Dominique Salvador: Pintar el alma

retratista hiperrealista

El nivel de detalle que logra en sus cuadros es asombroso. En cada pincelada, esta artista ecuatoriana, afincada en nuestro país, no solo recrea un rostro a imagen y semejanza de la fotografía que descansa a un costado del lienzo, sino que retrata algo mucho más profundo. “El retrato es un reto maravilloso, porque no solo se trata de un parecido físico, sino de una profundidad intangible que se debe captar en la pintura. Se trata de pintar el carácter, la personalidad, el temperamento, el entorno de una persona. Se trata de pintar el alma… y eso lo encuentro bellísimo”.

Por Macarena Ríos R./ Fotografías Javiera Díaz de Valdés

Dominique tiene una belleza clásica, lo mismo que su arte. Sus cuadros —de gran formato— visten cada pared de su casa. La gran mayoría son retratos vívidos, llenos de detalle, que a simple vista parecen una fotografía. Rostros de hombres, mujeres y niños que miran con una claridad absoluta desde el lienzo, como si en algún minuto fueran a cobrar vida.

La artista no solo dibuja, interpreta. Cada línea es una declaración de admiración por lo humano. La piel respira, los ojos relucen, las comisuras de los labios, los pliegues que cuentan historias. Su talento radica en detener el tiempo justo en ese microsegundo donde un gesto dice más que mil palabras.

Porque eso es lo que hace Dominique: hiperrealismo.

Hija de arquitecto y diseñadora textil, el arte siempre estuvo presente en su vida. “Mi padre era un gran dibujante y tenía una enorme sensibilidad; mi madre, un increíble sentido estético. Ambos crearon el ambiente perfecto para querer dedicarme a esto, porque más que una opción, el arte es mi gran pasión”.

Esa fascinación de la que habla devino en la carrera de artes plásticas en la Universidad San Francisco de Quito, “la instancia perfecta para descubrir y explorar distintas técnicas”: pintura, joyería, fotografía, modelado, escultura en piedra, en yeso, en madera, entre muchos otros. Pero fue en la pintura donde encontró su leit motiv y dijo “aquí es”. “Me di cuenta de que la pintura era mi camino… lo que fue perfecto porque al llegar a Boston, debía elegir una sola hebra y estudié Pintura e Historia del Arte”.

Aunque había sido aceptada en Road Island School of Design, en Providence, optó por ir a Boston University, “una opción mucho más académica y de oficio”.

No fue fácil, como tampoco lo fue el ser mujer y artista, como me contará más adelante. Llegó en un momento en el que el figurativismo no tenía mucha cabida; menos el retrato. “Pero no haberla tenido fácil me ayudó, eventualmente, a mantenerme firme en mis convicciones, a luchar por lo que quería y, finalmente, desarrollar el que ahora es mi lenguaje: el hiperrealismo”.

REPORTERA DEL MUNDO

Finalista un par de veces en ARC Salón de España, sus obras se han paseado por Beijing, Hong Kong, Beirut, San Petersburgo, Boston y Quito.

“El retrato va mucho más allá del parecido físico o una transmisión de imagen. Yo creo que el retrato implica una profundidad mucho más grande, esa parte no tangible que trato de capturar y de interpretar en un medio bidimensional”.

¿Qué te inspira?
¡La vida me inspira!… La gente, los colores, los sabores y los olores. Amo la diversidad del planeta, las culturas, las sociedades, los paisajes, la naturaleza, los animales, el mundo entero.

¿Cómo es el proceso de creación?
La fotografía es un instrumento fundamental para poder hacer mi trabajo; nadie hoy en día tiene el tiempo de posar durante tantas horas. Por lo mismo, fotografío intensamente a la persona hasta encontrar su expresión típica, y desde aquello, pinto durante meses, dependiendo del formato de la obra. A veces, realizo dibujos que son más espontáneos y los hago a partir de escenas en vivo o de fotografías casuales de teléfono con menor resolución.

¿Tienes referentes?
Muchísimos, hay obras que me inspiran y complementan, como las de Lucian Freud, Claudio Bravo, Hernán Cortés, Antonio López García, Egon Schiele, Miriam Escofet, David Kassan, entre tantos otros.

“Me costó partir, ganarme un puesto y la credibilidad, combatir tanto prejuicio, fue difícil”, dice.

¿Por qué?
Yo creo que por todos los estereotipos que existen en la sociedad. El medio artístico en Ecuador estaba acostumbrado a que los artistas debían ser hombres y de edad para ser buenos y reconocidos. Yo tuve muchísima suerte, pero tuve que trabajar incansablemente para poder abrirme mi propio camino y lograr estar donde estoy ahora.

La suerte de la que habla tiene nombre y apellido: Edgar Carrasco, un gran pintor ecuatoriano que la apadrinó de cierta forma. “Fue él que más me ayudó a entrar en el medio cuando recién empecé a pintar. Y hasta hoy es un gran y querido amigo”.

¿Qué es para ti ser artista?
Es una forma de vivir. Es vivir con una enorme sensibilidad, es un reto y un regalo… También un compromiso y una necesidad.

¿Cuál es el mensaje detrás de tus obras?
Quisiera ser una reportera del mundo… retratar tantas almas como me sea posible, de diferentes condiciones, culturas, países y experiencias. Quiero hablar de las personas que uno deja de ver, pero que son parte de nuestro cotidiano, pintar la belleza en la que ya casi no nos fijamos.

¿Por qué los retratos?
Me parece que el retrato es un reto maravilloso, porque no solo se trata de un parecido físico, sino de una profundidad intangible que se debe captar en la pintura. Se trata de pintar el carácter, la personalidad, el temperamento, la historia, el entorno de una persona. Se trata de pintar el alma… y eso lo encuentro bellísimo.

Estos últimos años, Dominique los ha dedicado a pintar casi exclusivamente como retratista a pedido, mientras trabaja en sus series personales. Como la de los hombres marroquíes, que la inspiraron durante una estadía en Marruecos por casi cinco años, o la serie de niños ecuatorianos —que llamó Ecuador anónimo en una de sus exposiciones—. Actualmente está trabajando en una serie inspirada en Iraq, donde visitó algunas ciudades y campos de refugiados de guerra.

Un pequeño homenaje a esos ciudadanos del mundo que busca poner en la palestra, para que volvamos a mirar con nuevos ojos, para que no nos olvidemos que somos un crisol de razas e historias que merecen ser contadas. Y pintadas, claro.