Una aventura invernal a través de fiordos, auroras, bosques y lagos. Un viaje por Finlandia, Suecia y Noruega que la fotógrafa Andel Paulmann define como inolvidable por la sublime belleza de sus paisajes, la omnipresencia de la naturaleza y el cuidado y respeto que se observa hacia ella. De otro mundo.
Texto y fotografías Andel Paulmann M.
“Recuerdo la primera vez que vi una fotografía de un bosque nevado finlandés el 2016. Fue amor a primera vista. Sentí que me llamaba, que debía conocerlo, caminar entre sus árboles, sobre la nieve que los alfombraba. Siempre pensé que no necesitaría salir de Chile, que aquí estaba toda la belleza que necesitaba, pero no lograba sacarme de la cabeza esos bosques cubiertos de nieve.
Poco después, vi en internet, por casualidad, el aviso de un viaje fotográfico a Laponia, cuyas atracciones principales eran los bosques congelados de Finlandia, las auroras boreales (uno de mis sueños) y Lofoten, una zona de Noruega que también me había cautivado en fotos. Y a un precio bastante económico. Sentí que ese viaje era para mí, aunque fuera un viaje organizado por franceses y yo no hablara su idioma. Ellos, los franceses, nunca entendieron cómo di con su aviso. Era la primera vez que hacían un viaje fotográfico y yo la única extranjera que se estaba inscribiendo. Me acompañó mi pareja de entonces, el médico y fotógrafo de naturaleza Rodrigo Gazmuri.
¿Imaginan un país cubierto de bosques? El bosque se funde con pueblos y ciudades, te acompaña constantemente mientras recorres este bellísimo país. Es emocionante pararse en lo alto de una loma y ver sólo bosques, lagos y lagunas hasta el horizonte. Así fue nuestra impresión de Finlandia, el destino inicial de nuestro viaje por Laponia.
PALOSAAREN
Llegamos a Kuusamo al norte de Finlandia, a pocos kilómetros de Rusia, una tarde invernal, después de tomar tres vuelos desde Chile. Se suponía que los cielos estarían cubiertos todos los días de nuestra estancia en Finlandia, pero aquella noche vi unas estrellas al salir de un supermercado, así que a pesar del cansancio del vuelo, decidimos ir en busca de auroras fuera de la ciudad.
Cerca de Ruka nos salimos de la carretera para poder ver bien el cielo. Ver auroras por primera vez es algo mágico, estábamos muy emocionados. Si la actividad magnética es baja pueden parecer nubes, pero si es alta se mueven con una rapidez impresionante y es como si bailaran por el cielo. Así fue esa noche. Vimos las auroras más espectaculares de todo el viaje, moviéndose con tal rapidez que era difícil captarlas en una fotografía.
La noche estaba muy oscura y recién al terminar de obturar veíamos si habíamos compuesto bien como para realizar una segunda toma, pero a menudo la aurora ya se había desplazado a otro sector del cielo. Con veinte grados bajo cero se me helaban los dedos una y otra vez (usé guantes sin dedos para poder operar la cámara) y tenía que calentarlos de alguna forma para poder volver a sentir los controles en la oscuridad.
El segundo día nos llamó la atención no ver renos en los bosques. Al preguntarle a una pareja de turistas, estos nos comentaron que lo mejor era visitar una granja de renos, porque en invierno, los renos libres corren peligro de ser atropellados por vehículos de esquiadores. Así conocimos la granja Palosaaren, un emprendimiento familiar maravilloso con gran cantidad de renos. Los líquenes constituyen el manjar más preciado para estos animales. Gracias a su desarrollado sentido del olfato encuentran alimento durante todo el año cuando están en libertad. Sus cascos se extienden en invierno para que puedan caminar bien sobre la nieve.
Los renos tienen distintas personalidades, en las granjas los separan por edad y por sexo. Los granjeros trabajan las pieles y hacen hermosas artesanías con las astas.
Al tercer día nos encontramos con los franceses. Éramos ocho fotógrafos, siete hombres y yo.
Juntos recorrimos Laponia en una van de este a oeste, conociendo parte de Finlandia, Suecia y Noruega. Alojábamos en cabañas. Casi todas las noches salíamos en busca de auroras boreales. Fuimos muy afortunados, pues el grupo que llegó después de nosotros no vio ninguna en los nueve días que duró el viaje fotográfico.
LAGOS Y FIORDOS
En Suecia lo más interesante que visitamos fueron los lagos congelados en el Parque Nacional Stora Sjöfallet. Caminábamos sobre ellos por horas fotografiando el hielo en todas sus expresiones. Como seguíamos con temperaturas de alrededor de veinte grados bajo cero, el hielo era muy grueso. En los bordes se resquebrajaba por la forma en que se suele expandir con los cambios de temperatura. Mientras yo exploraba sola otra área del lago (asustándome a ratos por los crujidos de la masa de hielo), dos integrantes del grupo cayeron por agujeros de hielo, uno de ellos fue Rodrigo. Se quebró cuatro costillas con el golpe contra un canto, pero ese día aún no lo sabíamos. Como estábamos en medio de la nada, no podíamos llevarlo a un doctor todavía.
Esa tarde se quedó descansando en el lodge, mientras los demás retornamos a los lagos congelados para fotografiar el atardecer. Tras varias horas fotografiando regresamos entumidos a la van, pero esta no encendía y no teníamos cómo avisar al lodge que necesitábamos ayuda. Un vehículo de repuesto recién podría llegar en unas ocho horas desde Finlandia, pero con ese frío no resistiríamos más de dos. Después de bastante tiempo logramos comunicarnos con Rodrigo por wasap (con el teléfono de uno de los franceses) y él salió a buscar ayuda. Al día siguiente pasamos a un hospital camino a Noruega, donde confirmaron el pronóstico y definieron el tratamiento a seguir.
Luego de otro largo viaje fue espectacular asomarnos a los fiordos noruegos al atardecer y ver el mar por primera vez después de tantos días allá. Era fascinante la combinación de montañas, mar, nieve y auroras. Los puertos se veían hermosos cubiertos de nieve y en varios llamaban la atención grandes estructuras de madera de las que colgaban pescados al aire libre. Los noruegos exportan estos pescados deshidratados a países como África, donde los preparan en sopas.
Alojamos sobre palafitos en el puerto de Ballstad. Lofoten tiene muchas playas idílicas con montañas nevadas. En invierno los únicos que las visitan son fotógrafos que vienen de todas partes del mundo. Hay que tener mucho cuidado con el hielo, ya que en las noches no lo ves hasta que resbalas en él. Lo ideal es andar con crampones de goma sobre los bototos.
Me encantaron los tres países por la sublime belleza de sus paisajes, por la omnipresencia de la naturaleza y el cuidado y respeto que se observa hacia ella. Admiré cómo los habitantes salen a recorrerla sin importar las bajas temperaturas. Los parques nacionales están abiertos y no se cobra entrada, pero además casi no existen cercos que impidan el paso en el resto del territorio. Disfruté el invierno y el silencio, dos de mis compañeros favoritos de viaje”.