Julio Iglesias recibió un Grammy honorífico en la última premiación tras medio siglo de carrera —distinción conquistada por estrellas como Elvis Presley, Frank Sinatra y The Beatles— y no fue a recibirlo. La prensa estadounidense lo hizo añicos por la ausencia, pero en España no causó gran sorpresa porque saben de su salud deteriorada, las postreras consecuencias del accidente automovilístico sufrido el 22 de septiembre de 1962, cuando cumplía veinte, y que le tuvo año y medio en rehabilitación con serias dudas sobre la posibilidad de caminar otra vez. Ese día, Real Madrid perdió a un futuro arquero (Julio era de la cantera del club) y el mundo entero ganó a un astro de la canción convertido en el sinónimo definitivo del galán latino.
Nos gusta repetir que el Festival de Viña lo lanzó a la fama internacional, pero no fue así. A comienzos de los setenta ya cantaba en ciudades como Hong Kong y en los ochenta se empeñó como ningún otro cantante hispano en conquistar el mercado estadounidense, otra misión cumplida en su extensa bitácora.
Sin una gran voz y con un flojísimo desplazamiento escénico atribuido a las secuelas del choque (asevera que su sistema nervioso funciona en un sesenta y cinco por ciento y por eso canta con ojos cerrados, porque si no se distrae), Julio Iglesias retorna al Movistar Arena este 23 de marzo para celebrar la singularidad de su éxito y del personaje que pronto tendrá una serie biográfica producida por Disney. En paralelo a su talento corre la fama legendaria de latin lover cifrada en tres mil conquistas sexuales, aunque el libro en el que se basa la serie, escrito por su exmánager Alfredo Fraile, pone paños fríos y dice que fueron menos de quinientas. Vaya.