Tuvieron que salir del país con lo puesto. La guerra los sorprendió en Dragobrat, región de los Cárpatos, a donde habían ido de vacaciones. Chileno él, ucraniana ella, debieron cambiar de planes y salir hacia Polonia. Ya en Chile, un poco más tranquilos, hablan de la travesía que tuvieron que vivir y lo que implica para ellos una guerra que no buscaron y que ya lleva más de cincuenta días.
Por Macarena Ríos R./ Fotografías Javiera Díaz de Valdés y gentileza entrevistados
Un par de semanas antes del conflicto, a Gonzalo Sáez lo contactaron del consulado chileno en Polonia. Querían saber dónde estaban y cuántos eran. “Yo creo que inteligencia internacional estaba en alerta por lo que iba a pasar”, comenta. La noche del 23 de febrero, lo volvieron a llamar para preguntarle si tenía su pasaporte vigente. “Estábamos en un centro de esquí en Dragobrat de vacaciones. Era nuestra última noche antes de volver a nuestra casa en Odesa. Les dije que sí, pero que no lo tenía conmigo, que estaba en mi casa. Macanudo, me contestaron, ojalá que no hablemos más”.
Al día siguiente, a las siete de la mañana, los despertó el teléfono. Era Karina, una de las hermanas de Violetta. “Despiértense, empezó la guerra. Nos están bombardeando”.
Habla Violetta: “Mi hermana conoce a mucha gente y nos dijo que nos fuéramos en tren a Lviv, y nos alojáramos en casa de Svyatoslav, un amigo suyo. El plan era viajar a la frontera con Polonia y salir lo más rápido posible de Ucrania”. Lo que le preocupaba, más que nada, era la salud y el bienestar de su hijo.
Experiencia en situaciones de emergencia ya tenían. En 2011, para el terremoto en Japón, habían tenido que recurrir a la embajada chilena para que los evacuaran ante el peligro de radiación de la central de Fukushima.
“Llamé al consulado y les dije que nos tenían que sacar como fuera”, cuenta Gonzalo. “Pasamos la noche en Lviv. A pesar de que, en general, los ucranianos son muy alegres y hospitalarios, al llegar allá el ambiente estaba tenso, enrarecido, la gente muy nerviosa… Habían avisado que iban a bombardear esa zona. Esa noche hablamos poco, muy poco. Estábamos asustados. Nos despertaron al alba las sirenas que alertaban sobre un posible ataque aéreo”.
Pero no hubo ataque.
Era el 25 de febrero.
Tomaron un taxi que los llevó a la ciudad fronteriza de Rava-Rus’ka. Una fila interminable de autos se extendía por unos quince kilómetros hasta la frontera polaca. Habla Gonzalo: “Cuando quedaban un par de kilómetros, los militares no nos dejaron seguir en auto. Tuvimos que hacer el resto a pie. Menos mal que no hacía tanto frío”.
¿De qué temperatura estamos hablando?
Un grado.
¿QUIÉNES SON, PAPÁ?
Al bajarse del auto, se unieron a las demás personas que caminaban hacia Polonia bajo un sol todavía invernal. Hombres, mujeres, ancianos y niños, con la incertidumbre pintada en sus caras. También algunas mascotas. Muchos de ellos con lo puesto y apenas un bolso para llevar una vida de recuerdos. “Me sentía triste, muy triste. Había mucha gente junto a nosotros, se hablaba poco”, recuerda Violetta.
Caminaron cerca de un kilómetro y medio sin saber si iban a poder cruzar. Cada uno con una mochila al hombro y una maleta pequeña con toda la ropa de abrigo que pudieron meter. “Llevábamos agua, galletas, lo que pudimos comprar. Nos trajimos lo imprescindible; nuestras maletas se quedaron en Lviv”.
Cuentan que las autoridades tuvieron que abrir la frontera para que la gente pudiera cruzar a pie.
Habla Gonzalo: “El escenario era desgarrador, porque solo las mujeres y los niños podían salir de Ucrania. La guerra había activado la Ley Marcial, que establece que todos los hombres entre los dieciocho y los sesenta años tenían que quedarse en el país, porque podían ser llamados por el ejército. Emocionalmente fue fuerte, sobre todo porque tratábamos de que Fernando no se diera cuenta”.
¿Lo lograron?
