Esteban Rojas: Por amor al arte

escultor

Artista curioso e incansable, decidió ser escultor en plena pandemia. Desde el taller que comparte con su mentora, la talentosa Carolina Ramos, trabaja con acero, madera, soldadura y algo más. Porque la fuerza que le imprime a sus obras es innegable, así como la pasión con la que habla de este oficio que le robó el corazón. “El vivir de esto es una bendición”.

Por Macarena Ríos R. /Fotografías Javiera Díaz de Valdés

Luego de unas vacaciones reponedoras, donde recarga esa energía vital que regala el sur, está de vuelta en el ruedo. Ese que implica encerrarse en el taller cada mañana y trabajar sin parar. “El taller es mi segunda casa, donde creo y me siento cómodo”.

Botes, globos aerostáticos, toros, caballos, ciervos, la imaginación creativa es infinita, así como las ganas de seguir creciendo. Con paciencia, esmeril, taladro y una soldadora, Esteban da vida a sus obras, serrucho en mano. También el martillo, el yunque y un cortador plasma son parte de las herramientas con las que convive en su día a día.

“Mi gran fuente de inspiración es la naturaleza. Parafraseando al gran Picasso, lo importante es que la inspiración te pille trabajando. Todo nace en el taller y en el trabajo. Puedes tener muy buenas ideas, pero se van rápidamente, son efímeras. El arte demanda mucho tiempo, para concretar una idea se requiere de mucho ensayo y error, pero cuando la obra fluye, lo hace de un minuto a otro”.

¿Quiénes son tus referentes?
Tengo grandes referentes como Sergio Castillo, Francisco Gazitúa, Palolo Valdés. El trabajar con otro artista te forma, estás siempre retroalimentándote, hay críticas constructivas que te van enseñando y educando, que te hacen crecer. La formación más importante es poder compartir con otro artista siempre desde el respeto y trabajar, trabajar mucho. Carolina Ramos es una tremenda maestra. Ella ha sido la gran impulsora para crear.

¿Cuál ha sido el trabajo más desafiante?
Uno de los trabajos más desafiantes y más lindos por un tema simbólico, fue el de la Universidad de la Frontera. Ellos me encargaron hacer una bandurria, que es un ave característica del sur de Chile y el símbolo de la universidad. Mide cerca de dos metros y es un tremendo orgullo porque está en el lugar donde nací, en un lugar público donde lo pueden ver todas las personas. Formato de fierro y madera que tiene una energía fabulosa.

Autodidacta, se acuerda perfecto de su primera escultura. “Fue un toro. Como me encanta la pesca, en el sur me topé en la orilla de un lago con un trozo de madera moldeado por el agua y la arena y lo llevé al taller. Lo puse en el mesón y las formas se fueron dando solas. Fue un proyecto que me resultó muy cómodo. De ahí en más siguieron más figuras y surgieron otros lenguajes”.

¿Qué sientes cuando expones?
Exponer siempre es un desafío. Cuando lo hago siento felicidad e incertidumbre, porque lo que uno espera es que la gente conecte con tu obra. Felizmente he tenido muy buena recepción del público.

¿Siempre fue la escultura tu forma de expresión?
Siempre. Este es el formato que amo y lo que más me acomoda, con lo que más conecto. Es una forma única de expresión. Siempre supe que quería dedicarme al arte y a la escultura. Y aquí estamos.

¿Qué mensaje buscas entregar con tus obras?
Todos sabemos que el arte es subjetivo. En este momento mi fuerte es lo figurativo. Me gusta transmitir la fuerza de la materia a través del caballo, el toro o el ciervo, me gusta que la gente pueda sentir esa fuerza, que la pueda visualizar. Con los botes me gusta transmitir la calma, la quietud. Me encantaría que en ellos la gente viera paz y tranquilidad. Creo que el buen arte es el que te hace conectarte.