María Paula Ross: Cruzada de amor

Voluntarios en Kenia

Hace seis años, la viñamarina Paula Ross viajó por primera vez a África, para apoyar a Baby Life Rescue Centre, ubicado en Kenia. Un orfanato que aloja veinticinco bebés y niños abandonados, de los cuales varios llegan en circunstancias desgarradoras. Lo que comenzó como una aventura fuera de Chile, hoy es parte importante de su vida y un trabajo voluntario que realiza cada año con todo su corazón. A semanas de regresar de un nuevo viaje, nos contó cómo podemos colaborar con esta noble causa.

Por María Inés Manzo C. / Fotografías gentileza entrevistada

“Cuando tenía veintiséis años, todas mis amigas se empezaron a casar y a tener hijos, me parecía una locura, sentía que tenía tanto por vivir y disfrutar. A esa misma edad yo ya tenía una empresa formada (una agencia de promotoras), mi auto y mi departamento, era totalmente independiente, pero en esos años la sociedad te presionaba a que había que terminar una carrera y formar una familia. Al final la vida me fue demostrando que debía seguir el camino que a mí me hiciera sentido y no al resto”, recuerda María Paula Ross Hurtado (45).

Fue así que Paula se propuso ir de viaje y terminó en una reveladora experiencia en el Sudeste Asiático, donde conoció distintas culturas, personas y realidades. “Ese era un destino impensado para la época, en los últimos años se puso de moda. Vendí todo y metí mis cosas en una bodega. Me fui por seis meses. Sin ningún plan partí en Sidney, Australia y me quedé en la casa de una amiga de mi hermana menor. Seguí a Shanghái, a la casa de otros conocidos… y ahí dije ‘tengo que soltarme’ y me fui sola a Hong Kong, Vietnam, Myanmar, Filipinas, India, Tailandia, Indonesia, Singapur, Malasia, etc. Nunca me había sentido más segura y libre en mi vida”.

Entonces, desde allí hubo un antes y un después…
Totalmente, al regresar a mi casa decidí salir de mi zona de confort y me fui a vivir a Santiago, partí de cero. Rearmé mi agencia de publicidad y ya llevo diez años allá. Desde el viaje al Sudeste Asiático se me abrió la mente, de conocer más países, de sentarme a conversar con distintas personas, de entender que somos todos iguales, de la importancia de vivir en tribu, de hacer comunidad, algo que nos falta tanto a los chilenos.

DESTINO:MOMBASA                                                                                                     

En el 2018, cuando tenía treinta y siete años, entre las ganas de ayudar a otros y darles un sentido a sus viajes, Paula encontró en internet un voluntariado en un orfanato de Mombasa: Baby Life Rescue Centre, que le llamó la atención. “Por casualidad llegué a la ONG Voluntarios en Kenia, liderado por un grupo de españoles. Mi intuición me dijo que tenía que ir a conocerlos, y así contacté a Peter y Selpher, un matrimonio que, con mucho esfuerzo, recibe a niños abandonados (la mayoría de cero a cinco años)”.

“Después de varios aviones, dos días de viaje y más de diez horas de diferencia con Chile, aterricé en Mombasa, una ciudad africana costera con más de un millón de habitantes. Me bajé del avión y el impactó fue tremendo, era la única mujer blanca en una bulliciosa ciudad con muchísima gente. Con un tremendo calor y una humedad espantosa llegué a una casa de concreto, con piso de tierra. Se abrió la puerta y me miraron veintiocho ojitos grandes e intensos, se arrastraban y gateaban a abrazarme como koalas y reventé en llanto. Ellos sólo querían brazos y amor. Desde ese momento supe que era el lugar al que debía llegar”.