El lugar estaba lleno de militares vestidos de combate, con fusil largo de guerra. Juntaban a la gente que quería cruzar a pie en grupos de cincuenta personas. Mi hijo los vio, imposible no distinguirlos. ¿Quiénes son, papá?, preguntó. Le dijimos que era el ejército ucraniano y que estaba ahí para protegernos.
Mientras caminaban, estaban en permanente contacto con la gente del consulado que ya iba camino hacia la frontera.
En el cruce limítrofe, a Gonzalo no lo dejaron salir de Ucrania, porque no tenía documentos. Habla Violetta: “yo tenía mi cédula de identidad ucraniana y Gonzalo también, pero al ser extranjero necesitaba el pasaporte para poder salir del país. Polonia y otras naciones de Europa habían cancelado todas las restricciones de movilidad para poder recibir a mujeres y niños ucranianos, pero no así a los extranjeros”.
A lo lejos vieron un auto diplomático que se acercaba. Una bandera chilena flameaba como distintivo. Tuvo que cruzar la frontera polaca y llegar hasta el límite con Ucrania para ir a buscarlos. Les llevaban pasaportes de emergencia a Gonzalo y a Fernando, el hijo de ambos de seis años.
“Nos encontramos con otros chilenos. Incluso uno le dio un beso a la bandera chilena. Venía arrancando desde Kyiv con su señora y su hijo cuando la ciudad comenzó a ser bombardeada”, recuerda Gonzalo.
Habla Violetta. “Yo estaba en permanente estado de miedo y pánico. Cuando cruzamos a Polonia, tenía claro que había llegado a un lugar seguro, pero mi corazón estaba alterado y no me sentía tranquila. Tenía mucha angustia y ansiedad, sobre todo por mi hijo, que no tenía por qué estar viviendo todo esto a su edad. Estaba paralizada, no podía pensar”.
Polonia abrió inmediatamente las fronteras. No hubo exigencia de pasaporte ni de examen COVID. Dicen que fue impresionante la acogida de los polacos.
Llegaron a las doce de la noche a Varsovia. Había banderas ucranianas por toda la ciudad, “en las casas, en los trenes, en los buses, en los museos, en todos lados. Deben de haber cerca de dos millones de refugiados en Polonia, pero no ves refugios propiamente tal, tampoco tiendas de campaña con gente durmiendo en el suelo ¿y sabes por qué?, porque la gente los ha acogido a todos en sus casas”, asegura Violetta.
Estuvieron cerca de diez días en Polonia. “Tuvimos que viajar a Wrozlav, donde vive una prima. Nos demoramos mucho en llegar, son cerca de 350 kilómetros. Ahí me encontré con mi mamá, que también había salido de Ucrania. Ella me traía el pasaporte y otros documentos. Hablamos de la importancia de ir a un lugar seguro y de que era una locura lo que estaba pasando. Una locura”.
¿Y tus hermanas?
No las alcancé a ver, porque dos de ellas llegaron después. La tercera se quedó en Odesa con su novio. No quiso irse sin él. Ella ahora está cuidando a nuestra abuela que también está en Odesa.
El 7 de marzo se embarcaron vía Air France a Chile. “Yo ya había vivido un tiempo acá, es un país muy amigable, y acá está la familia de Gonzalo. Recién cuando nos bajamos del avión sentí alivio y tranquilidad. Recién acá”.
“SOY LIBRE”
Violetta Udovik tiene treinta y cinco años, tres hermanas y habla cinco idiomas: ucraniano, ruso, inglés, español y japonés. Es licenciada en Relaciones Internacionales en Odesa, Magíster en Relaciones Internacionales en Ucrania y de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Tokio y con un doctorado en Historia Mundial. El Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania la contrató para trabajar en su embajada en Japón. Llevaban recién seis meses de vuelta en Odesa, luego de hacer estado cuatro años en Tokio, cuando estalló la guerra. “Yo hablo ruso, toda mi vida lo he hecho, pero eso no significa que sea rusa y que me tengan que venir a liberar, soy ucraniana y soy libre”.
¿Cuál es el sentimiento del pueblo ucraniano?
Que los rusos se apropiaron de nuestra historia. Todo lo que la gente cree que es ruso, en realidad es ucraniano y eso a los rusos nunca les ha gustado. La Rus de Kyiv se fundó mucho antes que Moscú. Los rusos, para satisfacer sus ambiciones imperiales, quieren retomar el control de toda el área de la ex Unión Soviética. El objetivo es destruir a Ucrania, a su gente, su cultura y su idioma.
