Desde el corazón del Valle de Casablanca, la cuarta y quinta generación de la familia Kingston mantiene vivo un legado centenario que mezcla agricultura, vino, historia y una experiencia enoturística reconocida mundialmente. Una viña boutique que ha sido reconocida por Tim Atkin y en los premios Best of Wine Tourism Awards 2025 de Great Wine Capitals.
Por María Inés Manzo C. / Fotografía Javiera Díaz de Valdés
En el extremo más costero del Valle de Casablanca, en la zona de Las Dichas, se levanta Kingston Family Vineyards, un proyecto íntimo y con raíces que se hunden más de cien años en la historia agrícola de la familia Kingston. Lo que comenzó en 1906 con la llegada de un ingeniero minero estadounidense —el bisabuelo del actual patriarca, Michael Kingston, quien, aunque está retirado, sigue presente— derivó en un campo de lechería, agricultura y, más tarde, en un viñedo pionero en la plantación de cepas tintas en un valle reconocido por sus blancos.
Hoy, a veintisiete años de las primeras plantaciones en 1998, la viña boutique celebra una nueva etapa de crecimiento impulsada por las nuevas generaciones. «Para mí es un orgullo enorme ver que la cuarta y quinta generación siguen involucrándose en este proyecto familiar. Mi hija Courtney, fundadora de Kingston Family Vineyards, tuvo la visión desde un comienzo. Apostó por plantar en los cerros, por cepas que en Casablanca casi nadie consideraba, y abrió camino para que Kingston se transformara en una viña distinta. Y ahora ver a Hanna, mi nieta, a sus veinticinco años viviendo aquí, trabajando día a día, mostrando la historia y el espíritu de este lugar, me emociona profundamente. Nada de esto ocurre por obligación; lo hacen porque quieren, porque sienten la conexión con el fundo. Saber que el legado continúa en sus manos es una de las mayores alegrías de mi vida», señala Michael Kingston.
EL VALOR DE LA TIERRA
«Esta tierra tiene un valor enorme para nuestra familia. El clima, la escasez de agua y el trabajo en los cerros nos enseñaron desde temprano a respetar el lugar y a cuidarlo para que pudiera mantenerse en el tiempo. Sin esta tierra no habría vino, no habría historia. Todo lo que hacemos en Kingston —desde las uvas hasta la experiencia que vive cada visitante— nace de entender que este valle costero es el corazón del proyecto y que debemos preservarlo para los que vienen», cuenta Michael Kingston.
Con vinos exclusivos, una bodega boutique, un restaurante con productos locales y el reconocimiento de Great Wine Capitals 2025 por paisaje y arquitectura, Kingston Family Vineyards es un proyecto que honra el pasado sin dejar de mirar el futuro. Hoy Hanna Kingston, quien lidera el área de hospitalidad, turismo y experiencias, recibe a los visitantes para vivir una experiencia completa.
¿Cómo ha sido para ti asumir un rol activo en esta empresa familiar?
Ha sido muy especial. Cuando llegué hace dos años no conocía todos los detalles del proyecto y ha sido muy emocionante descubrirlos desde adentro. Acá recibimos gente de todo el mundo, y poder mostrarles este lugar, los vinos y nuestra historia es un orgullo. La tierra lleva más de cien años con nosotros y ver cuánto ha crecido el proyecto me motiva a seguir aportando desde mi área.
La viña comenzó vendiendo uvas, ¿cómo fue ese tránsito hasta convertirse en bodega?
Partimos con una pequeña plantación y sin intención de hacer vino, solo producir uvas. Pero con el tiempo hubo demanda y, sobre todo, interés por nuestros tintos, que en ese entonces eran muy poco comunes en Casablanca. Hoy tenemos bodega, salón de experiencias, casa de huéspedes y distintos espacios que han ido creciendo porque los visitantes lo pedían. Y eso habla bien de la calidad del vino y de la experiencia.
Casablanca es reconocido por sus blancos, pero ustedes fueron pioneros en tintos. ¿Cuál dirías que es el sello de la viña?
Sin duda, el Pinot Noir. Fuimos de las primeras viñas en Casablanca en plantar esta cepa en el año 2000, cuando no era común en Chile. También apostamos temprano por Syrah y Merlot, que en ese tiempo eran más propios de valles cálidos. Hoy muchas viñas ya los trabajan, pero nosotros fuimos pioneros, y ese espíritu innovador sigue presente.
EXPERIENCIA TURÍSTICA
“Somos una viña familiar y queremos que quienes nos visitan se sientan parte de nosotros. Todo es muy privado, muy personalizado. Partimos con una copa de rosé de bienvenida, hacemos el tour por la bodega y la historia, y luego vienen las degustaciones o el almuerzo de cinco tiempos, siempre con productos locales. Si alguien quiere una experiencia especial, tratamos de adaptarnos. Esa flexibilidad es parte de nuestra esencia”, cuenta Hanna.
