Guillermo Lorca, pintor: Realismo mágico

Al filo de la noche, el imaginario onírico de Lorca cobra protagonismo absoluto. El lienzo no solo se va cargando de colores y pátinas, sino de deseo, delirio e inocencia; el sello inequívoco de un pintor que, con su talentosa brocha, evoca los sentimientos más primitivos y profundos del ser humano. “Pintar es un acto de fe”, asegura desde su casa-taller en Chamisero.

Por Macarena Ríos R./ Fotografías Andrea Barceló A.

Se ve desde la entrada de la casa. Se llama El hombre de mis gatos y Guillermo ya perdió la cuenta de las veces que lo ha intervenido. El mural, de grandes dimensiones —3,50 por 4,50 metros para ser más exactos— es lo primero con lo que uno se topa al entrar al pequeño reino que construyó el pintor en el valle de Chicureo.

Inquietante, como todas sus obras. Tenebrosa, como todas sus obras. Perturbadora. Un mundo de fantasía que bien podría ilustrar los cuentos de Hans Christian Andersen o los Hermanos Grimm, pero no. “Retrato las pulsiones de la vida, me gusta que mis cuadros tengan quiebres, porque incluso en los cuadros más trágicos hay belleza y esperanza”.

¿Qué te pasa cuando pintas?
Cuando pinto me pasan tantas cosas, porque es mucho rato, que es distinto a cuando estoy armando un cuadro, que es la parte del proceso creativo más excitante: cuando te estás acercando a lo que quieres lograr para que la obra, para que el contenido de la escena y el relato que se arma, tenga potencia visual. Eso me importa.

¿Cómo es ese proceso creativo?
Mi método de trabajo es complejo, siempre estoy atento a lo que me llama la atención, voy recopilando imágenes y armo carpetas con notas, fotos, invenciones, que más tarde uno con bocetos. Y voy haciendo el proceso de imaginería para poder llegar a lo que quiero mostrar. Es complicado trabajar con muchos elementos al mismo tiempo, pero ahí está el desafío.

¿Eres de hacer visitas guiadas?, ¿de explicar tu proceso creativo en cada una de las obras?
No sé qué tanto aporte una visita guiada. Pintar es como hacer una canción, es más espontáneo, no es algo que uno pueda dirigir, entonces hay más anécdota, más historia en cómo se gestó la obra, que en la obra en sí.

¿Y ese permanente juego entre maldad e inocencia, belleza y violencia?
No son antagónicos, comparten la misma naturaleza; he observado que se da harto en el arte primitivo, en los rituales antiguos, en las culturas ancestrales. Parte de nuestra experiencia humana, de nuestros impulsos y sentimientos están simbolizadas en estos espíritus de la naturaleza, en esta suerte de demonios.

¿Lo que vemos en tus cuadros son tus propios demonios?
Claro, pueden ser demonios o cosas buenas. Algunos elementos se repiten, son más constantes.

Como los animales, que cruzan toda tu obra
Yo creo que los artistas tienen ciertos tótems, seres que te representan, que hablan de algún momento tuyo, de sensaciones, que tocan las fibras más profundas y antiguas, como las religiones animistas.

¿Te acomoda el formato grande?
Me acomoda el formato de la composición, me gusta que sea parecido a la realidad. Pero fue más un accidente que otra cosa.

¿Qué te inspira?
Necesito planificar un cuadro, pero hay un pulso que produce la magia, que crea la necesidad de plasmar en una tela lo que yo quiero.

¿Y qué quieres?
Pintar los sueños.

UN PEDAZO DE VIDA

Artífice de El encuentro, que por estos días se exhibe en el Centro Cultural El Tranque —y que en septiembre cruzará el Atlántico para aterrizar en Londres de la mano del subastador y coleccionista suizo Simón de Pury—, tenía ocho años cuando comenzó a pintar con óleo. “Me volvió loco de niño, de adolescente me metí más en el deporte, pero a los dieciséis lo agarré con fuerza de nuevo”. Y no lo soltó más. La historia es conocida: dejó la universidad, se convirtió en discípulo del pintor noruego Odd Nerdrum y comenzó a exponer. Ciudad de México, Turín, Barcelona, Sicilia, Santiago.

