Desde su taller en Batuco, Tola Navarro transita su propio camino artístico en absoluta libertad. Solo necesita papel, espray y una plancha para crear nuevos universos que más tarde inmortaliza en su cuenta @tola.art. En esta entrevista, habla de cómo las redes sociales lo catapultaron al mundo y se convirtieron en una galería propia, de su reciente paso por ArtStgo y la exploración de la tela como un nuevo soporte.
Por Macarena Ríos R./ Fotografías gentileza entrevistado
Dice que pinta desde que tiene memoria —“mis primeros recuerdos son de prekínder pintando sobre papel craft”—, que su primer cuadro lo vendió a los dieciocho años en la galería de un amigo de su papá, cuando le gustaba más la mancha, Pollock y Picasso, y que terminó estudiando Arquitectura, tal vez por culpa de la clásica frase “no se puede vivir del arte”.
Mientras se formaba como arquitecto, exploró su veta artística tomando cursos y talleres que derivaron en un Minor en Historia del Arte. Cuando estaba trabajando en las oficinas de Cazú Zegers y Emilio Arancibia participó en su primera exposición colectiva llamada No lo puedo evitar, cuyo título es una suerte de declaración de intenciones que se mantiene hasta hoy: “no puedo evitar pintar”.
El proceso evolutivo de su obra se vio reflejado en su tránsito por diversas disciplinas: hiperrealismo, escultura en alambre, en madera y su exploración con el papel que, en pandemia, se hizo más evidente, sobre todo porque los videos que comenzó a subir a su cuenta de Instagram, mostrando el proceso de sus obras, se hicieron virales. “Me convertí en una suerte de mimo que mostraba su obra a través de videos. Encuentro genial mostrar cómo se hacen las cosas, compartir el proceso, revelar cómo el papel se transforma, cómo una arruga puede dar origen a algo único”.
¿Cuánto de arquitectura hay en tu trabajo?
Muchísimo.
Cristóbal acerca a la cámara un pedazo de papel color verde doblado como origami. “Esto es pura arquitectura, es pensar tridimensionalmente. Para mí fue fundamental haber estudiado esa carrera; el volumen, la técnica, el perder el miedo a trabajar e investigar con todo tipo de materiales tiene que ver con lo que hago, que es tomar el material y llevarlo hasta el límite, mostrando todas sus cualidades”.
En la tranquilidad de su taller, Tola no deja de experimentar. Juega con arrugas, con esténcil, con lo que venga. Mientras escucha podcasts de historia, política y ciencias, dice que “se pierde” mientras dobla papeles, los arruga y los plancha. “Siento que estoy en constante exploración, siempre desafiándome. Ahora estoy trabajando con telas y papeles de gran tamaño. Tengo un método de trabajo que sigo estrictamente y que dice relación con que “menos es más”.
Se queda callado un segundo y retoma, mientras mira a su alrededor. “Voy a seguir explorando, no me voy a quedar pegado con el origami, aunque me encanta. Esto es de mucha constancia y disciplina, son horas de trabajo”.
¿Qué es el arte para ti?
Es una pulsión, es como estar enamorado. Si no pinto me siento mal, me vuelvo un poco loco. Cuando trabajo entro en estado de flow (me encanta esa palabra), no estoy literalmente pensando, solo siento y lo hago. La creación artística es así, caótica y emocional.
Antes, nombraba a sus obras con números, pero con el tiempo comenzó a bautizarlas según lo que sintiera en ese momento. Golden Egg, Nebulosa, Thunder waves, Permeable, Pettrutza, ya perdió la cuenta de la cantidad de obras que ha creado, si tomamos en consideración que por cada pieza terminada quedaron al menos cinco copias detrás, cuyo resultado no le convenció del todo. “Soy muy perfeccionista y crítico con lo que expongo”, asegura, mientras abre el ventanal que da a la laguna de Batuco para dejar pasar a Nina, un gato heredado al que le está tomando más cariño de lo que hubiese imaginado.
¿Qué buscas generar con tus obras?
Busco que mi trabajo sea bello, en el sentido griego de la palabra; que el material sea honesto, que en estos patrones perfectos necesitas de la arruga para mostrar que la cosa es de verdad y que es aún más bella porque es real.
¿Cuál dirías que es tu técnica?
Estoy siempre buscando la luz, es un concepto que me quedó de la arquitectura misma. Me acuerdo de un profesor que decía: un buen arquitecto no hace espacios, un buen arquitecto trabaja con la luz y eso se me quedó grabado.
¿Qué te inspira?
La inspiración es como una polola tóxica, que no te deja tranquilo. Que te llega en cualquier parte, en la ducha, manejando o durmiendo. Lo mejor es cuando aparece justo cuando estás trabajando en estado de flow.
¿Cómo ves el mercado del arte nacional?
Es muy cerrado. Lo veo como pequeñas burbujas, hay muy pocos momentos en que se unen entre sí, como las ferias de arte, pero que funcionan como pequeños feudos. Por otro lado, el FONDART es un desastre, no te sirve tanto como un CORFO. Es bizarro. Yo me fui por un lado más comercial, pero independiente: yo con mi mundo y mis redes sociales, aun cuando otros artistas me decían que eso era muy superficial. Si me preguntas, para mí lo más difícil fue entender los códigos del mundo del arte, el lenguaje impenetrable y las formas.
Acaba de exponer en ArtStgo. “Me encantó la experiencia. Te entrena mucho como artista, te saca del taller y te enfrenta al público. Presenté formatos grandes y me fue muy bien”.
Pero aun así todavía no se cree el cuento. ¿Síndrome del impostor?, pregunto. “Pero por supuesto”, se apura en responder, “a mí todavía me da vergüenza, aunque tenga miles de seguidores”.
 
		 
			
 
                             
                             
                             
                             
                             
                             
                             
                             
                             
                             
                             
                            