Ciencia es la observación y comprensión de principios y procesos, probando lo descubierto. Arte, la acción creativa que se vale de todo lo que la naturaleza ha dado. Arte y ciencia se unen en el conocimiento que es previo a toda disciplina: el saber o certeza en su estado seminal.
En India se le dice Veda (“ver claramente”) a la percepción lúcida y poética que une ciencia y arte en un solo pensamiento. Monumentos, esculturas, jardines, decoración; literatura, arte, música, toda la riqueza de la Humanidad abriga un secreto misterioso que seduce el ojo artístico y la mente científica. La creación es ciencia y arte porque está en armonía con la Creación. Así, por ejemplo, la música de Mozart, o de Bach; o el folclor de cada pueblo. Y es que todas esas están construidas con las mismas claves y ritmos que tiene también el oleaje del mar o el follaje al viento; que está en cantos de ballenas o en danzas de insectos.
La arquitectura de la naturaleza no es racional, pero tiene orden. Las abejas construyen panales usando siempre medidas exactas. Los corales siguen un diseño matemático; las caracolas poseen patrones precisos, igual hoy que en la era paleozoica. Cuando Leonardo da Vinci observó el vuelo de las aves e intentó crear ingenios aéreos, todo su ser estaba en sintonía. Su mente aguda y manos diligentes llevaron al dibujo lo que a la naturaleza le tomó millones de años. Leonardo sincronizó su conciencia con las dimensiones del universo. Y no fue el primero. Ya los escultores griegos —como Fidias— habían utilizado proporciones que daban al ser humano su lugar en la creación. Ese raciocinio se le nombra con la letra Φ (“Fi”, o phi, en honor a Phidias). También se le llama “proporción áurea”: la relación y expresión geométrica que se halla en toda cosa viva: nervaduras de hojas, ramas, flores; en la música silenciosa de aromas y colores. Magna estética de la naturaleza basada en la proporción áurea que sigue la secuencia expansiva llamada Serie de Fibonacci; que si no es esa serán los Números de Lucas, u otros aún no descubiertos. Cuando brota una hoja, o una flor, un pequeño número de células se multiplica en espiral como si el tronco girara siguiendo estrictamente la proporción áurea. Cada giro es proporcional y económicamente perfecto, de manera que flores u hojas siempre reciben el máximo de luz sin taparse entre ellas. Brotes, flores, plumas de aves, escamas de peces, estrellas en el cielo. Todo ciclo de materia o energía sigue pautas y estructuras. Es la sinfonía de la Vida que trata de lograr lo máximo con mínimo esfuerzo, ocupando un espacio preciso en el menor tiempo.
Dijimos que Veda es el saber o certeza en su estado seminal. En la India, ya de tiempos históricos, se compuso una serie de obras hechas con las mismas claves, secuencias y estructuras mencionadas; y de seguro contiene todas las que faltan por descubrir. El Rig Veda, libro antiguo de himnos a las deidades, es antes que nada una especie de manual para poner a punto la estructura de la conciencia, para que aflore el Conocimiento. ¿Cuál Conocimiento? El que hace ver claro y entender todo lo que se está percibiendo: el arte y la ciencia del cosmos. Es tan prodigioso cómo lingüísticamente se confeccionó el Rig Veda, que se asemeja a cualquiera de los fenómenos mencionados. A medida que se expande (se lee), se amplía como si fuese una semilla que da origen a brotes, ramas, flores, frutos, hasta conformar un bosque. Por eso, la literatura “Védica”, que ya he mencionado en esta columna sobre Asia, cubre todos los temas, abarca todo saber.
Sin pretender abrumar, he hecho esta introducción a esta temática inagotable, porque la próxima columna Asia dónde vamos, la dedicaré a un comentario sobre el Canon Oriental de Arquitectura Sagrada o Manasara, una síntesis de las infinitas posibilidades de la imaginación.