Tras un cierre de temporada marcado por conciertos memorables junto a la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil —en escenarios como el Teatro Aula Magna de la USM en Valparaíso y el Teatro Municipal de Viña del Mar—, y en paralelo a la celebración de los setenta años de la Filarmónica en Santiago, Paolo Bortolameolli culmina un fin de año especialmente intenso. Ad portas de asumir oficialmente como director titular en enero, profundizó sobre la creación de nuevas audiencias, el rol positivo de las redes sociales y su convicción de que la música debe democratizarse desde la infancia.
Por María Inés Manzo C. / Fotografía Javiera Díaz de Valdés / Agradecimientos Temporada Artística USM Valparaíso
Su agenda siempre está ocupada, entre conciertos y actividades pareciera que no descansa. Pero Paolo Bortolameolli es un apasionado y hoy vive de lo que más le gusta: la música. Consolidado como uno de los directores chilenos más influyentes de su generación, a sus cuarenta y dos años se ha convertido, también, en una de las voces más activas en la promoción cultural del país.
Aunque reconoce que debe darse más espacios de descanso, también admite que su impulso creativo es difícil de frenar. Las ideas aparecen constantemente y él quiere ejecutarlas todas. “Sí, soy obsesivo (ríe). Pero la verdad, más que obsesión, es entusiasmo, una urgencia vital por compartir lo que amo. Lo que me sostiene es el público. Ver las salas llenas, la emoción de las familias, los jóvenes tocando… es un motor muy fuerte”.
Estudió piano y dirección en Chile —en la Universidad Católica y en la Universidad de Chile— y luego perfeccionó su formación en Estados Unidos con un Master of Music en Yale y un posgrado en el Peabody Institute. Su exitosa carrera lo ha llevado desde ser director asociado de la Filarmónica de Los Ángeles hasta orquestas en Europa y América (en 2026 asume como Artistic Partner de la Orquesta Filarmónica de Medellín). Comunicador incansable, hoy también es cocreador del podcast Música para masas, donde distintos estilos tienen un espacio de encuentro.
AUDIENCIAS CONECTADAS
“Despedir la temporada de la Orquesta Sinfónica Nacional Juvenil (OSNJ), con Divertimento de Bernstein a Shostakovich, en el Teatro Municipal de Viña del Mar fue bien especial y de alguna forma simbólico, porque yo nací en Viña. Cuando uno ve al público hacer fila desde temprano, para un show gratuito, te das cuenta de por qué hacemos esto. Ese gesto, de personas que renuncian a su tarde para asegurarse un asiento, reafirma la convicción de que la música clásica sí moviliza, sí convoca y sí emociona, cuando se la libera de etiquetas y se la comparte con honestidad”.
En Valparaíso dirigiste Scheherazade en el Teatro Aula Magna de la USM ¿Cómo viviste ese concierto y el encuentro con el público regional?
Teatros como estos son una joya, un privilegio. La calidez del sonido, la cercanía de la sala y la atmósfera vibrante hacen que cada obra cobre un color distinto. Y Scheherazade, con su narrativa sensual y su orquestación exuberante, encontró ahí un hogar perfecto. Cuando una sala responde así, los músicos lo sienten y se genera una conexión muy fuerte. Además, el público regional tiene una fidelidad preciosa. En cada concierto de la Temporada Artística en que he participado, veo familias completas, niños, jóvenes, adultos mayores… y eso te habla de una conexión profunda con el arte.
Tu relación con la OSNJ ha marcado este año, ¿Qué sientes por esta generación de jóvenes músicos?
Admiración. Para mí dirigir a la juvenil es algo único, que no se parece a nada más. Es una generación nueva, están descubriendo el repertorio y cada programa es formativo y marcador. Están en una edad muy particular, donde todo lo que se aprende queda tatuado. La adrenalina del escenario, la preparación intensiva, las primeras grandes obras. Muchos músicos jóvenes cambian la vida de su entorno familiar. Cada concierto es una celebración. Hay flores, abrazos, lágrimas. Y eso te recuerda que la música no es un abstracto, es un acontecimiento humano.
En escena te vemos casi como un profesor que presenta, explica y conecta, ¿De dónde nace esa forma de comunicar?
Cada cosa que explico en el escenario busca liberar la música, acercarla. No es una clase, es una conversación, se da de manera natural. Cuando los jóvenes entienden lo que tocan, lo tocan mejor. Y cuando el público entiende lo que escucha, escucha mejor. Es una cadena virtuosa donde todos ganan: músicos más conscientes y audiencias más conectadas.
SINCRONÍA PERFECTA
El concierto aniversario por los setenta años de la Orquesta Filarmónica de Santiago, el pasado 5 y 6 de diciembre, no fue solo un evento de celebración, sino una declaración de principios. Para Paolo, asumir la Filarmónica en este momento histórico es casi una sincronía perfecta. “Siento que llego a un teatro que está absolutamente alineado con la visión que yo tengo de lo que debe ser el futuro de la música”, confiesa.
