste en plegar —siguiendo un patrón—, veintidós veces un papel de formato cuadrado, crea en su taller, en MAP 3, y va componiendo e interviniendo cuadros, móviles, collares y volúmenes coloridos. “Se trabaja básicamente con papeles y dado que acá no es fácil conseguir tanta variedad, me compré una impresora y comencé a imprimir distintos tipos de texturas, muestras de alfombras, imágenes de la naturaleza”.
Reconoce que lo que más llama la atención de su trabajo es la tridimensionalidad, la composición y el contraste. Dado que las tintas se degradan con el tiempo, usa un spray U.V. que protege el color; para las intervenciones utiliza bases de acrílico, al igual que pintura acrílica, e interviene la composición con resina, folia o simplemente pintura.
Apegada a los colores cálidos, aunque reconoce que deja escapar uno que otro tono frío de manera intencionada, persigue una composición abstracta, que cada uno vea lo que quiera ver. “Este es un proceso emotivo, me gusta ir experimentando, ir descubriendo cosas nuevas, por de pronto estoy probando mini esculturas, voy jugando con los tamaños. Durante este año quiero seguir investigando y centrarme en seguir produciendo lo que me gusta; no tengo muchas ambiciones, por ahora simplemente disfruto mucho lo que estoy haciendo”.