El coronavirus ha hecho de las suyas, qué duda cabe. Pero tenemos el cobre, que si somos sabios y astutos, le daremos interesantes nuevos y universales usos. ¡Encendamos la lámpara que guíe a una era de trabajo y prosperidad!
El cobre se conoce hace a lo menos cinco mil años. Si bien se han encontrado objetos de cobre con más antigüedad, su uso de modo extensivo se relaciona a tiempos de esplendor en las altas civilizaciones del Cercano, Medio y Lejano Oriente. En Egipto, el cobre se usa al final del Período Tinita (3000-2700 a.C.), coincidiendo con el inicio de construcciones colosales, porque hay una relación. El cobre mejoró de modo significativo la vida. Herramientas e instrumentos de cobre aumentaron la producción y conservaron mejor las semillas. Mejoró la preparación de alimentos, y en muchos sentidos hubo un impulso notable en la salud; instrumentos de corte, pinzas, jarras, etc., hicieron de los egipcios los mejores médicos y cirujanos. Entonces, la presión demográfica obligó a los gobernantes a impulsar planes de empleo y construcciones faraónicas (sic) que hasta hoy causan admiración. Algo semejante sucedió en la Mesopotamia. El período Sumerio, sustentado sobre una cultura agroalfarera es sucedido por el primer reino altamente organizado que entre otros avances usó el cobre como base de progreso. El reino Acadio (actual Iraq), inauguró una especie de modernidad antigua, con elegantes ciudades, buenos medios de transporte, comercio, aunque también conquistas militares. Pero, con todo, el cobre usado hasta en instrumentos musicales fue un canto a la vida.
Más allá de secanos y llanuras estaba la India, donde se desarrollaba, en cierto modo paralelo al mundo egipcio y al sumerio, la llamada Civilización del Indo. Por milenios, progresó en conocimientos sobre la vida vegetal y su aplicación en la agricultura. Esa India muy antigua parecía brotada de la Tierra, pues todo era hecho de arcilla: casas, pueblos, utensilios; y en su máximo grado de avance se hicieron ladrillos y cerámica bien cocida. Pero un gran cambio sobrevino hacia el año 2500 a.C. al comenzar la gradual infiltración de gente caucásica proveniente del norte. Nunca fue una invasión, porque sucedió de modo lento aunque sostenido, y duró un milenio en que se destacan tres momentos. El primer contacto significó la introducción del cobre. Después, la llegada de técnicas avanzadas de metalurgia, lo que permitió hacer bronce. Finalmente, la irrupción del hierro, cruel y filoso, porque el hierro, más que cómo herramientas, llegó bajo la forma de espadas y lanzas.
Los inmigrantes provenían desde lo que hoy, más o menos, es el Turquestán. Al moverse hacia el sur, una porción se desvió hacia Irán, para constituir la base del pueblo iranio. La otra masa inundó los valles de Afganistán y se abrió paso hacia la India. Todas esas gentes se llamaban aryans (“arios”), por eso Irán se llama así, y en India hasta hoy hay una provincia llamada Aryana. Esos aryan tenían una notable cultura material y espiritual. Entre sus deidades más apreciadas estaba Rudra, descrito como rubicundo y gigantesco; de pelo rojo aleonado, ojos furiosos, y fuerza tan descomunal que podía manejar un mazo revestido de cobre. Rudra es un símbolo de la población que impuso su mando y hasta su manera de hablar. Rudra, el dios rojo y su leyenda heroica, es una idealización que describe el lento proceso en que triunfa el uso del cobre por sobre la greda y la cerámica; y seguramente sobre la malaria y muchas pestes. El cobre en India sí que cambió la vida. Una infinidad de actividades agrícolas se pudieron superar exponencialmente. La vida familiar y aldeana se remeció hasta las bases; también, como en Egipto, el cobre tuvo un efecto tremendo en la salud. Los utensilios de cobre acabaron con bacterias y toda infección que hacía la vida apagada y medrosa. Por eso, en India, hasta hoy, para expresar la alegría de la llegada de un nuevo tiempo auspicioso (el año nuevo hindú) se encienden infinidad de luces en pequeñas ánforas de greda simbolizando lo que muere y se extingue. A la medianoche se encienden candelabros de bronce, robustos y bien hechos, que expresan con poderosos fuegos, el despertar, la llegada de una etapa en la que ha de triunfar la vida y su enérgico y afortunado fluir.
El coronavirus ha hecho de las suyas, qué duda cabe. Pero tenemos el cobre, que si somos sabios y astutos, le daremos interesantes nuevos y universales usos. ¡Encendamos la lámpara que guíe a una era de trabajo y prosperidad!