La sangre azul

Por Marcelo Contreras

THE CROWN. NETFLIX.

“Y me cuesta encontrarles cualidades a favor a esta gente. No son sofisticados, cultos, elegantes, ni representan un ideal”. Margaret Thatcher, la “Dama de hierro”, repasa a la realeza mientras apenas soporta su estadía en el palacio monárquico de veraneo, el legendario castillo de Balmoral, en esta cuarta temporada de The Crown. El ciclo se concentra en los complejos años ochenta, cuando la primera mujer primer ministro en la historia de Gran Bretaña, privatizó al eximperio con un saldo de alta cesantía, junto con reducir el Estado y el poder de los sindicatos. En esta cuarta temporada de la serie dramática que aborda el reinado de Isabel II, los personajes femeninos concentran más que nunca la atención y la tensión. A la llegada de Thatcher, se suma Diana Spencer, Lady Di como se le conoció hace cuarenta años, una jovencita aristocrática y naïve, empecinada en una vida principesca sin intuir en lo más mínimo los costos de sus anhelos; en su caso, compartir al príncipe Carlos con Camila Parker Bowles.

Como suele ocurrir en The Crown, las expectativas y deseos de los personajes chocan violentamente con un entramado que perpetúa el poder, la tradición y el deber. Para vivir esa existencia que la serie expone acorde a la descripción de Thatcher —las preocupaciones de los Windsor se resumen en viajes, cacerías, comidas, juegos de salón y chismes—, la mayoría de sus integrantes se ve obligado a renunciar a amores y verdaderos intereses.

La trama muestra cómo estas mujeres distintas entre sí lidian con la hegemonía masculina, a pesar del poder manifiesto de la reina y de la primer ministro, y el auge de la princesa de Gales, que despierta celos en las restantes figuras monárquicas, al mostrar cercanía con el pueblo, esa misma gente que la familia real evita a toda costa, encerrada en castillos y saludando a la distancia. Sin embargo, Diana también es desmitificada. Según este retrato, tras el carisma había vanidad y ligereza. El encanto de The Crown sigue intacto con grandes actuaciones y un notable despliegue de producción, al humanizar estas vidas aparentemente ideales donde nadie parece muy feliz a pesar del lujo ilimitado, el escaso trabajo y los incontables sirvientes. Soberanos y a la vez prisioneros de la sangre azul.