En estos días XL, los puntos suspensivos son inevitables y el tiempo pasa a ser un inesperado bien común. La cuarentena reúne a la fuerza a miles de familias en Chile y el mundo, quienes no tienen más alternativa que reconocerse, reconectarse y reunirse. Y también crecer. Aquí, algunas reflexiones en tiempos de cuarentena.
Por María Inés Manzo C. y Macarena Ríos R.
CATERINA J.
Brooklyn, Nueva York
Instagram: @caterinajmusic
“Para que las cosas cambien, tenemos que ser activistas y no quedarnos de brazos cruzados en las casas. Leer más, estudiar más, que la lamparita de la curiosidad no se nos apague nunca”.
Todo explotó en marzo. Cuando los diseñadores con los que trabajaba cerraron sus oficinas, cuando amigos músicos tuvieron que cancelar sus giras y tocatas, cuando empezaron a cerrar los teatros, tiendas y restaurantes, me di cuenta de que la cosa era seria. Había que quedarse en casa y cuidarse. Ver a Nueva York congelado —una ciudad que nunca para—, ha sido muy extraño, igual que la mezcla de sentimientos.
Hay días y días. La crianza y tratar de trabajar en casa al mismo tiempo, a veces resulta agotador. Pero nos hemos adaptado bastante bien. Creo que es fundamental que las parejas con hijos se apoyen mutuamente en estas circunstancias.
He aprendido a bajar el ritmo, a disfrutar de las cosas simples, a agradecer por tener una casa, una ducha caliente, a consumir menos y a ser creativos con la crianza. No solo he podido tocar el piano y cantar mucho más, sino que además hice un show virtual a principios de abril. La experiencia fue muy linda. Así que a pesar de todo, ha sido una cuarentena tranquila, creativa y productiva para mí.
Me encanta NY, sobre todo Brooklyn, donde vivo. La vida de barrio… Conocer a tu vecino, ir a comprar al deli de la esquina, hacer picnics en los parques, tocar mi música en el restaurante o pub de un amigo… Es como vivir en otra era, pero en el 2020. Ahora la situación es muy distinta, y eso me entristece mucho. Hospitales colapsados de gente, cementerios y crematorios que no dan abasto, falta de personal médico, restaurantes y tiendas cerradas… Es un poco apocalíptico.
Siento que somos súper afortunados, porque tenemos un pequeño patio posterior que compartimos con nuestros vecinos. Eso ha sido una salvación, sobre todo para mi hija de dos años, que puede salir a tomar un poco de aire, jugar con tierra y ensuciarse un poco. Pero tengo muchos amigos sin acceso a un balcón, rooftop o jardín, que lo están pasando muy mal. Es un tema complicado, porque no todos tienen las mismas realidades. Y eso es duro.
No me asustan los puntos suspensivos… Tengo esperanza de que el mundo puede cambiar. Que la gente se ayude una a la otra. Que los países se ayuden el uno al otro. Que se acabe esa actitud nacionalista absurda sobre cuál es el país mejor y que ayuden a sus países hermanos. Imagínate en esta pandemia, qué distinto sería si todos los países trabajaran en conjunto para pararla. Que los países ricos, con menos infectados, ayudaran a los más pobres, con más infectados. Que se mandara más personal médico a los lugares que no dan abasto, como acá en NY.
Para que las cosas cambien, tenemos que ser activistas y no quedarnos de brazos cruzados en las casas. Leer más, estudiar más, que la lamparita de la curiosidad no se nos apague nunca… Si nos gana la estupidez, la pasión por la fama, el poder y la plata, los likes en las redes sociales, la belleza eterna… Ahí se va a ir todo al carajo.
MARÍA JOSÉ FERNÁNDEZ
Londres, Inglaterra
“Creo que el respeto hacia los demás es la gran diferencia que muestra un país desarrollado como este y por eso lo destaco tanto”.
La primera vez que escuché del coronavirus lo comentamos con amigos y decíamos “pobre gente lo que está viviendo”. Pero no le dimos tanta importancia, pensamos que iba a ser como lo ocurrido con el H1N1. Pero aunque lo veíamos como algo muy ajeno, comenzamos a informarnos.
Cuando llegó a Inglaterra, al principio fue tomado con miedo y un poco de desesperación. Comenzaron las compras masivas en los supermercados y a los pocos días estaba todo desabastecido.
Este tiempo de encierro lo hemos aprovechado para hacer esas cosas que siempre dejas de lado por falta de tiempo, como jardinear, ordenar la casa minuciosamente, cocinar, jugar juegos de mesa en familia, conversar e interactuar más con los niños, leer ese libro pendiente. Ese ha sido el lado positivo.
