El chileno, actual director para América Latina del proyecto Pristine Seas de National Geographic y recientemente distinguido por la Universidad de Yale, comenta sobre los estragos que causará la contaminación y sobreexplotación de los océanos, cuyos efectos ya se están viendo.
Por Bernardita Cruz / Fotografía gentileza Álex Muñoz
Estaba en la cancillería, en medio de una reunión para analizar colaboraciones para la APEC de este año que se realizará en Chile, cuando le llegó un mail de la Universidad de Yale. Supuso que podía ser algo importante y prefirió esperar para leerlo con calma. Un par de horas más tarde, ya solo, lo revisó y se enteró que había sido elegido por esa prestigiosa casa de estudios como World Fellow 2019, un reconocimiento entregado a líderes mundiales que se han distinguido por generar impactos positivos en el planeta.
Confiesa que se sorprendió, sobre todo porque jamás recibir un premio ha sido un objetivo para él y porque, además, siempre ha considerado que cada logro corresponde a un trabajo en equipo. “Esto no es un triunfo personal”, comenta mientras recuerda que su acercamiento al medio ambiente fue en el año 2003, cuando luego de trabajar como abogado en temas sociales como los derechos de la mujer, llegó a Oceana, considerada la organización internacional más importante dedicada a conservar y proteger los mares a nivel mundial. “Ahí me di cuenta de que las problemáticas sociales y ambientales tienen un denominador común: siempre hay una parte más débil que sufre las consecuencias de abusos”, asegura.
¿Qué fue lo que más te sorprendió a tu llegada al mundo medioambiental?
El poder que se maneja en las relaciones económicas. Las grandes empresas son capaces de dominar incluso a un país. Vi, por ejemplo, cómo algunas pesqueras influyen tremendamente en la legislación, también las salmoneras, las termoeléctricas a carbón… Se están investigando casos de corrupción derechamente. Ya no solo se trata de conflictos de interés, sino que de cohecho. Son pesqueras enormes que le han pagado a parlamentarios para hacer leyes a su favor. Eso me parece de la mayor gravedad. Lo que me llamó la atención es cómo estas empresas obtienen sus utilidades abusando del medioambiente y de las comunidades. Y en el caso de las industrias extractivas de recursos naturales, también se da mucho la influencia del dinero en la política, justamente para que se les permita hacer algo que en ningún otro país podrían realizar.
Ha pasado más de una década desde tu llegada al sector medioambiental, ¿ha ido cambiado en algo el panorama con el que te encontraste?
La tendencia de las empresas de influir en sus regulaciones es permanente, pero la sociedad civil está cada día más eficaz en detener y denunciar estas cosas para que no sigan ocurriendo. Hoy tenemos senadores investigados por la justicia y también presidentes de partidos políticos. Eso era impensable hace diez años. Por fin estas cosas están saliendo a la luz y espero que cada vez podamos frenar más la corrupción.
¿Cuáles fueron los mayores logros de Oceana mientras estuviste ahí?
La creación del primer parque marino alrededor de Salas y Gómez, cerca de Isla de Pascua. También haber introducido las primeras reformas ambientales en la ley de pesca. Logramos que se prohibiera la de arrastre en todos los montes submarinos, que son lugares muy importantes porque concentran mucha vida marina. Además, apoyamos fuertemente la reducción de las cuotas de pesca.
¿Qué implica un parque marino y cómo se originó el primero de ellos?
Es un tipo de área marina protegida, delimitada en el mar, donde no se puede pescar. Es la forma más estricta de protección. En ese caso, fue la primera colaboración entre Oceana y National Geographic. En esa época conocí al gran biólogo Enric Sala, director de Pristine Seas, actualmente mi jefe. Él tenía la idea de ir a Salas y Gómez, pero yo le dije que no tenía ninguna posibilidad por el alto presupuesto que implicaba. A las pocas semanas me dijo que se había conseguido un barco. Luego fuimos de nuevo con la Armada de Chile.
¿Cómo es ese lugar?
Es realmente espectacular, lleno de tiburones lo que es un buen indicador porque quiere decir que el ecosistema está más sano. Es como tener leones en la selva. Significa que tiene todos los eslabones de la cadena alimenticia para que funcione bien.
¿Se ha registrado algún cambio desde que se declarara como parque marino?
No en Salas y Gómez, pero sí se ha repoblado mucho de tiburones Isla de Pascua, que era justamente el efecto que nosotros buscábamos, porque existe una conectividad entre ambos lugares a través de una cadena de montes submarinos.
Otro parque es Nazca-Desventuradas, al norte de Chile.
No tiene habitantes, solo una base naval. Fuimos el 2013. Fue una expedición maravillosa. Ahí encontramos un ecosistema, incluso, en mejor estado que el de Salas y Gómez. Fue una sorpresa y una experiencia inolvidable bucear en esas aguas y haber bajado cuatrocientos metros en submarino. Fue un viaje como a la prehistoria, donde no se notaba ningún impacto humano. Todo era gigante. Las langostas medían más de un metro, pesaban ocho kilos, los peces eran de un metro y medio, en cambio en otros lugares eran de setenta centímetros. Era estar en un parque jurásico, pero con dinosaurios marinos.