Y en esa línea, su proyecto no busca romper la tradición, sino expandirla. “La Orquesta Filarmónica tiene una historia hermosa, un sonido consolidado. Mi tarea es aportar nuevas miradas sin perder ese ADN. Es un equilibrio entre herencia y presente. Honrar lo construido, pero con la mirada puesta en una audiencia que cambia y exige nuevas experiencias”.
El próximo año estrenarás nuevos formatos…
Sí, Living Filarmónico busca mostrar los ensayos de verdad. La gente quiere saber cómo se construye la música. Es fascinante ver a una orquesta detenerse, ajustar, volver a intentar. Esa intimidad tiene un valor propio. Y Sub30 es una experiencia pensada para hacer del teatro un espacio amigable, no solemne. Un joven no necesariamente quiere ir a un teatro donde siente que no pertenece. Si la experiencia cambia, cambia la percepción del arte. Un DJ, un ambiente relajado, un ritual distinto. No es bajar el nivel, es cambiar la puerta de entrada. Y eso, para una generación que vive la cultura de forma distinta, puede ser transformador.
PARA MASAS
“Música para masas se ha convertido en un puente entre mundos. Es súper espontáneo… lo bonito es que la gente se da cuenta de cuánto tienen en común la música clásica con el rock, por ejemplo”. El podcast ha permitido que muchas más personas descubran al Paolo conversador, curioso, cercano. No al director en traje, sino al músico que dialoga con guitarras, pianos y anécdotas junto al periodista y director de Radio Futuro, Rainero Guerrero. Ese formato íntimo ha logrado lo que él siempre busca. Demostrar que la música clásica no es un arte lejano, sino una energía profundamente contemporánea. “Lo que más me sorprende es la transversalidad de la audiencia. Hay jóvenes, familias, melómanos, gente que nunca había escuchado un concierto completo”, comenta.
¿Cómo ves el diálogo entre distintos estilos musicales?
Los cruces entre estilos son naturales y necesarios. Para mí, Beethoven puede ser tan rockero como cualquier banda, y una sinfonía de Shostakóvich tiene una energía tan potente como la de cualquier expresión musical actual. Por eso digo que el concepto de “género” es, finalmente, una frontera inútil, la música se mueve por intensidad y emoción, no por etiquetas.
Lo que une a la música no es el estilo, sino la intensidad emocional con la que se interpreta. La música urbana, el reguetón, el pop, el rock… todos nacen del impulso de decir algo, de mover algo en otros. Y ese impulso es idéntico al que llevó a Beethoven a escribir sus sinfonías o a Nikolái Rimski-Kórsakov a componer Scheherazade.
Cuando niño tu papá te llevó al Teatro Municipal de Santiago a conocer al director de orquesta. Hoy tú estás en ese podio, ¿Qué significa cumplir ese sueño?
Ha sido bello y emotivo… Me siento muy agradecido. No puedo evitar pensar en ese niño de siete años que miraba todo con asombro. Y ese asombro sigue presente hoy… no se ha ido, solo se ha transformado.
Por otro lado, también valora profundamente trabajar con músicos de su generación. “Es bello ver cómo crecimos, cómo cada uno tomó caminos distintos y ahora nos volvemos a encontrar para crear”. Esa red de afectos y colaboraciones —como su rol en Clásica no Convencional, red de conciertos que busca llevar la música clásica a nuevas audiencias a través de lugares no tradicionales— refuerza su convicción de que la música no es un camino en solitario, sino que es una comunidad que avanza junta.
Eres un defensor ferviente de la educación musical desde la infancia, ¿Qué cambios crees urgentes?
La música necesita tiempo. Tiempo para escuchar, para emocionarse, para estar presente. Por eso creo que la educación artística debe ser transversal, no un complemento. Que los niños visiten museos, teatros, salas de concierto como parte natural de su formación.
También considero fundamental enseñar a los niños a lidiar con el aburrimiento. El aburrirse es una puerta creativa. Cuando no tienes estímulos inmediatos, aparece la imaginación. En un contexto donde la hiperestimulación limita esa posibilidad, la música —con su capacidad de expandir el mundo interior— se vuelve más necesaria que nunca.
En ese contexto, para mí las redes sociales terminan siendo súper positivas cuando las veo como un multiplicador del mensaje, como un megáfono cultural. Este ecosistema permite invitar a conciertos, explicar conceptos, repetir ideas y formar pequeñas comunidades que se vuelven voceras espontáneas del arte. Eso nunca había existido antes.
www.instagram.com/paolobortolameolli





