“Nosotros valoramos la libertad, somos un pueblo profundamente democrático, lo que pasa es que hemos estado dominados durante mucho tiempo. Toda nuestra historia ha estado marcada por la lucha por la independencia”.
¿Esperaba Rusia este nivel de resistencia?
Durante los primeros ataques rusos por el norte, no solo nos defendió el ejército, sino los llamados grupos de defensa territorial, que son voluntarios que se inscriben y reciben entrenamiento militar. Hemos visto a abuelas, a gente en silla de ruedas hacer molotov, a mujeres hacer mallas para camuflajes. Hay historias que hablan de campesinos ucranianos que se han robado tanques rusos con un tractor. La resistencia es global y eso Rusia nunca lo esperó. Para ellos el discurso era que en Ucrania iban a ser recibidos con los brazos abiertos, flores y banderas rusas.
“¿Sabes lo que hacen las abuelas? Les dan semillas de girasol a los soldados rusos. Guárdelas en el bolsillo, para que cuando mueran se transformen en girasoles, eso les dicen”.
¿Qué dice el pueblo ruso?
Lamentablemente, la mayoría el pueblo ruso está de acuerdo con la guerra. Yo tengo familia allá que no nos creen, que no creen que nos están bombardeando, que piensan que nos estamos autosaboteando, ¡cómo pueden pensar eso! Ahora están bombardeando civiles, lo puedes ver en las noticias, no son mentiras, está pasando, es algo real. Abren corredores humanitarios a través de negociaciones que después los rusos no respetan. Es un verdadero genocidio, un crimen contra la humanidad. Putin quiere destruir Ucrania, porque lo encuentra una amenaza para su régimen, porque somos una nación democrática y desarrollada que hemos salido adelante alejándonos de Rusia.
“¿Sabes lo que pasó en el teatro de Mariúpol? Hace un par de semanas lo bombardearon. Era uno de los refugios más grandes de la ciudad y lo bombardearon. No les importó el letrero gigante en ruso que decía “niños”. Había cerca de seiscientas personas ahí. Sobrevivieron los que estaban en el subterráneo. No había ningún objetivo militar cerca. ¿Cómo un ser humano puede conscientemente matar a los niños? ¿En qué estaba pensando ese piloto? Lo que está pasando en Mariúpol, como en muchas otras ciudades, es el símbolo de la crisis humanitaria que estamos viviendo. Es inimaginable”.
“He leído historias de personas que han estado en subterráneos durante diez días sin luz, ni agua, ni comida. Y con niños. Supe de la historia de una profesora de un hogar de niños, que cuando empezó la guerra se hizo cargo de ellos. Ese día fue a trabajar porque no podía dejarlos solos. De los treinta y cinco niños, cinco fueron retirados por sus familias y los treinta restantes se quedaron a su cuidado. Ella dejó su casa y se refugió en el sótano con ellos junto a sus dos hijos. Como el edificio fue bombardeado, los trasladaron a una iglesia, a una habitación de dieciséis metros cuadrados durante dos semanas. Mientras sentían las bombas allá afuera, y los niños gritaban y lloraban, la profesora rezaba en voz alta. De Mariúpol los trasladaron a los Cárpatos donde felizmente están bien y fueron acogidos”.
¿Cómo ves el futuro?
Vamos a luchar hasta el final, vamos a ganar esta guerra. Porque no solo estamos protegiendo a nuestro país, sino que también estamos luchando por un mundo más humano y civilizado. Estamos agradecidos del pueblo chileno, así como del apoyo de muchos otros países. Es importante que la gente entienda que esta guerra no tiene ninguna justificación, que es un verdadero genocidio como el que ocurrió a principio de la década de los años treinta, cuando millones de ucranianos murieron de hambre a causa de la incautación de las granjas, los campos de cultivo y los alimentos por parte de Stalin y los comunistas. El llamado Holodomor: holocausto ucraniano.
Mientras, Violetta y Gonzalo se están rearmando en Chile. “Estoy muy preocupada por mi país, pero muy agradecidos de estar vivos. La ayuda de los diplomáticos chilenos fue extraordinaria y les quiero dar las gracias. Su apoyo fue crucial”.
¿Y ahora?
Ya nos dimos cuenta de que no siempre todo va según tu plan y que hay que tener fe. Vamos a ver qué pasa, nos vamos a quedar un tiempo acá. Me gustaría ver a mi mamá, a mis hermanas, a mi abuela. Ha sido terrible.