La artista Lucía Larenas se propuso visibilizar la historia de Chuquicamata y su gente, a través de un precioso libro ilustrado. En sus ochenta páginas, Rexcorriendo Chuquicamata relata no solo una aventura por un pueblo que no quiere pasar al olvido, sino que rescata parte de sus mitos urbanos y tradiciones.
Por Macarena Ríos R./ Fotografías gentileza Lucía Larenas M.
“Los chuquicamatinos vamos a desaparecer, pues desde 2007 ninguno más pudo nacer”. Así parte el libro de esta ilustradora oriunda de Concepción y que, tras una breve estadía en Calama, vivió en el campamento minero junto a su familia.
“Este libro surge de la necesidad de contarle a mis hijos cómo fue el lugar donde yo crecí y la importancia que tuvo para el desarrollo de Chile en el siglo XX”, cuenta. “Quiero acercar a la gente a la historia de Chuquicamata, preservar la memoria histórica. Si no lo transmitimos nosotros, que fuimos los últimos chuquicamatinos, ¿quién?”.
Lucía creció en Chuquicamata. “En esa época uno se sentía tremendamente importante. Era común escuchar “Chuquicamata mantiene Chile”, “gracias al cobre, Chile ha crecido”. Yo estaba muy orgullosa de pertenecer ahí. Tremendamente orgullosa”.
¿Cuáles fueron tus primeros recuerdos?
Los juegos infantiles en el Campamento Americano. Recuerdo que eran metálicos, muy bien hechos, de piezas recicladas. Había helicópteros, cohetes, trenes, era el paraíso. Lo otro que me llamaba la atención es que era muy limpio y ordenado. Había mucho viento y no se veía a nadie en la calle. Era muy solitario. La gente en el mineral tiene una vida más encerrada. Recuerdo que cuando no había viento, había emergencia, porque no se limpiaba el aire y el nivel de toxicidad del humo te dejaba la boca amarga, tenías que estar adentro de la sala y no podíamos hacer deporte. A nosotros, cada año, nos revisaban las uñas para analizar el arsénico acumulado.
¿Cómo era tu vida?
Fui feliz desde que llegué a Chuquicamata, me sentía segura y tranquila.
HISTORIA MINERA
El 31 de agosto de 2007 se declaró el cierre de Chuquicamata, después de noventa y dos años de funcionamiento. El acelerado crecimiento de la mina, acercó peligrosamente las áreas de desperdicio a su emblemático campamento, haciendo imposible la convivencia entre ambos.
Pero hubo gente que se quedó, como don Alcides Lira, dueño del emporio La Verbena, cuya interpretación del Viejo Pascuero quedó inmortalizada en la retina de grandes y chicos. Yo de acá no me voy, dijo, he estado toda mi vida aquí. Y se quedó hasta mediados del 2008. “El viejo se quedó sin agua y sin comida y los hijos le subían cosas desde Calama. Fue una suerte de rebeldía. Al final terminó yéndose también”, cuenta Lucía.
Y ahí quedó el campamento. Abandonado. “Cuando empezamos a ver que estaban enterrando a Chuqui y que iba a quedar totalmente bajo tierra fue muy fuerte para nosotros. Imagínate que enterraran el lugar donde viviste y creciste”.
El “entierro” del histórico hospital Roy E. Glover fue uno de los primeros indicios de lo que vendría.
“Cuando lo analizas antropológicamente, el hospital es la cuna de una ciudad, las guaguas nacen ahí, entonces cuando tu entierras el hospital estás acabando con el lugar. Era un hospital que todos querían mucho, con las últimas tecnologías, algo que no existía en la época. Cuando lo enterraron fue como un pisotón, nadie lo pudo entender en su minuto”, relata.
“Desde el 2015, Chuquicamata está protegido como Patrimonio Nacional, pero no está recibiendo grandes aportes monetarios que permitan su mantenimiento y eso es un peligro”.
REXCORRIENDO CHUQUICAMATA
Durante un tiempo, Lucía masticó la idea sobre la manera en que iba a transmitir la memoria de este pueblo minero, a la gente y a los niños. ¿Lo haría a través de la voz de un niño?, ¿de ella misma? Finalmente resolvió que la voz narrativa fuera Rex, la copia de feliz de su propio perro, quien a través del relato recorre Chuqicamata en busca de su familia humana. “El libro lo hice pensando en los niños, porque ellos son el futuro. Quería que fuera un libro de recuerdos, un compendio de imágenes de Chuqui. Me gustaría que llegara a todo Chile, para que sepan lo que fue este pueblo, y conocieran la vida de un mineral de cobre”.
¿Cómo te nutriste para hacer el libro?
Me documenté a través de varios escritos para hacer mi libro. Los historiadores contemporáneos te invitan a que mires la historia de la creación de Chuquicamata en el contexto de esa época, 1915, en que las leyes laborales y sus regulaciones en el resto del país contrastaban con las de este asentamiento minero. Por algo mucha gente trataba de irse a trabajar allá. En mis averiguaciones conversé con uno de los chuquicamatinos más antiguos, quien me contaba que los estudios de su papá habían sido financiados íntegramente por su jefe gringo que creyó en él y que lo ayudó a surgir. Hay una visión muy sesgada de parte de los primeros historiadores con respecto a Chuquicamata”.
La última vez que Lucía estuvo en Chuquicamata fue en el 2004. “Me dio mucha pena ir, porque ya se veía muy abandonado, ya habían dejado de pintar las casas, el viento había causado sus estragos, y estaba todo cubierto de arena. Mi casa de ese tiempo hoy es una oficina”.
¿Qué pretendes lograr con este libro?
Valorizar Chuquicamata, heredar la memoria a los niños, dimensionar lo que significó para la economía nacional y llamar la atención del Ministerio de Conservación de Monumentos a que pongan más ojo. Si no le ponemos suficiente atención a Chuquicamata, corre el riesgo de terminar sus días como una salitrera, en que su restauración demanda tantos recursos que al final no será factible.
¿Cuál es tu sueño?
Que se establezcan rutas turísticas en Chuquicamata, porque actualmente está cerrado como campamento, ya ni siquiera se pueden hacer visitas. Para el lanzamiento del libro, me puse en contacto con la Corporación para la Conservación de la Cultura Chuquicamatina, en Calama, a través de Fredy Legua, quien me ha ayudado mucho. Mi anhelo es recatar este tremendo patrimonio y contribuir con un grano de arena. En Chile cuidamos tan poco y olvidamos tan rápido.