Afortunadamente y dado que la gente en Inglaterra es tremendamente respetuosa y acata las medidas, podemos practicar deporte en los parques una vez al día y con distanciamiento social (dos metros unos de otros). Una norma que se cumple a la perfección y con mucho respeto hacia los demás. Creo que esa es la gran diferencia que muestra un país desarrollado como este y por eso lo destaco tanto.
El día a día ha sido entretenido, damos tareas a los niños tanto con sus estudios como con las labores de la casa, tratando de mantener un horario de estas actividades, aunque hemos tenido que lidiar con el uso indiscriminado de tiempo en pantallas y juegos electrónicos. Pero aunque nadie estaba preparado para esto, nos hemos adaptado bien a la situación y creo que hemos estado más unidos que nunca como familia.
A los niños les comentamos lo positivo que ha sido esto para el planeta, en el aspecto del calentamiento global, descontaminación de las aguas, polución, protección de animales, etc.
Como nunca hemos realizado video conferencias masivas con nuestras familias, algo que nunca habíamos hecho, más allá de los llamados telefónicos con cada uno. Han sido largas conversaciones, carcajadas y anécdotas. Cada uno cuenta su experiencia, incluso con un cuñado que cuenta las suyas desde Ecuador, hasta con una copa en la mano como si estuviéramos todos en el mismo lugar, tratando de ver el lado positivo de lo que está pasando.
Veo el futuro con optimismo. Estoy convencida de que hay gente muy capaz que podrá encontrar una cura para este virus, es cosa de tiempo. Y estoy segura de que se obtendrán cosas muy provechosas para toda la humanidad de este tiempo en cuarentena. Va a servir para darnos cuenta de que hay cosas más importantes que el trabajo, la economía o el consumismo, como son la salud, la familia, y el respeto. Si aprendemos a respetarnos entre todos, estoy convencida de que podríamos generar grandes cambios. Y si podemos optimizar nuestro tiempo en el trabajo y disfrutar más los momentos en familia, sería genial ¿o no?
Cuando acabe todo esto me gustaría retomar ciertos proyectos familiares y continuar con las actividades de siempre, pero de manera más pausada, sacando un poco el pie del “acelerador”.
FRANCISCA GUTIÉRREZ
Sperlonga, Italia
“Lo primero que haré, poscuarentena, es ir a la playa y caminar, sin pensar que se está haciendo tarde”.
Cuando vi lo que estaba pasando en China pensé “¿y si llegara aquí en Italia, con todo el tráfico aéreo, de turismo y de negocios que existe en este momento? ¡Fue como un flash!
La preocupación real llegó en febrero cuando empezamos a escuchar y leer sobre los primeros casos en el norte de Italia. Esta vez estaba aquí, muy cerca. Con el paso de los días nos dimos cuenta de que no era un simple resfrío y no era un simple virus… Y los casos crecían increíblemente, así como las víctimas.
Los primeros días de cuarentena fueron demasiado extraños. Todos en la casa (tengo dos hijos, de quince y once años), sin saber cuánto tiempo sería necesario estar encerrados.
A menudo me siento como en un balancín: un día bien, súper entusiasta, haciendo mil cosas, y al otro día con ansiedad, con angustia por tratar de entender cuándo terminará todo y cómo haremos, por ejemplo, con el tema trabajo. Vivo en la región de Lazio, entre Roma y Nápoles, en un balneario que se llama Sperlonga. Aunque trabajo como periodista freelance, en el verano soy vendedora en un negocio. Ahora no se sabe ni siquiera si abrirá.
En este tiempo de espera he aprovechado para seguir cursos online, relacionados con el marketing y con las nuevas tecnologías y toda una nueva realidad con la que nos tendremos que enfrentar cuando salgamos de esta condición de “encierro”. Es una especie de preparación y comprensión de los procesos que nos esperan y que no serán iguales a los que dejamos tres meses atrás. Este estudio me está sirviendo mucho para mirar con más esperanza el futuro.
Adaptarse no ha sido fácil, pero una vez que se encuentran puntos de interés y cosas qué hacer, sobre todo para uno mismo, se puede. Se valora el tiempo, incluso ese tiempo que ocupamos para sentarnos al sol, para ver brotar las plantas, para ver crecer a los hijos, en momentos que tal vez antes no veíamos o no nos dábamos cuenta. Mis días transcurren entre lectura de diarios, hijos, networking, cursos, yoga, estudio y escritura. Cada diez días me programo para salir a comprar la mercadería, salida que festejo como si fuera una fiesta.
