Sabor a irregularidad

Por Marcelo Contreras

BLACK MIRROR. NETFLIX.

Las inspiraciones pueden ser nobles y cultas, pero resueltas con flojas terminaciones. La sexta temporada de la aclamada serie británica sobre distopías y alta tecnología, regresa con el sabor de la irregularidad.

Con cinco capítulos —nada de spoilers—, se trata de un caso a caso. El primero, Joan is awful, propone una excelente premisa con doble filo: las consecuencias por no leer la letra chica de los contratos que firmamos para diversos servicios, y qué podría suceder si nuestra vida se convierte en una serie digna de una plataforma similar a Netflix. El barniz de comedia que incluye a Salma Hayek se pasa de cocción.

El siguiente, Loch Henry, se adentra derechamente en el terror y el misterio. Un joven realizador regresa a su pueblo natal solitario y decadente, con la intención de registrar, junto a su novia, un anodino documental. Cuando el motivo de la investigación cambia hacia una serie de asesinatos ocurridos en la zona, se desata una trama de mediana intensidad que no aporta mucho al género.

El tercero, Beyond the sea, con notoria influencia de Ray Bradbury y un link al sanguinario culto de Charles Manson, es el que mejor sostiene la tradición y calidad de la serie. Corre 1969 y dos astronautas cumplen una larga misión de cuatro años. El sistema les permite estar simultáneamente en la Tierra disfrutando junto a sus familias, y operando una estación espacial que orbita el planeta. Se desdoblan gracias a replicantes, hasta que un brutal giro deja a uno de ellos a la deriva.

El episodio Mazey Day se rinde al cine ochentero de John Landis (Un hombre lobo americano en Londres), mientras intenta una crítica a la cultura paparazzi, en una maniobra que no cierra del todo bien.

Como cierre del ciclo, Demon 79 plantea la posibilidad de un apocalipsis en un mundo encaminado al racismo y la intolerancia, con la propulsión de la extrema derecha. Nuevamente el tono de comedia negra no parece la mejor solución.

Black Mirror exhibe trizaduras que no comprometen la integridad de la obra iniciada en 2011 en la televisión británica, que empuja al espectador a enfrentarse con las evidencias de una sociedad sometida a mecanismos de control mediatizados, y la paradójica soledad de la hiperconexión.