Lejos de demonizar la tecnología, la batalla de Carolina apunta a la regulación del uso de los smartphones. En sus charlas, con evidencia científica contundente, una buena dosis de humor y su inseparable amigo “Mr. Brain”, no solo derriba mitos, sino que explica, con peras y manzanas, acerca de la adicción que producen las pantallas interactivas en los cerebros en desarrollo y cómo incide en su salud mental. “Es saber qué tecnología, con qué fin y para qué edad. O sea, ¿yo le paso un tablet a mi hijo, para que programe un robot o para que me deje de molestar y vea monos? Esa es la pregunta que me tengo que hacer”.
Por Macarena Ríos R./ Fotografías Javiera Díaz de Valdés y gentileza entrevistada.
El martes cinco de marzo, a las tres de la tarde, una Carolina Pérez vestida de blanco y azul y peinada con una cola de caballo, expuso ante la Comisión de Educación del Congreso acerca del daño que producen las pantallas interactivas en niños y adolescentes. En solo diez minutos, con datos duros, gráficos y estudios científicos contundentes, demostró lo que viene diciendo hace años: que los smartphones son una herramienta maravillosa, pero para cerebros maduros, no una plataforma de educación.
“Queremos que nuestros niños sean creadores de tecnologías, hoy día nuestros niños son simples consumidores. La última prueba PISA es decidora: Chile es país número tres del planeta donde los adolescentes de quince años se distraen en las clases por el hecho de estar cerca de sus celulares”, les dijo. “La única forma que tiene el cerebro de aprender es con los cinco sentidos y con otro ser humano que me mire, que me enseñe y que me invite a volar más alto”.
“Todos los smartphones, todas las aplicaciones, todas las redes sociales, todos los videojuegos son diseñados para generar adicción. Solo en la ciudad de Nueva York hay cuarenta y cinco clínicas de rehabilitación para la adicción a las pantallas donde atienden a niños desde los ocho años. Acá no tenemos ninguna”.
¿MISIÓN IMPOSIBLE?
La tildaron de exagerada, de “espanta viejas”, de talibana, de la loca de la neurona. Pero Carolina jamás claudicó, jamás dio pie atrás. Todo lo contrario. Mientras explicaba el daño de entregar un smartphone a un cerebro inmaduro e incapaz de autorregularse, aprendió a hacer limonadas.
Desde el living de su casa, comenta que hace seis años le dijeron que prohibir el uso de los celulares en los colegios sería una misión imposible, pero ella prefirió creerle a Da Vinci e hizo suya la frase “todo es posible”.
Habla fuerte, con vehemencia, con ganas, con pasión. Y también con optimismo, porque la lucha que comenzó hace seis años está dando frutos. Ya son varios los colegios del país que, dentro de su reglamento, están prohibiendo el uso de los smartphones en las clases y recreos. “Mientras países desarrollados como Holanda, Suecia, Francia e Inglaterra prohíben por ley el uso de celulares en los colegios, acá en Chile, el MINEDUC recomienda un uso pedagógico y didáctico del teléfono celular”, posteó recientemente. “Ojalá los ‘comités de expertos’ que asesoran a colegios se dieran el tiempo de leer a gente que estudia, publica libros y se la juega por la salud mental de nuestros hijos”.
En Inglaterra hablan, incluso, de legislar para que solo los mayores de dieciséis años puedan acceder a redes sociales.
Antes de la pandemia ya augurabas que habría colas para siquiatras y sicólogos infantiles por la adicción que generarían smartphones. ¿Lo que está pasando hoy es un tapabocas?
El 2006, cuando todavía no existían los smartphones ni las tabletas, ya se estaban haciendo los prototipos en universidades como el MIT. Mis profesores sicólogos de Harvard decían “nosotros no sabemos cuáles van a ser los efectos de tener todo el día estos aparatos en el bolsillo, pero creemos que va a provocar daño”. Comencé a leer, a estudiar, a comunicarme con gente de la Facultad de Medicina de Harvard y ellos comentaban que estaba generando adicción y que iba a quedar la escoba.