¿Y cómo llegas al programa Pristine Seas de National Geographic?
En el año 2015, decidí salir de Oceana porque sentía que ya había cumplido una etapa y también porque estaba muy agotado. Renuncié y cuando le conté a la gente de National Geographic, porque teníamos una relación muy estrecha, me dijeron que me fuera para allá. Acepté de inmediato. Era una oferta imposible de resistir.
TIGRES EN LA PATAGONIA
Más allá de los parques marinos, ¿cómo es la situación oceánica que has podido observar?
Hemos viajado por todo el mundo y hemos visto cómo los océanos se están agotando. Están en un grave peligro. Los peces se están acabando y la contaminación está subiendo a niveles muy dramáticos. El setenta por ciento de las pesqueras está sobreexplotada y, además, estamos arrojando al mar ocho millones de toneladas de plástico cada año. A eso se agrega los graves impactos que va a tener el cambio climático y que nadie sabe cómo se van a resolver, porque no solo aumenta la temperatura del agua, sino que, también, la vuelve más ácida, lo que implica que ciertas especies que tienen partes duras se empiecen a deshacer, como los camarones, las langostas, los moluscos, todos los mariscos que conocemos.
¿Qué tan inminente es que se concrete ese peligro?
Las amenazas ya están encima de nosotros y estamos obligados a tomar medidas drásticas para detenerlo si no queremos sufrir consecuencias. Si seguimos la trayectoria de sobreexplotación que tenemos hasta ahora, en 2050 prácticamente no va a quedar ninguna pesquería comercial, porque no van a tener qué sacar. Y esto es aún más grave porque se espera que, para ese año, haya nueve mil millones de personas en el mundo, que necesitan proteína para alimentarse y que ya no va a poder venir de la ganadería, porque es una de las grandes productoras de gases de efecto invernadero, por lo tanto, ya no podemos seguir produciendo carne de la manera en que lo estamos haciendo. Va a tener que venir de los océanos, pero si los tenemos sobreexplotados, hay gente que se va a morir de hambre. Eso ya está ocurriendo y será cada vez más grave.
¿Cómo se ve Chile en ese escenario?
Ha sido un depredador de los mares. Hoy, aun con todas las medidas que se han tomado, el setenta por ciento de las pesquerías está sobreexplotada e, incluso, colapsada. Hay casos dramáticos donde las poblaciones han disminuido un noventa y cinco por ciento Además, Chile es uno de los países más vulnerables al cambio climático y, por lo tanto, podemos sufrir fenómenos como el desplazamiento de ciertas especies hacia el sur. La misma acidificación de los océanos está afectando. Las industrias de harinas de pescado van a sufrir grandes declives en su producción porque los stocks no van a ser los mismos.
La región de Magallanes siempre es mencionada como una de las zonas más afectadas.
Ahí la amenaza es aún más grave por la industria salmonera. La salmonicultura en Chile ha tenido un crecimiento explosivo, pero con muchos impactos ambientales, sobre todo contaminación de los mares por el uso excesivo de químicos, como los antibióticos y otros muy corrosivos que matan la vida marina. Los escapes de salmones son muy serios porque se trata de especies exóticas, introducidas e invasivas. No debieran estar en Chile. Son traídas del hemisferio norte y cuando se escapan, como son carnívoras y muy voraces, se empiezan a comer la fauna nativa. Es como cultivar tigres y leones en la Patagonia para vender su carne. No hay ninguna empresa que haya logrado frenar los escapes de salmones. Es un problema crónico.
Por otro lado, ¿qué pasa con el uso de energías renovables?
Chile ha tenido un gran avance. De hecho, hemos saltado a un 18% de nuestra materia eléctrica en base a energías renovables, pero todavía tenemos un 40% de electricidad producida a través de termoeléctricas a carbón. Eso no es solo una agravante al problema del cambio climático sino que, también, emiten otros contaminantes que han afectado mucho a ciertas comunidades que son las más vulnerables a las que se ha llamado zonas de sacrificio, como Ventanas, Huasco, Coronel, Tocopilla y Mejillones.
¿Cuáles debieran ser las primeras medidas para disminuir la contaminación?
Lo más urgente es cerrar las termoeléctricas más antiguas. Hay algunas que tienen setenta años.
¿Hay interés político para resolver el tema?
Veo mucha autocomplacencia por parte del Gobierno, donde se destaca solo lo positivo y se esconde lo negativo. Creo que nuestra principal tarea es hablar con la verdad, tenemos que mostrar la realidad de las zonas de sacrificio. El mundo ya no da para más, estamos completamente sobregirados en nuestra cuenta ambiental. En vez de vivir de los intereses, nos comemos nuestro capital y se nos está agotando. Estamos usando nuestra línea de crédito.
“Esto no es un triunfo personal”, aclara Álex Muñoz sobre el reconocimiento que le hizo la Universidad de Yale al destacarlo como uno de los líderes mundiales que impactan positivamente al planeta».
«Creo que nuestra principal tarea es hablar con la verdad, tenemos que mostrar la realidad de las zonas de sacrificio, como Ventanas, Huasco, Coronel, Tocopilla y Mejillones”.
«Hemos viajado por todo el mundo y hemos visto cómo los océanos se están agotando. Están en un grave peligro».