¿Cómo fue esa primera experiencia?
Intensa, una de las experiencias más duras que he vivido, pero también una de las más lindas. Cuando contacté a la ONG, lo primero que me contaron es que me iba a tocar estar sola en el voluntariado, por tres semanas, y me asusté. Pero era un miedo a lo desconocido, porque Mombasa es muy segura y su gente es muy respetuosa; en estos seis años jamás me ha pasado algo malo, todo lo contrario. A la semana de mi llegada se sumó otra voluntaria española y nos apoyamos entre las dos, eso fue muy importante, porque las emociones se viven a flor de piel.

“Como extranjera era imposible no conmoverse, al comienzo lloraba todos los días. La condición en que llegan estos niñitos es muy cruda. Todos son abandonados, muchos nacieron producto de violaciones, algunos con enfermedades, de madres alcohólicas o de familias que los dejan porque tienen otros hijos que alimentar. Aquí aprendí a no juzgar. En Mombasa se ve riqueza y pobreza extrema, no hay clase media como en Chile… pasas por unas casas de veraneo preciosas, pero también se ven en las calles niños caminando con pájaros carroñeros encima. En mi segundo año encontré una guagua abandonada en la calle con su cordón umbilical… corrimos con Peter y Selpher para llevarlo al hospital, sin ninguna esperanza. Hoy Alan es un niño precioso, lleno de amor, es impactante su antes y después”.

LA CASA

Cuando llegó Paula en la casa trabajaban tres mujeres keniatas a cargo de los niños (por el sueldo mínimo, unos veinticinco mil pesos chilenos al mes), una cocinando todo el día, la otra lavaba ropa a mano y la tercera era la encargada de darles la leche y comida. Como no había más ayuda, los mismos niños, desde los tres años, se encargaban de darles la mamadera a los bebés.

“En mi primer día de voluntaria, me dieron una de las tres piezas que había para dormir. Era más bien una bodega con un camarote, tenía muchos sacos de harina alrededor y sobre mi velador me dejaron unos plátanos y doce huevos… algo curioso, pero que terminó teniendo mucho significado. Para ellos la carne y los huevos son un lujo, porque son muy caros. La dieta de los niños es muy sencilla, para el desayuno sólo toman leche. En el almuerzo, con harina y agua, se prepara una especie de puré con salteado de acelgas y cebollas… básicamente para llenarles el estómago, pero como esto no tiene proteínas a las dos horas ya están pidiendo comida”.

¿Qué hiciste?
Sentí mucha culpa, porque los que tenemos acceso libre a comida, educación, a una buena vida, muchas veces no lo valoramos. Te das cuenta de que todo lo que uno tiene es más que suficiente. Terminé compartiendo lo que tenía… les preparé panqueques con manjar, lo que sabía cocinar en ese minuto, ¡pero fue un desastre! Ahora me río, pero los niños estaban todos pegoteados con moscas encima de ellos y de la comida. Luego empecé a pedir donaciones a mi familia y amigos, a juntar plata para comprarles carne y yogur. También intenté darles fideos con crema, pero para ellos era muy extraño. Lo que más les gustó fue el pollo arvejado, que me ayudó mi mamá a preparar a distancia, se chupaban hasta los huesitos.

“Desde entonces decidí seguir colaborando, anualmente, con la comida y mejorando los espacios. Junto dinero para los tarros de leche, les dejo carne en un congelador para un par de meses, pañales, etc. Logré pintar la casa, armar un gallinero y un huerto (aunque este último se lo comieron los monos); comprar una cocina, mallas para los mosquitos, ollas, platos, andadores, un arco de fútbol. Cosas que parecen básicas pero que no tenían”.

 ¿Cómo manejan las enfermedades?
Lo que más hay en Kenia es malaria, deben vivir con la enfermedad desde bebés. Las voluntarias nos tomamos una pastilla todos los días para evitarla (en Chile cuesta cien mil pesos y en España diez euros, la caja). Los niños tienen muchos problemas a la piel, les salen muchos granitos por el calor. Pero el gran problema son enfermedades comunes como el resfrío y la neumonía, pero como los hospitales son tan caros se terminan muriendo de eso.

