Para muchos, el humor ha sido el vínculo social que ha permitido sobrellevar confinamiento y frustración, más aún cuando la emergencia sanitaria comienza a generar crisis en los sistemas de asistencia pública. Resulta una forma más honesta, si se quiere, de narrarnos a nosotros mismos una realidad que supera a la ficción, que hoy más que ayer, desvela para algunos realidades incómodas y para otros unas muy añosas. Helga Kotthoff, Ph. en Filosofía, afirma que esta práctica discursiva está dada en función de relaciones de poder y suelen tener una jerarquización más bien patriarcal. Aunque hoy se tienda a cierta equidad, es difícil encontrar en algunas áreas del humor, como la caricatura, mujeres que se desempeñen en ellas.
Vilma Vargas es una de las pocas caricaturistas que se anima a ilustrar la realidad política desde la sátira. Se inicia a los diecisiete años en este oficio con una lectura más bien intuitiva, que luego reafirma a partir de cuestionamientos personales. Encaminada por elecciones, capacidades y deficiencias, escoge el arte y la caricatura como catarsis, frente a la molestia y frustración generada por la coyuntura sociopolítica.
Ciertamente el humor y el poder no suelen congeniar, menos cuando la caricatura política suele ir dirigida a los poderosos, siempre desde una vereda distinta que está justo al frente y que jamás será trasgredida; porque es la denuncia del débil o de los que no tienen justicia ni voz y, en ocasiones, de minorías enormes. Esto exige un proceso riguroso y un sinfín de cuestionamientos porque la caricatura, afirma la artista, es duda ante todo, y debe identificar claramente a los personajes procurando exactitud en la comprensión del tema y su contexto.
Visualizar las cosas risibles en la actualidad sociopolítica, le ha permitido sensibilizar de otra manera, estableciendo una verbalización y reflexión del mundo distinta. Sin embargo, aunque sus dibujos no sean ficción, pues se generan a partir de hechos, señala que la mayor contradicción en esto es un público que se escandaliza por ellos y no necesariamente por la realidad que los origina, que suele ser peor. En este contexto señala que los editores suelen ser los que dan la pelea en el ring, pero que, sin duda, son los caricaturistas quienes dan el nocaut.