La transición de coleccionista a galerista no fue fácil. De hecho, dice que ha sido su gran desafío. Y que lo sigue siendo. Su compromiso con el arte, sus ganas de ser un aporte al medio local artístico y su olfato comercial, lo tienen trabajando a toda máquina en una serie de actividades y proyectos que buscan acercar el arte a las personas, a las empresas, a los colegios y universidades. Después de todo, ese es su sueño: convertir a Tarquinia Art en una suerte de polo cultural en la región, que incluya exposiciones itinerantes, remates, conversatorios, talleres, concursos de arte y visitas guiadas.
Por Macarena Ríos R./ Fotografías Javiera Díaz de Valdés
De espacios abiertos y generosos, la luz del mediodía ilumina en forma natural cuadros y esculturas de artistas consagrados como Bororo, Margarita Garcés, Oscar Barra, Cata Abbott, Conchita Balmes, Andrés Vío, Claudia Cataldo, Lorenzo Moya, Cienfuegos. Y obras emergentes como las de Sebastián Espejo, Andrea Araneda, Bernardo Martínez, Claudine Brantes y Gustavo Álvarez. La lista es larga y prolífica.
Lo que hace cuatro años comenzó como una galería virtual, hoy es un lugar que alberga cerca de quinientas obras de diversos artistas. Algunas colgadas en las amplias paredes mediante un sistema de rieles, otras apostadas en muros de una bodega, esperando su turno de brillar.
Y en medio de todo, Christian Jander, el ingeniero civil que decidió perseguir su sueño y transformar su afición como coleccionista en un espacio orientado a acoger artistas y visibilizar el arte. El cultor de arte contemporáneo, cuya pasión siempre fue Matta, el pintor, y que con el tiempo llegó a adquirir cerca de sesenta piezas gráficas. El veinteañero que se cautivó con el mundo del arte, compró su primer grabado, y con él, lo que sería su posterior colección de arte que hoy no para de crecer.
“El coleccionismo es una pasión y esa pasión te hace estudiar mucho”, afirma. Leyó, investigó y aprendió de Historia del Arte y de la vida de algunos pintores. De a poco comenzó a sumar artistas consolidados sudamericanos, como Carreño y Claudio Bravo, pero siempre con el foco puesto en armar una colección de Roberto Matta.
Esboza una sonrisa y se acomoda en el sillón del primer piso de la galería.
“La culpa de lo que soy hoy en día y en lo que estamos trabajando, fue de Matta y su obra”, dispara. De hecho, el nombre de su galería es un homenaje al pueblo italiano que lo vio crecer y morir, Tarquinia, y en la última exposición del pintor, que llamó Mattamorfosis, quiso mostrar un legado más desconocido por el público. “Esa muestra debería haber sido itinerante, debería haber estado en universidades, en El Farol, porque presentamos sesenta obras inéditas y eso no es menor”. De ahí que su objetivo sea “completar una parte de su gran trabajo que fue toda la obra gráfica, como los grabados y serigrafías. Debe tener catalogadas cerca de mil doscientas obras”.
¿Qué te hizo salir de tu zona de confort?, pregunto, mientras una escalera nos lleva al segundo piso, donde está su oficina y el taller de enmarcaciones del reconocido restaurador Pablo Valdebenito. “Mientras iba sumando obras a mi colección, me di cuenta de que tenía que mostrarla a la comunidad, de que debía darla a conocer en museos o muestras itinerantes. Ese fue el punto de inflexión que me llevó de ser un coleccionista particular a convertirme en una persona que buscaba la trascendencia en el arte”.
Así nace Tarquinia Art.
UN POLO CULTURAL
“Para el arte es muy importante tener espacios físicos para exhibirlo, acoger a los artistas, preparar exposiciones. El galerista debe ser una suerte de guía para el artista y también para el coleccionista y público final, ser capaz de asesorarlos en la compra que están haciendo en cuanto a proyección y certificación”.
“Mi idea es armar un polo cultural, porque además de la galería, tengo otro espacio dedicado a los talleres en donde los artistas pueden venir a producir sus obras, como serigrafía y grabado y, además, dar clases de dibujo, óleo, etc.”.
¿De qué manera buscas democratizar el arte?
Nosotros como galería queremos desmarcarnos del arte digital. Creemos que podemos democratizar el arte a través de la conservación de las técnicas antiguas o de oficio, como el grabado, la serigrafía y la litografía que, al ser seriadas, también pueden tener valores más asequibles para el público más joven. Lo mío es defender el oficio y los artistas están volviendo a ellos.
¿Cuál es el estilo que más te identifica?
El surrealista y el arte contemporáneo, sobre todo de pintores latinoamericanos, como Rufino Tamayo.
¿Qué busca el público chileno a la hora de elegir arte?
Busca el artista consolidado chileno, más que un Szyszlo (considerado el artista peruano más importante de la segunda mitad del siglo XX) o un Tamayo. Y es común que se repitan los mismos: Bororo, Cienfuegos, Benmayor, Lira.
Pero hay infinitos más. Y eso es lo que busca Christian junto a su señora, Paulina Cubillos, con la galería: darles vitrina, acercarlos al público. Por eso las exposiciones permanentes de artistas consolidados y emergentes y el actual concurso abierto de arte emergente. “Estamos en pleno proceso. Recibimos ciento ochenta currículos de artistas hasta los cuarenta y cinco años y quedaron preseleccionados treinta, a través de una curaduría. Los tres ganadores por cada técnica (óleo, acrílico, técnica mixta, escultura) van a exponer a fin de año en la galería y podrán optar a la posibilidad de formar parte como artistas estables de la galería”.
¿Cómo ves el arte nacional?
Es un mundo demasiado informal. Son pocos los artistas que logran sobrevivir del arte. La gran mayoría, además de trabajar en sus talleres, hacen clases o son profesores universitarios. Creo que estamos estancados, no ha habido avances importantes. Los grandes artistas que han traspasado las fronteras de Chile son muy pocos: Jorge Tacla, Guillermo Lorca, Hamilton, Iván Navarro, Marco Bizzarri.
Por mientras, trabaja en diversos frentes sin descuidar ninguno: supervisa los últimos detalles de la exposición de Mónica Nahum y Erasmo Figueroa, trabaja en la curaduría de remates de arte con las fundaciones BCC y Portas, afina una muestra de obras permanentes con una conocida cadena hotelera y prepara lo que serán las noches de arte y conversatorios en el distrito V21 en El Salto.
Pero eso no es todo. A las visitas guiadas de colegios y la reciente incorporación de una restauradora patrimonial a su equipo, están implementando las llamadas Noches de Arte, que consiste en remates de obras en colegios para apoyar la búsqueda de fondos para los viajes de estudio. “La única manera de visibilizarnos es crear alianzas”, sentencia.
¿Qué falta?
Acá no existe ninguna interacción entre galerías y gestores culturales, cada uno rema como puede. Yo digo: sumemos. Imagínate un circuito de galerías para el turismo. Hay mucho que se puede hacer, pero siento que es un mundo muy individualista.