“De Nerdrum traté de sacar en limpio el espíritu, ese no sé qué que le da alma a los cuadros, su relación con la pintura. Más que un docente, un maestro, era una especie de figura sagrada y se armaban sectas espontáneas. Un clima curioso con el que conviví seis meses”.

Sindicado como el artista más joven en exponer individualmente en el Bellas Artes —que adquirió su obra Vida eterna—, y en la estación de metro Baquedano, dice que la pintura figurativa “ha vuelto a tener peso, hay una suerte de reivindicación a nivel mundial. Debe haber algo que gusta en la artesanía, en la plasticidad, en ese toque humano medio imperceptible que produce otras sensaciones”.

¿Y el arte abstracto?
No es que no me guste el arte abstracto, lo encuentro entretenido, pero no tengo nada que decir ahí. Puedo jugar con la materialidad, jugar con resina, tirar unas manchas, fumarme un pito y ver qué pasa.

¿Quiénes son tus referentes?
Son varios. De la pintura clásica, Rembrant, Sorolla, Franz Von Bayros, Gustav Doré y  Arthur Rackham. Y también mucho referente de cine y animación japonesa.

Te comparan mucho con los pintores barrocos
Los pintores antiguos son referencias del oficio, eso es inevitable. Son las vacas sagradas en la pintura. Lo que me interesa es llevar mi pintura lo más lejos posible.

¿Qué buscas lograr con tus cuadros?
Lograr un objeto preciado, y ojalá dejar un pedazo de vida.

ARTE INSPIRADOR

La puerta tallada de la entrada del taller se la trajo de la India. Igual que la de su casa, distante a unos metros. En él conviven con total libertad sus pinturas, sus atriles, sus pinceles y la paleta, donde mezcla con un virtuosismo innegable los colores que más tarde darán vida a escenarios personales y únicos. “Hay que tener mucha paciencia con esto, porque la vida anda muy rápido y este es un proceso antiguo, mucho más lento”.

¿Cuál es el mejor momento para pintar?
Me gusta pintar de noche. Soy seco para el youtube, escucho de todo, programas tontos, conferencias, audiolibros, hay días en que ando más musical, pero no siempre.

¿Alguna obra que haya quedado en tu retina?
Casita de dulces (formó parte de la exposición en la galería Hilario Galguera, en Ciudad de México el 2012). Me gustaba mucho, además que la tuve harto tiempo en mi casa y cuando las tengo tanto tiempo ya forman parte de mí. Ese valor simbólico, esa magia que agarran los objetos, se da con el tiempo.

Y fue precisamente Casita de dulces la obra con la que su mamá, la escritora Beatriz García-Huidobro, ilustró la portada de su libro Hasta ya no ir. “Ella siempre me ha incentivado. Me llevaba a museos y me mostraba libros de arte desde que tengo recuerdos. Además que el talento artístico viene de ella”.

Las obras de Lorca conviven en las paredes de su casa con grabados y pinturas del austríaco Von Bayros, los chilenos Víctor Castillo y Rafael Yaluff y el colombiano Felipe Alonso, con quien compartirá plaza en una exposición que tiene programada en Barcelona para enero del 2020. “Estarán también Alex Kanevsky y Golucho, pesos pesados de la pintura figurativa”.

¿Qué otros proyectos tienes en mente?
Tengo un libro, Vida eterna, que se está comercializando en Europa y Estados Unidos. También estoy en conversaciones con una editorial española para sacar un buen libro de arte este otro año. Europa es un mercado infinitamente más grande y más consumidor de arte que el chileno.

¿Cuál ha sido tu obra más desafiante?
Siempre las más desafiantes son las que van a venir.

 

“No sé qué tanto aporte una visita guiada. Pintar es como hacer una canción, es más espontáneo, no es algo que uno pueda dirigir, entonces hay más anécdota, más historia en cómo se gestó la obra, que en la obra en sí”.

“No es que no me guste el arte abstracto, lo encuentro entretenido, pero no tengo nada que decir ahí. Puedo jugar con la materialidad, jugar con resina, tirar unas manchas, fumarme un pito y ver qué pasa”.