Una de las mayores preocupaciones que tengo son mis papás. La lejanía física es difícil, incluso después de veinte años que llevo en Italia. Pero luego pienso que si estuviera allá tampoco podría verlos. Con ellos hablamos de otras cosas: música, cómo visitar museos online, qué cosas poder hacer y, sobre todo, los invito a no dejarse de cuidar y a no caer en las fakenews que van dando vueltas.
La cuarentena es válida en toda Italia y hay que respetarla, pero claro, las excepciones existen, como en todas partes. De hecho, en estos últimos días en los que las cifras de contagiados parecieran estar bajando, ya hay personas que empiezan a salir más seguido, que salen a pasear, y que no han entendido que aún se vive en una situación de emergencia y que mientras más nos arriesguemos, peor será, porque el regreso a la normalidad será aún más lento. Se necesita paciencia. Y, a veces, tenemos poca, italianos y no italianos.
ALEJANDRA ARANDA
Yakarta, Indonesia
Instagram: @enesteladodelglobo
“El llamado es quedarse en casa, a ser pacientes y cuidar a los demás, porque lo que yo haga en este rincón del mundo te puede afectar a ti también”.
Por el trabajo de mi esposo, que es alemán, estamos viviendo hace unos nueve meses en Yakarta, Indonesia; nuestro anterior destino había sido Japón, dónde nació nuestro hijo. Somos una familia multicultural, expatriados y que justo nos pilló la pandemia mundial en un país pobre. Por varias razones esta experiencia ha sido muy compleja, pero sobre todo por el precario sistema de salud que aquí se encuentra. Tomamos todas las precauciones, aunque el miedo de contagiarnos y no poder ser atendidos es angustiante.
Si te enfermas de algo grave, los extranjeros teníamos la opción de irnos a Singapur, donde el sistema de salud es muy bueno, pero los vuelos están cancelados. Si tienes síntomas del coronavirus el protocolo es quedarse en casa. Sólo si estás grave podrían hacerte el test, pero son tan escasos que tampoco eso es seguro. La verdad es que no están muy bien preparados y lamentablemente no tienen los recursos para enfrentar de manera óptima esta pandemia. La realidad es que el panorama actual no es muy alentador.
Hasta la fecha hay más de siete mil cuatrocientos casos de contagiados con más de seiscientas muertes por COVID-19, y es un secreto a voces que esa cifra realmente es el doble, e incluso se dice que puede ser el triple, fácilmente. No hay un control real de los casos, y al ser uno de los países con más musulmanes, la gente se deja llevar por la religión. Uno de los anuncios más impactante fue del propio ministro de salud que dijo, en un comienzo, que a Indonesia no había llegado el virus porque la gente rezaba mucho. La mayoría mantiene esa postura. Para los locales la muerte tiene otro significado, lo proyectan a que pasaste a una mejor vida.
Si bien tenemos la suerte de vivir en un condominio, con espacios cómodos y seguros, esa no es la realidad de la mayoría. Mucha gente vive literalmente en la calle, algunos tienen una habitación pequeña, pero comen y trabajan afuera… sin mascarillas. Hay niños afuera jugando, durmiendo; adultos paseando, otros en sus motos. A eso se le suman los indigentes, que ni siquiera son considerados, es como si fueran invisibles. El bloqueo que se ve en países desarrollados como España o Italia aquí no existe.
En los supermercados hay más control, los cajeros usan protección; hay desinfectantes en los pasillos y en los suelos están delimitadas las distancias. Pero los primeros días fue un caos tremendo entre filas sin fin y desabastecimiento.
Estamos haciendo cuarentena y en los colegios ya se habla de retomar clases en agosto. Ha sido difícil el choque cultural. Todos los días parte alguno de nuestros vecinos o amigos de vuelta a su país, estamos cada vez más solos y a la espera de salir de Yakarta si el trabajo de mi esposo lo exige. Tenemos nuestras maletas armadas, pero ir a Alemania es complejo, porque tememos contagiar a nuestros seres queridos y no tendríamos dónde llegar.
Esta pandemia nos ha ayudado a valorar el rol de cada uno en la familia y a ponernos en el lugar de los otros. Somos muchos los expatriados que llevamos años sin poder abrazar a nuestros amigos, a nuestras mamás o hermanos. Es por eso que el llamado es a quedarse en casa, a ser pacientes y cuidar a los demás porque lo que yo haga en este rincón del mundo te puede afectar a ti también.