Escucha el murmullo

Por Marcelo Contreras

Primero fueron mil copias, puestas a la venta el 13 de diciembre de 1984 por el sello Fusión, de la disquería homónima propiedad de Carlos Fonseca, como si se tratara de una bomba de tiempo. Al año siguiente, el casete estalló tras el relanzamiento mediante un contrato con la legendaria discográfica EMI. La Voz de los 80, de Los Prisioneros, cumple cuarenta años, un momento crucial en nuestra historia contemporánea, un cisma en la cultura pop chilena.

El trío de Jorge González, Claudio Narea y Miguel Tapia disputa eternamente con Los Jaivas el título de la banda rock más grande que ha dado el país. Los fans de los viñamarinos podrán esgrimir la originalidad y el norte progresivo de su obra, desatando una eterna raigambre en la masa desde los humildes hasta la élite; en tanto, el grupo de San Miguel se convirtió en un fenómeno popular de vertiginoso ascenso con un inédito nivel de identificación entre los jóvenes, pero también generaba recelos y rechazos por el resentimiento que exudaban sin culpa.

La Voz de los 80, con su textura delgada y chillona, sonaba como radio AM por el canto destemplado, la guitarra crujiente y la batería de escasos recursos. La radio Concierto, la más prestigiosa de la frecuencia FM, descartó programar sus canciones esgrimiendo la calidad del registro, pero la razón era más sencilla: no eran del agrado del director Fernando Casas del Valle.

Las falencias del sonido y los soslayos mediáticos —al desprecio de Concierto se sumó el veto de Televisión Nacional—, eran asuntos menores frente a la extraordinaria artesanía compositiva. Con apenas diecinueve años, Jorge González escribió letras estremecedoras que captaron la atención de inmediato. Los versos oscilaban entre la geopolítica, críticas sociales y dardos generacionales —Latinoamérica es un pueblo al sur de Estados Unidos, Mentalidad televisiva, Sexo y Nunca quedas mal con nadie, respectivamente—, y el romance desde la perspectiva del desamor en títulos como Paramar y Eve-Evelyn.

El nivel de desenfado y lucidez resultaba irresistible —“córtala con la selva de cemento, no aguanto tus artísticos lamentos”—, en tanto cada canción era absolutamente bailable y coreable. No había forma de no memorizar las líneas de esta banda de rock chileno, que remeció para siempre nuestra idiosincrasia.