El 31 de enero marcó un precedente en el Congreso de Estados Unidos, cuando el senador Lindsey Graham increpó al director de Meta, de tener “sangre en las manos” por comercializar un producto que vulneraba la seguridad en niños y adolescentes. ¿Lo ves como un precedente para que en países como Chile se empiece a legislar en esta materia?
Esa audiencia la vi en vivo y duró tres horas y cuarenta minutos. Yo comía cabritas en mi pieza mirando esto, porque, honestamente, lo esperaba en cinco años más. The Wall Street Journal, en septiembre del 2021, hizo una investigación excelente que está online. Ellos fueron a las oficinas de Meta y se dieron cuenta que quienes estaban detrás de Instagram sabían que lo que estaban haciendo iba a ser dañino, pero lo hicieron anyway. Contrataron a neurólogos, a siquiatras, para entender cómo funcionaban estos circuitos de recompensa, lo que significaba el botón de like, los hashtags; estaba todo fríamente calculado y ellos lo sabían y se forraron de plata a costa de los niños.
¿Qué te parecieron las declaraciones de la UNICEF frente al uso de pantallas móviles como “un potente recurso para la educación”?
Cuando lees papers tienes que saber quiénes son los investigadores que están detrás y quién financia esos estudios como política de transparencia y credibilidad. Hay miles de estudios que son pseudo académicos. Salió uno que decía que jugar videojuegos les hacía bien a los niños, compré el paper, lo imprimí y me di cuenta de que Huo Family Foundation había financiado el estudio, una empresa china que dentro de sus filiales tenía compañías de video juegos y eso para mí no es válido. Esos son los papers que salen en la prensa cada cierto tiempo y la gente se queda solo con el titular, no investigan más allá. Es cosa de mirar en la página web de UNICEF, y quiénes la financian: Apple, Google, Telefónica, entre otros. Y ahí te preguntas, si hasta este organismo está financiado por compañías tecnológicas, ¿quién nos va a defender?
LA IMPORTANCIA DE LA ÍNSULA
Hija de Víctor Pérez, exvicerrector de la Universidad de Chile y de Carmen Stephens, fundadora de los jardines infantiles Helsby y Goldfish Preschool, su vida siempre ha estado ligada a la educación.
Su teléfono no suena. Tampoco las notificaciones. Y cuando llega a su casa, lo deja cargando en el primer piso.
“La tecnología es buenísima, pero uno tiene que saber qué tecnología, con qué fin y para qué edad. Nosotros, los adultos, tenemos madura nuestra corteza prefrontal del cerebro, que es la encargada de la autorregulación. Yo como adulto puedo decir: «llegando a la casa apago el celular y me conecto con mi familia». Los niños no pueden”.
Según la OCDE, los alumnos necesitan cuatro destrezas claves para vivir en este siglo XXI: creatividad, innovación, ser resolutivos y tener pensamiento crítico. ¿Cómo estamos en nuestro país?
Los buenos colegios de Chile no le pisan ni los talones a los colegios públicos de la OCDE. Porque esas destrezas no se desarrollan frente a una pantalla. El uso de las redes sociales tiene que ser en forma consciente, no porque estás aburrido esperando la micro. Cuando la gente se queja de los niveles de ansiedad que están teniendo hoy los adolescentes es porque carecen de esas destrezas sociales y de aprender a resolver problemas. En la última entrega de la prueba PISA, el 39% de los alumnos chilenos no llega al nivel 1. No comprende ni el título de lo que lee. Estamos adormeciendo a nuestros adolescentes para que no quieran leer, para que no quieran estudiar y lo que más tristeza me da es la falta de propósito, que es lo que más se repite cuando converso con los siquiatras: adolescentes que no saben qué hacer con sus vidas, que no saben quiénes son y no saben qué cosas los hacen felices. Entonces si un adolescente no sabe ser feliz, ¿dónde va a buscar esa felicidad?
