De profesión kinesióloga, esta joven antofagastina de treinta y siete años, casada y con tres hijos, se declara una amante del tejido. Desde niña aprendió cómo tomar los palillos para los clásicos proyectos colegiales y mirando a su abuela materna. Aunque por años dejó esta habilidad relegada a la categoría de ocasional pasatiempo, un largo tratamiento médico provocó que retomara hilos y lanas de manera cada día más profesional, con talleres y cursos tanto en Chile como fuera del país.
Por Catalina Aparicio / Fotografías por Rodrigo Herrera
Hilanderas y tejedoras son personajes siempre presentes en la historia de la humanidad. Existen incontables mitos y leyendas sobre cómo sus manos van uniendo relatos y trazando el destino de las comunidades en las que viven: las Moiras griegas, las Parcas romanas, las Nornas nórdicas, Penélope, Helena de Troya, Aracné y Atenea, todas comparten un principio básico: el que teje, crea y transforma.
Macarena Gómez es portadora de este don desde muy pequeña, pero no lo tomó muy en serio hasta que la vida le mostró que palillos, algodones y lanas podrían ser algo más que un pasatiempo.
¿Cómo te iniciaste en este mundo del tejido?
Creo que partió mirando a mi abuelita materna, que tejía mucho. Mi mamá también tejía, pero era algo ocasional. Cuando realmente me entusiasmó fue en el colegio cuando tuve que hacer un proyecto. Todas tejieron un bolsito, pero yo tejí una tremenda mochila que, al final, se terminó rompiendo de tanto que la usé. Años después retomé el tejido más en serio mientras esperaba a mi primer hijo, volví a tomarlo en con el segundo y pasó lo mismo con mi tercera hija.
¡Y cómo combinabas tus proyectos con tres niños!
Tengo una familia muy aclanada y nos apoyamos mucho. Estoy felizmente casada con Percy Loayza y nuestros hijos son Percy (14), Cristóbal (11) y Rafaela (8) años que llenan mi día a día de actividades y sobre todo, de mucho amor.
¿Siempre tuviste apego por las manualidades?
En general sí, pero el tejido es lo que más me apasiona. De ser una entretención, se convirtió en algo mucho más importante cuando nació la Rafa. Yo tuve cáncer y viví un tratamiento súper largo.
¿Cómo fue el proceso de tu enfermedad?
Tuve un cáncer a los tejidos blandos que luego pasó a los huesos. Empezó estando embarazada, pero no quise hacer nada en ese momento. Me dije: “si es algo simple pasará, y si es algo grave no voy a exponer a mi guagua”. Esperé que naciera la Rafa porque pensé que mis malestares en la pierna eran por un tema de sobrepeso, pero no pasó, así que fui a un traumatólogo, y me dijo: «bueno puede ser una fractura por estrés o puede ser un tumor”. En los exámenes apareció claramente un gran tumor y por recomendación médica viajamos a Santiago. Rafaela tenía tres meses. Lo primero fue descartar la metástasis. Gracias a Dios el tumor estaba solamente en la pierna y eso nos permitía evaluar distintos tratamientos. Primero empezó la radioterapia y durante meses iba y venía para estar el fin de semana con mis hijos. En enero del año siguiente me hicieron un trasplante de hueso, de un donante cadáver que hubo que importar porque acá es muy escasa la donación. Después de eso había que esperar que se pegara el hueso.
Tuviste que esperar que reaccionara bien tu cuerpo…
Claro, en la operación se extirpó complemente el tumor, pero además de los seis ciclos de quimio y la radioterapia previas, tuve que reforzar con más quimios y la recuperación de la cirugía se atrasó. El hueso no pegaba y tuve problemas con la cicatrización. Estuve entre el 2012 y el 2016 con cirugías para tratar de recuperar el hueso y durante todo ese tiempo mi terapia fue el tejido.
Mientras mejor te sentías, más tejías….
