Ayca La Flora: Refugio porteño

En el corazón de Valparaíso, incrustada sobre la piedra del antiguo fuerte Concepción y justo bajo el histórico Paseo Atkinson, se encuentra una casona del siglo XX, cuya alma es el jardín que la rodea. Cada rincón de esta construcción porteña es testimonio no solo de una creatividad desbordante, sino también del amor y la dedicación con que fue remodelada. Aquí, un vistazo a este paraíso ideado por la alemana Anne Scholson y el viñamarino Alex Lagos.

Por Macarena Ríos R./ Fotografías Javiera Díaz de Valdés

La naturaleza que circunda las instalaciones es uno de los platos fuertes de Ayca La Flora, ubicado en un sector patrimonial de Valparaíso. Los más de ochocientos metros cuadrados de jardín invaden cada rincón de la construcción de hormigón que da al puerto, como el patio Escondido, que alberga un gran laurel y está provisto de hamacas que invitan al descanso y la contemplación. Si uno cierra los ojos se puede dejar llevar por el murmullo constante de la fuente de agua. Un bote fabricado a imagen y semejanza de los de Caleta Portales es la pecera de pequeños koi.

Anne y Alex se tomaron su tiempo para materializar lo que durante tanto habían soñado: un hotel apacible que significara una pausa para sus visitantes. Esa visión de futuro fue la semilla de Ayca La Flora, que abrió sus puertas en octubre de 2021.

Lo de ellos fue amor a primera vista. Se conocieron en Perú y al cabo de un tiempo decidieron caminar juntos. El espíritu aventurero de ambos los llevó a buscar un lugar donde hacer un hotel boutique y después de desechar algunas ideas en otras latitudes, se quedaron con Valparaíso.

La casa principal —de estilo georgiano americano y que data de 1945—, alberga seis habitaciones en sus tres pisos. Las cinco restantes se encuentran en una nueva construcción de hormigón y vigas de fierro, inspirada en el desaparecido ascensor Esmeralda ubicado en el Paseo Atkinson.

El diseño, restauración e interiorismo corrió por cuenta de sus dueños y el arquitecto Pablo Cáceres fue el encargado de dar vida a la segunda construcción de tres pisos y grandes ventanales, el mismo que participó en la restauración del ascensor El Peral y San Agustín.

Los detalles saltan a la vista en cada rincón del inmueble: cornisas rescatadas de antiguos edificios abandonados, lavamanos de cobre comprados a los gitanos, marcos de bronce adquiridos en el mercado de antigüedades, muebles de ciprés restaurados y un vitral de iglesia, recuperado de una demolición, que hoy es un punto focal importante en el área del comedor, cuya mesa fue fabricada con durmientes de ferrocarril. “Nuestra idea fue rescatar la historia de Valparaíso”.

Alex es un coleccionista empedernido. Prueba de ello es la vitrina con una colección de minerales en el sector del desayunador y un estante con orquídeas, otra de sus grandes pasiones. También hay una colección de botellas en el segundo piso de la casa principal. Las paredes están provistas de antiguos mapas y fotografías de Valparaíso.

Durante la remodelación se instalaron claraboyas para conseguir mayor iluminación, se restauró un balcón y se construyó otro en el tercer piso.

La terraza está cubierta por parrones de uva y maracuyá. Las mesas son hechas de barricas, cuyas cubiertas están enchapadas de resina. Cerca de la terraza está el llamado patio del Cañón que mira al Pacífico. En él descansa un cañón de fierro que fue encontrado y restaurado cuando los dueños compraron la propiedad. Más allá, una pérgola es el escenario perfecto para mostrar las siete variedades de pasiflora.

Una escalera caracol inglesa de más de un siglo —que fue rescatada e instalada durante la reconstrucción— lleva a la terraza del segundo piso de la casa principal.

Los cojines y las cortinas fueron hechas por Anne, al igual que el revestimiento de los respaldos de cada habitación. En las puertas de cada una hay un nombre de plantas, flores, frutos o árboles endémicos de Chile: pasiflora, pomelo, chagual, araucaria, copihue, acanto.

En la entrada, una campana de bronce traída de Núremberg —que perteneció a la casa materna— encontró un nuevo hogar al otro lado del mundo. “Fue lo único que se salvó durante el bombardeo a la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial, en 1945. Cuando mi mamá supo que habíamos comprado esta casa y que había sido construida el mismo año en que ella perdió la suya, quiso que la conserváramos”.

LA NATURALEZA COMO PROTAGONISTA

Este oasis verde es fruto del ingenio y pasión de Anne y Alex que vieron en esta construcción una oportunidad para crear un hotel que invitara al descanso y la desconexión. Cada planta, cada flor, cada pequeño sendero, cuenta una historia de dedicación y esfuerzo.

El jardín no es solo un complemento, es el protagonista indiscutido que late con cada estación del año. La vida transcurre entre plantas nativas y árboles de cuyos frutos se hacen mermeladas y repostería para los desayunos. Pomelos, paltos, ciruelos, maracuyá, palma chilena, limones, mandarinas, damascos y uvas. Salvia, romero, laurel, lavanda y copihues.

La sustentabilidad como concepto está inmersa en Ayca La Flora, desde los jabones orgánicos y las botellas de aluminio en las habitaciones, hasta el proyecto que tienen de reforestación de la palma chilena en la localidad de Quilpué, donde rescataron un terreno ubicado en un bosque esclerófilo. A la fecha han plantado sesenta palmas chilenas y más de doscientos boldos y quillayes nativos.