Admiradora de Gastón Soublette, “¡hice todos sus cursos dos veces!”, comenta que se enamoró de la neurociencia en Harvard. “Lo encontré un mundo fascinante. Había doctores de la Escuela de Medicina que decían “nosotros no sacamos nada con saber cómo aprende el cerebro, cómo aprende a leer un niño, si no se los explicamos a ustedes para que transformen sus prácticas pedagógicas y les enseñen a los papás. Y eso a mí me cambió la vida”.
Hace una pausa breve, brevísima. “Hay algo que se llama principios. Cada cual tiene que ayudar desde su lado y eso es lo que estoy haciendo desde la educación: abrir los ojos”.
“Los papás no entienden que el cerebro adolescente es un cerebro maravilloso, pero muy vulnerable y muy sensible. He visto demasiados casos de intentos de suicidios, de niños en terapia siquiátrica producto de las redes sociales y me da mucha pena, porque se pudo haber prevenido. Y esto está pasando en todos los colegios de Chile y en todos los estratos. Hoy está la escoba. La diferencia son los papás, que están comenzando a estudiar las consecuencias y a dar la pelea. Cuando entienden la evidencia científica, aplauden. Mis charlas en los colegios se llenan, pero hay que explicarlo de manera amable porque los papás sienten culpa, se bloquean y no te escuchan. Uno tiene que ir con Mr. Brain, meterle un chiste entre medio, hacerlo como una especie de stand up comedy para que realmente se abran y quieran entender. Y ojo, no sientan culpa, porque ningún papá quiere dañar a su hijo. Es porque no lo sabían y por eso necesitamos el apoyo de los padres”.
La sicóloga forense Mary Aiken, cuya vida inspiró la serie CSI Cyber, considera que hay una relación directa entre el uso de la tecnología y los bajos niveles de empatía y la sensación de insatisfacción que hoy tantos jóvenes experimentan.
Mary Aiken hace rato que lo viene diciendo y, ojo, que ella asesora a la Europol. Hay una parte pequeña del cerebro que se llama ínsula, que es la responsable de la compasión y la empatía, “la oficina de ser buena persona”, como les digo a los niños. Cuando alguien se cae en la calle, se iluminan mis neuronas de la ínsula y yo ayudo. Los doctores no saben por qué, pero todo este mega loop de cortisol y dopamina que provoca el uso excesivo de pantallas, genera que la corteza cerebral no madure correctamente y las neuronas de la ínsula mueran. Ahí uno entiende por qué los adolescentes hacen cyberbulliyng, ahí uno entiende la cero compasión de los españoles al violar a una mujer entre cinco, ahí uno entiende por qué los niños se quedan dormidos en clases, tienen problema de concentración, de control de impulsos, están teniendo tics faciales, están bajando las notas y, lo más terrible, están modificando sus cerebros de una manera nunca antes vista. ¿Qué tipo de sociedad vamos a tener con niños empantallados y desconcentrados producto de los smartphones?, ¿sin neuronas en la ínsula?
“Hoy día existe toda la tecnología, la inteligencia artificial y la automatización para que estas mismas empresas, a través de la cámara, hagan un screaming de la cara, un chequeo de datos y se den cuenta de que es un menor de edad quien está detrás de esa pantalla y se bloquee todo acceso a la pornografía, por ejemplo. Aiken dice que este reconocimiento facial está para proteger a los niños, pero que las compañías tecnológicas no lo van a usar a menos que los países se los exijan por ley. Justamente lo que le dijeron a Zuckenberg en el Congreso de Estados Unidos: “Nosotros tenemos el poder para cerrarle su negocio, pero no queremos hacerlo, queremos que usted restringa, ponga filtros y todo lo que haga falta. No queremos privar de tecnología a nadie, queremos cuidar a los niños y adolescentes de contenido que sabemos, y está demostrado, que les hace mal. A medida que las tecnologías avanzan, así debieran hacerlo las leyes. Para regular y proteger”
LÍDERES DE LOS RANKINGS EQUIVOCADOS
“Estamos en los top ten de consumo de pornografía. Ya han salido varios sexólogos que dicen que adolescentes de dieciocho años tienen disfunción eréctil, porque se han educado con pornografía violenta y que para excitarse necesitan llegar a un nivel de dopamina tal que una mujer de carne y hueso no le puede dar. No me gusta leer de pornografía, pero he tenido que hacerlo para poder capacitarme y conversarlo con mis hijos. Ayer hablaba con una terapeuta que me decía que ver porno —y el porno que se muestra en redes sociales es porno violento—, para niños chicos equivale a abuso sexual. ¿Cómo rehabilitas a ese niño?”.
