La rentabilidad financiera ya no es el único parámetro para medir la actividad corporativa; ahora prima un enfoque que busca generar beneficios en tres dimensiones: económica, social y ambiental. El concepto está estrechamente relacionado con la idea de sostenibilidad y responsabilidad social de las compañías, entendiéndolas como actores relevantes dentro de las comunidades, cuyas acciones van mucho más allá de generar dinero.
Desde que se fundara en Inglaterra la primera organización económica formal a partir del 1600 —la Compañía Británica de las Indias Orientales—, hemos vivido rodeados de empresas de todos los tamaños y rubros imaginables, compartiendo siempre la meta de obtener ventajas económicas. Durante muchas décadas esta fue la realidad y nadie se cuestionaba el impacto de su quehacer, ni tampoco si las cosas podían ser distintas.
Hoy, las cosas han cambiado. Las empresas pueden ser catalizadoras del cambio y mejorar la vida de las personas, integrando prácticas y políticas que fortalezcan el desarrollo sostenible, la inclusión, la diversidad, la innovación y la participación activa en desafíos sociales al involucrarse con fundaciones y ONG en el apoyo de campañas y proyectos que consisten —entre varios ejemplos— en mejorar el acceso al agua potable en zonas alejadas, impulsar iniciativas para aumentar el reciclaje, utilizar la tecnología para favorecer a grupos locales o financiar programas de educación, deportes, entretención o salud.
En Chile también contamos con varios ejemplos de relacionamiento exitoso que pueden servir como referentes para crear sinergias. Por ejemplo, 1ko (Bajos de Mena, Puente Alto), propone un modelo disruptivo que potencia el valor artístico de las comunidades, creando una empresa social de diseño y creatividad que permite rescatar y visibilizar el talento local, facilitando que los artistas participen en las ganancias de la venta de sus productos y estableciendo alianzas con firmas de retail de distribución nacional para ampliar el alcance.
La adopción de políticas sostenibles y responsables es parte del compromiso de las empresas con el bienestar general de la sociedad y, desde este punto de vista, su puesta en práctica no debería verse como algo forzado, sino más bien como un factor que es parte del core del negocio y que, a nivel estratégico, tiene la misma importancia de los planes que se realizarán año a año para maximizar las operaciones, ahorrar costos y mejorar la eficiencia.
De hecho, está comprobado, a través de numerosos casos de éxito, que las compañías que cuentan con un propósito claro y una orientación socialmente responsable tienden a ser más exitosas y sostenibles a largo plazo, porque esa misma mirada integral les ayuda en su desempeño, reputación y posicionamiento, gracias a un impacto significativo que supera las operaciones comerciales regulares.
Además, hay otro factor para considerar. La ciudadanía y los consumidores están cada vez más conscientes del rol que cumplen las corporaciones en desafíos como la crisis climática y el buen uso de los recursos, y ya no están de acuerdo con aceptar ciertas prácticas que antes eran incuestionables. Un estudio de la Escuela de Negocios de Harvard reveló que más del 60% de las personas están dispuestas a pagar más por un producto responsable con el medio ambiente, mientras que diversas investigaciones aseguran que los talentos tienen mayor porcentaje de permanencia si las empresas para las que trabajan cuentan con metas inclusivas y conscientes.
Por eso, optar por un camino sustentable es mucho más que una sugerencia, es casi un imperativo para enfrentar, correctamente, los retos vigentes en el mundo actual. En el caso de Chile, en los últimos cinco años hemos vivido procesos sociales, tecnológicos y económicos que dejan en evidencia que el mundo cambió y no hay vuelta atrás. Ahora, depende del sector privado, de los futuros liderazgos y de todos nosotros construir un nuevo escenario que mire a futuro con esperanza, optimismo, unión, inteligencia colectiva y sentido social.