MISIONES DE ESPIONAJE. NETFLIX
Esta serie aborda siete casos reales, protagonizados, mayoritariamente, por servicios secretos estadounidenses y naciones aliadas a Washington, como Gran Bretaña e Israel, durante los años de la Guerra Fría y ciclos posteriores. Por ejemplo, la intervención en Afganistán post 11S para derrotar a los talibanes, denominada Operación Jawbreaker. Los agentes, con la libertad que da el retiro y la perspectiva del tiempo, revelan los entresijos de la política internacional, los tipos que hacen el trabajo sucio, los clandestinos dentro de los servicios secretos. Esos efectivos que, tal como en Misión imposible, el gobierno negará si son descubiertos.
Los nombres de las distintas misiones parecen títulos de filmes hollywoodenses de acción: Causa Justa, La Ira de Dios, Proyecto Azorian y Operación Pimlico. También se aborda el intento de asesinato al papa Juan Pablo II, en 1981, por parte del sicario turco Ali Ağca, libre en la actualidad, el principal entrevistado de un capítulo que involucra a la KGB y agentes búlgaros en el Vaticano. La Santa Sede es descrita como un hervidero de espías en los ochenta.
Un punto de partida para comprender cualquier documental e investigación en general, radica en la imposibilidad de abarcarlo todo. Suena de Perogrullo, pero es uno de los principios para defender eventuales flancos de la labor. En ese sentido, el ejercicio de esta serie no involucra las contrapartes, sino que se presentan los casos en una lógica de buenos contra malos, como si la política internacional funcionara en blanco y negro, más que una zona dominada por grises. Estados Unidos interviene por el bien de la humanidad y la libertad, no debido a sus intereses. Asimismo, se revela que una de las molestias del bloque soviético en la era Reagan, fue la retórica del presidente actor que denominaba como “imperio del mal” a las naciones tras la Cortina de hierro, llegando a aseverar, públicamente, con estudiado dramatismo, que prefería ver a sus hijas muertas antes que sometidas al comunismo.
Por otra parte, queda en claro que el espionaje poseía todos los elementos retratados por la cinematografía —el riesgo, la frialdad, la complejidad de los operativos y dispositivos—, menos el glamur sugerido en la pantalla grande.