Carolina se ha quemado las pestañas, ha leído más de setenta libros especializados y una “tonelada de papers” con el solo afán de correr el velo y entender la delgada línea roja.
“Si un adolescente de catorce años está estudiando decodificación y está programando yo lo aplaudo. Por algo en Silicon Valley la computación y todo lo que es pantalla entra a los trece años, pero los años previos son educación al aire libre, aprender tres idiomas, aprender a tocar instrumentos musicales, leer libros en papel, desarrollar pensamiento crítico, y cuando ese cerebro es un cerebro inteligente, creativo, innovador, le enseño programación, robótica, codificación. El problema es que acá en Chile le pasamos el tablet en la cuna y ese cerebro no se desarrolla”.
“Mi mamá siempre cuenta que ella sabía cómo lo habíamos pasado en el colegio según cómo entrábamos a la casa, según los pasos que dábamos. ¡Eso es saber leer a tus hijos! Pero para aprender a leerlos necesito tener tiempo para ellos desde guagüitas. Yo también sé reconocer en mis hijos cuando han tenido un mal día, están tristes o les pasa algo, en sus ojitos, en su postura corporal, aunque todavía no lo logro con sus pasos (ríe). Para ellos ha sido difícil navegar en este mundo de pares donde son los únicos sin smartphones. Pero los veo contentos, los veo confiados. Han tenido que desarrollar destrezas que serán claves para su vida”.
Cuando va al supermercado con sus hijos, Carolina les hace un desafío bien particular: que busquen la botella que tenga más grados de alcohol. “Me sirve para conversar qué significan esos grados de alcohol y qué efectos producen en las personas. Yo educo en el consumo de alcohol, hablo abiertamente con ellos, pero no doy alcohol. Yo educo en el tema de las drogas, cada vez que aparece una nueva droga, veo el diario y les explico a mis niños. Yo educo, pero no doy. Y eso es lo que se ha malentendido con la tecnología”.
“A un niño inteligente, despierto, querido, confiado, le pasas cualquier tecnología y en un día la aprende. Mis hijos fueron mis conejillos de india. En pandemia vieras cómo se peinaban con Zoom y Google Classroom. No es necesario pasarle una pantalla a una guagua para que después entienda de computación. Para que un niño sea creador de tecnología necesita creatividad y pensamiento crítico. Es más, yo estuve en Dinamarca antes de la pandemia y me mostraron todo un set de juegos de madera para programar porque es un proceso lógico y el hecho de hacerlo con juegos y material didáctico es perfecto”.
Actualmente está escribiendo su segundo libro que trata sobre redes sociales y salud mental en adolescentes. “Es duro. Me duele escribir, me duele. Así como le decían a Zuckenberg que tenía sangre en las manos, yo siento que sangro cuando escribo, pero sé que va a ser útil. Es un libro que duele pero que da esperanzas”.
¿Qué sientes con la cantidad de mensajes que te llegan a tu cuenta de Instagram?
La gente me saluda y agradece con tanto cariño, que siento que valió la pena hacer kétchup y limonada con todo lo que me tiraron, pero nunca me afligí, porque había una evidencia científica detrás con las fotos de lo que les pasa a los cerebros de los niños que me entregaron en Harvard. Puede que aquí no quieran entenderlo, pero con una mamá que por escucharme cuide a su hijo, me doy por pagada.
¿QUIÉN ES CAROLINA PÉREZ STEPHENS?
Educadora de Párvulos y Licenciada en Estética de la Universidad Católica de Chile
Máster en Educación de Harvard University
Directora de Starfish Preschool
Columnista
Autora de Secuestrados por las pantallas. Una adicción en niños, niñas y adolescentes
Realiza capacitaciones y asesorías a colegios, empresas e instituciones educativas