Cuando hablamos de emprendimiento, muchos se imaginan una idea revolucionaria que surge de la nada, como un destello de genialidad que lo cambia todo. Pero la verdad es que el camino del emprendedor innovador es mucho más que eso; es una combinación de visión, perseverancia y, sobre todo, una actitud.
Los buenos proyectos no se materializan de un momento a otro. Algunos pueden tardar meses, e incluso años, en alcanzar su punto máximo. Otros, pese a las buenas intenciones iniciales, quedarán en el camino y también están los que deberán reestructurarse y empezar nuevamente desde cero. Tres de cada diez chilenos, entre 18 y 64 años, comenzaron un nuevo proyecto en el último periodo, de acuerdo a los resultados de la última encuesta “Global Entrepreneurship Monitor (GEM) 2023-2024: 25 years and growing”.
Pero ¿cómo surgen y qué tienen en común? Todo comienza con la identificación de una oportunidad única en el mercado. Detectarla no es casualidad, es el resultado de la curiosidad, de observar necesidades y de preguntarse constantemente: “¿cómo podría ser mejor?” Este es el primer paso en el inicio de un viaje que transformará no sólo a la idea en sí, sino también al propio emprendedor.
Además, hay que pensar en grande, pero al mismo tiempo ser realistas. Más que tener una buena idea, la innovación implica darle vida a esa misma idea. Aquí es donde la investigación y la creación de prototipos juegan un papel crucial. Pero, seamos honestos, ¿quién dijo que esto sería fácil? Prototipar y validar conceptos requiere una buena dosis de valentía y creatividad. El error es parte del proceso y en lugar de temerle, debemos abrazarlo. Cada fallo es una lección, una oportunidad para refinar nuestra visión y ajustar el rumbo.
Y entonces, llega el momento de transformar esa propuesta en algo tangible. Un plan de negocios bien elaborado es el mapa que guía esta travesía, una declaración de intenciones del emprendedor. Definir el propósito y la misión, analizar el mercado y diseñar una estrategia financiera son pasos esenciales, pero lo más importante es que este plan sea un reflejo fiel de los valores y la pasión que impulsan al proyecto.
Luego, la realidad se impone: se necesitan recursos y la búsqueda de financiamiento es un arte en sí. Los emprendedores deben ser tan hábiles negociadores como visionarios. Inversiones, subvenciones, crowdfunding, cada opción tiene sus retos y recompensas, y elegir el camino adecuado es clave.
Finalmente, llega la ejecución. Es aquí donde la teoría se convierte en práctica y la resiliencia del emprendedor se pone a prueba. La ejecución no es un proceso lineal; es un ciclo de constante adaptación y aprendizaje, de retroceder y continuar. Mantener la innovación viva requiere un equilibrio entre mantenerse fiel a la idea original y estar abierto a las oportunidades y desafíos que surgen en el camino. Por eso creo que es importante ser más consciente de los errores, analizarlos, aprender de ellos y valorar su aporte. “Equivocarse con estilo” implica probar rápido y barato, recalibrar rápidamente y seguir avanzando.
Ser emprendedor innovador no es solo una carrera, es una forma de ser. Es una invitación a ver el mundo con ojos nuevos, a no conformarse con lo establecido y a creer que siempre se puede mejorar. Porque al final del día, la innovación no es solo sobre productos o servicios; es sobre cómo decidimos enfrentar la vida. Y en ese sentido, todos tenemos el potencial de ser innovadores.