“Conocí a una bebé de seis meses que murió de improviso. Su madre era alcohólica, la maltrataba. La pequeña tenía infecciones, su historia era muy trágica para su corta edad. Por mucho que tratamos de levantarla su cuerpito no resistió. Eso te hace reflexionar. Y hay que seguir luchando por los demás, son niños y bebés adorables, muy cariñosos. Al final del día ellos te entregan mucho más de lo que uno pueda ayudar”.

¿Cuál es tu rutina desde que llegas?
Soy maniática del orden y ya me conocen por eso (ríe). Comienzo a echar cloro por todos lados, a desinfectar, a ordenar los clósets, la ropa. Pero para mí es mi tiempo de vacaciones, de llenarme el corazón de amor. Llevo a los niños al zoológico, que es como una granja educativa para que compartan con las jirafas, los hipopótamos, les encanta. A la playa a hacer un picnic. Los más grandes me acompañan a comprar. Trato de sacarlos de la casa, porque pasan la gran parte del día en el living de esa pequeña casa, entre guaguas, ropa. Falta espacio, pero sobra el amor.

VOLUNTARIADO

“En pandemia ha sido el único momento en el que no he podido viajar a ver a mis niños; con muchas dificultades, y a distancia, logramos mantener la casa en pie. Hoy estoy a cargo del marketing y manejo a las voluntarias de la ONG. En total somos cinco personas organizando, todos españoles y yo la única chilena. El tema del español ha sido importante, de todos modos es fundamental tener un nivel básico de inglés para comunicarte en la casa, porque allá se habla swahili”.

¿Cómo se puede ayudar?
Hoy tenemos dos objetivos: El primero es monetario, obtener socios que por $10.000 pesos mensuales nos ayuden a pagar las cuentas de la casa y del colegio de los niños ($150.000 al año por cada niño), el arriendo de la casa que sale $250.000 pesos al mes y la compra de leche. Y el segundo es el programa de voluntariado, donde los recibimos en una casa keniata (de Peter y Selpher). Su función es ir a ayudar al orfanato (dar mamaderas, cambiar pañales, jugar con los niños, llevarlos a la playa, darles la comida, etc.) Si tienen habilidades para maestrear o cocinar, mucho mejor. Hace un tiempo fue una fonoaudióloga que nos ayudó muchísimo con una guagüita discapacitada, le hizo terapia por seis meses y tuvo grandes avances.

“Esta es una experiencia muy enriquecedora, que recomiendo, por lo menos, una vez en la vida. Hay muchos voluntarios que han repetido la experiencia, pero lo importante es entender que nosotros nos estamos insertando en otra cultura, debemos respetar sus costumbres, aunque a veces no las entendamos. No podemos llegar a cambiar todo, pero sí a ayudarlos a tener una vida mejor. Cada aporte, pequeño o grande, genera un gran impacto en estos niños”.

¿Cuál es el sueño?
Hace tres años, logramos construir un pozo, la sensación de tener una llave donde sale agua fue de gran impacto para ellos, poder  bañarse… antes eso era impensado y gracias a un filtro para la cocina tienen agua potable. Hemos hecho varios arreglos en esta casa, pero no es nuestra y ya quedó chica. Hay tres piezas para veinticuatro niños y guaguas, hay cunas hasta en el living. Todos apretados, los más grandes no tienen su espacio. Por eso queremos comprar un terreno más grande (que vale veinte millones de pesos chilenos) para que los niños estén cómodos, tengan un patio para jugar. Aún queda mucho por hacer, por eso, si hay más personas y/o empresas que nos apoyen, podremos cumplir nuestro sueño.

 ¿QUIERES AYUDAR A VOLUNTARIOS EN KENIA?
Datos transferencia
Nombre: MARÍA PAULA ROSS
Banco: BANCO CHILE
Cuenta corriente: 3680413001
Rut: 13.544.866-4
paula.ross.h@gmail.com

www.voluntariosenkenia.org
www.instagram.com/voluntariosenkenia
www.facebook.com/ongvoluntariosenkenia
www.instagram.com/paularosshurtado