El restaurante ha sido muy comentado, ¿cuál es su propuesta?
Trabajamos con ingredientes de Casablanca y alrededores con quesos locales, aceite de oliva de la zona, verduras frescas. La cocina busca contar historias y conectar el plato con el lugar y los vinos. Por eso el menú de cinco tiempos con maridaje ha sido tan bien recibido.
El almuerzo propone un recorrido que marida cada plato con un vino especialmente elegido para realzar sus sabores. La experiencia comienza con la frescura del CJ’s Barrel Sauvignon Blanc, que acompaña ensaladas cítricas o sashimi de vidriola. Luego, el CJ’s Barrel Pinot Noir se une a croquetas, patés rústicos o vegetales, equilibrando textura y notas ahumadas. En el tercer tiempo, el Sabino Chardonnay ilumina preparaciones como tártaro de atún, estofado de conejo o versiones vegetales llenas de carácter. El Lucero Syrah se reserva para el plato principal, maridando a la perfección con congrio, filete o un risotto de hongos. Para cerrar, el Pangaré Merlot acompaña postres que van desde mousse de calabaza con sopaipillas hasta sorbetes frescos, completando una propuesta pensada para resaltar cada ingrediente según su temporada, con opciones vegetarianas y veganas disponibles
¿Qué tan importante es el equipo chileno que trabaja aquí?
Fundamental. Excepto la familia, la mayoría del equipo es chileno. Muchos son de Casablanca y llevan años con nosotros. Tenemos gente en bodega hace casi veinte años; en cocina hay chefs de Chile, Venezuela y Argentina. Esto es una mezcla muy enriquecedora.
La casa patronal y la Guest House son parte importante del proyecto, ¿planean abrir hospedaje?
Sí, pero paso a paso. Mi tía Courtney siempre dice que primero caminamos y luego corremos. La casa es preciosa, para diez personas, y podría convertirse en alojamiento en unos años más. Por ahora queremos perfeccionar la experiencia en el salón y seguir creciendo de manera orgánica.
Actualmente realizan eventos, matrimonios… ¿Qué se viene para el 2026?
Queremos crecer en eventos privados y corporativos. Trabajamos con el crucero Silversea, que cada dos años trae 180 personas; es nuestro evento más grande. También seguimos con los Master Class para estudiantes de MBA, una tradición que empezó con Courtney.
SELLO ENOLÓGICO
En cuanto a reconocimientos, el primer gran hito llegó en 2021, cuando Tim Atkin destacó a Kingston Family Vineyards como una de las viñas emergentes más interesantes del Valle de Casablanca, otorgando puntajes sobre 90 a su Pinot Noir y Syrah. Cuatro años después, en su Reporte 2025, volvió a reconocerlos con nuevas puntuaciones sobresalientes —especialmente para nuestros Pinot Noir y Chardonnay—, consolidándolos como un referente del valle costero.
«Para nosotros es fundamental preservar la esencia del lugar. Las Dichas es la zona más costera y fría de Casablanca, con maduraciones lentas y una acidez natural que marca mucho el carácter del vino. Por eso tratamos de cosechar en el punto justo y tener vinificaciones respetuosas, sin excesos ni maquillajes. Usamos acero inoxidable, huevos de concreto y distintas barricas según la variedad, siempre buscando equilibrio entre origen y enología. Queremos que en cada botella se sienta el carácter del valle, pero también la mano de quien lo elabora; que el vino tenga identidad, historia y delicadeza», cuenta Andy Campana, enólogo de Kingston Family Vineyards.
“Durante años en Chile se insistió en vinos muy pretenciosos, difíciles de combinar y con reglas demasiado estrictas. Nosotros buscamos lo contrario: vinos frescos, elegantes, con buena acidez y alcoholes moderados, que puedas tomar solos o acompañar desde una tabla sencilla hasta un pescado, pastas o pollo. El Pinot Noir y el Syrah evolucionan muy bien en este estilo, y hoy incluso estamos experimentando con Malbec y Cabernet Franc, pensando en el cambio climático”, agrega.
“Siempre hemos respetado la tierra. No somos ciento por ciento orgánicos, pero buscamos sostenibilidad. En invierno entran más de cien caballos a la viña, ayudan a limpiar el pasto seco y aportan nutrientes a la tierra. También usamos compost de la lechería familiar. Son prácticas que mezclan lo agrícola con lo vitivinícola, y que cuentan parte de quienes somos.
Somos una familia que cuida la tierra para las próximas generaciones y que invita a quienes nos visitan a ser parte de esa historia. Nada aquí es al azar, todo tiene dedicación y corazón”, concluye Hanna.
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