Efectivamente. El 2016 tuve otra complicación con la pierna y ya estaba “chata”. No quería más guerra, ni operaciones, ni viajar, ni dejar a mis niños. Así que le dije al doctor: “no quiero más, córteme la pierna”, entonces me amputaron la pierna de la rodilla para abajo y, en diciembre de 2016, me pusieron mi primera prótesis.
“Hasta hoy no me arrepiento de nada. Desde que decidí operarme, jamás he mirado hacia atrás. ¡Yo no perdí una pierna, recuperé mis manos! Borrón y cuenta nueva, un comenzar de cero: con una pierna, con prótesis, pero con mi independencia de regreso, con mi hija a la mano. Parece algo irrelevante, pero cuando me enfermé, ella era una guagua y es increíble retomar aquellas cosas que son pequeños grandes lujos que nos regala la vida”.
VOCACIÓN Y TALLERES
Cuando la nueva vida de Macarena retomó la normalidad, también fue tiempo de recuperar su faceta profesional. “Mis amigas empezaron a preguntarme si podía hacer clases de tejido con trapillo. Yo era autodidacta y no me atrevía, así que en mis viajes a Santiago asistí a algunos talleres y así comenzó esta historia”, recuerda.
¿Empezaste a vender?
Al principio era una mezcla de clases y de ventas. Me hice un Instagram, un Facebook y de a poquito empecé a crecer. Trabajé más de un año en mi casa y mi marido me animó a profesionalizarme. Así creé mi propia empresa y cuando llevaba apenas una semana, me contactaron de Minera Zaldívar para ser profesora de tejido. Luego de eso, en agosto del año pasado, quise instalarme con una tienda y una vez más mi marido me apoyó con todo. Era una apuesta grande, pero ya tenía mi público. Empezó a ser todo más ordenado, traje más materiales. La chica que me proveía creció mucho también. Tuve mucha suerte de encontrarla en mi camino, se llama Francesca Cábala y pueden seguirla en @La NoninnaTejedora.
¿Te sientes cómoda ahora con los talleres?
Hoy estoy en el boulevard Patio Jacarandá y ha sido una experiencia increíble. Se ha creado un ambiente súper rico, que era uno de mis objetivos cuando pensé en la tienda: un espacio donde la gente pueda venir, mostrarme sus proyectos y yo poder enseñarles, explicarles y yo también aprender. Cuando se comparte, se genera una especie de clan donde no solo se viene a comprar sino conversar un ratito, a intercambiar conocimientos y esa es una de las cosas que yo quería lograr.
¿Cómo difundes los talleres?
Todo lo comparto en mis redes: Maki Araña en Facebook y en Instagram Makiarana. La nonna de Percy también tejía mucho y ella decía que la tejedoras somos “arañitas”. Mezclamos el diminutivo de mi nombre con este concepto que mezcla tejer con mucho trabajo y así nació Maki Araña. Es bonito y fácil de recordar.
¿Cuáles son tus desafíos próximos?
Seguir aprendiendo y quizás repetir la experiencia de un retiro tejeril en España. Fui con un grupo de tejedoras a clases en Barcelona y Madrid, en unos talleres dictados por unas españolas secas. También quiero explorar una tienda virtual, ampliar mi oferta de marcas y materiales, con productos exclusivos y de la más alta calidad. Quiero acercar lo que hay en Santiago y traerlo a mis clientes y a quienes aman tejer.
¿Te imaginas con otros proyectos?
Por ahora no… ¡es que ando de un lado para otro! Soy muy inquieta y la prótesis es dura, entonces debo darme tiempo para descansar.
¿Crees que la prótesis es un problema?
Para nada. Eran tantas mis ganas de recuperar mi independencia que lo asumo como parte de mi vida. Quiero mostrarme tal como soy y si alguien me mira en el supermercado, prefiero creer que no me están mirando como bicho raro, sino que están pensando: “qué bacán que tenga una prótesis y no se complique”. Bailo, hago deporte, voy a la playa, tengo una familia hermosa donde nos queremos mucho y nos acompañamos siempre. Me siento muy agradecida y espero lograr retribuir, poniendo el corazón en todo lo que hago.