Durante el 2018, la escena artística de todo el norte sufrió una de sus pérdidas más importantes: Juan Salva, pintor antofagastino que murió tras una corta e inesperada enfermedad. Su prolífica obra y mirada crítica del medio quedaron como suspendidas en el aire, esperando su momento de trascender. Y quien aceptó el desafío de mantener vivo el legado de Salva fue su hijo André, que con su misma sonrisa y sus mismos ojos chinitos nos cuenta parte de sus recuerdos de infancia, entre pinceles y lienzos.
Por Claudia Zazzali C. / Fotografías Rodrigo Herrera
Un día en la tarde los teléfonos de los artistas y gestores culturales del Norte Grande comenzaron a sonar casi en simultáneo. “¡Se murió Juanito!”, se escuchaba como si fuera un eco. Tenía sesenta y tres años Juan Salva Rodríguez cuando nos dejó. Hace apenas un par de semanas lo habían ingresado al hospital diagnosticado con un fulminante cáncer. El destacado pintor era licenciado en Artes Plásticas de la desaparecida Escuela de Bellas Artes de la Universidad del Norte.
André Salva, el mayor de los cuatro hijos, se mantuvo estoico, recibiendo abrazos y coordinando detalles junto a su familia y hermanos, Marisol, Leonardo y Daniel. Al observar la escena, miles de reflexiones aparecen… y también unas cuantas preguntas. ¿Cómo habrá sido crecer junto a Juan? ¿Qué pasará ahora con su legado y obra? ¿Cómo ve un artista a su máximo referente que es su propio padre? Este es el relato de André, audiovisualista y cineasta que está dedicado a documentar la vida de su papá. Es una historia que nos habla de Salva, desde la perspectiva de Salva.
LA HISTORIA
“Recuerdo, desde muy pequeño, ver a mi papá pintando en todas partes. Mi mamá, Ivonne Navarro, cantaba y tocaba piano, cuando estudiaba en la universidad. De mi primera infancia, la imagen más nítida que tengo de mi papá es de cuando hizo clases en el Liceo La Portada, que antes se llamaba el Liceo A-22. Él estaba recién egresado cuando encontró ese trabajo y en mi memoria se mezclan las fiestas de fin año con las figuras de una muralla gigante: era el primer mural que él pintó. Tengo muy claros los detalles de cuando él estaba creando este mural. Para mí era gigante y lo encontraba fascinante, porque era como una proeza. Se convirtió en mi súper héroe”, nos relata André.
¿Cuáles eran sus rutinas padre-hijo?
Me gustaba mucho acompañarlo. Íbamos muy seguido al taller de Carlos Troncoso, al de Avelino (Sanhueza) y a un taller que tuvo con Jaime Cabrera, en plena calle Prat de Antofagasta. Había que subir una escalera enorme y mientras él hacía clases y pintaba, a mí me dejaba un caballete con una tela y pinturas.
¿Sientes que era un mundo paralelo?
Totalmente mágico. Mi padre se dedicó completamente al arte y jamás paraba de trabajar, porque incluso los momentos de ocio los convertía en una oportunidad para reflexionar sobre cualquier tema, no solamente de arte, sino sobre la vida, la familia, el universo, todo. Hoy en día, las personas no se dan permiso para reflexionar. Todos tienen que producir y producir, y aburrirse no está permitido. Ser ocioso no está permitido. Lo que a uno le gusta no está permitido. Yo viví todo lo contrario: mi papá pintaba y se esforzaba y aunque no sobraba el dinero, se respiraba pasión en mi casa, porque amaba lo que hacía. Valoro que tuve una niñez maravillosa, en la que pude disfrutar a mis papás, a mis abuelos, a mis amigos jugando en la calle y que mi padre siempre estuvo ahí para nosotros, aún con todos los problemas que significa trabajar en el arte.
Tu mamá también partió muy joven ¿Cómo viviste esa época?
Creo que ese tipo de cosas no se superan, sólo se aceptan. Siempre fuimos y seguimos siendo unidos. Cuando a mi mamá le detectaron cáncer, yo vivía en Santiago y dejé la pega y me fui a Antofagasta inmediatamente. Mis hermanos estaban muy chicos todavía, pero juntos nos hicimos cargo. Todos, uno al lado del otro. La verdad es que enfermedades como esa son muy complejas y dolorosas a nivel físico para la persona que la tiene y también para quienes la rodean. Y si la familia no es unida, peor todavía. Por suerte nos aferramos unos a otros para seguir adelante, pero sí fue un golpe fuerte. Mi mamá tenía cincuenta y dos años, era muy joven cuando partió. En ese contexto, la figura de mi abuela se transformó en fundamental para mi papá y para nosotros. Se llamaba Alba Rodríguez. Ella le devolvió la vida a toda esta familia.
¿Cuál fue la mejor lección que te legó?
Tiene que ver con el ser consciente del momento que se vive y cuidarse en lo físico y en lo emocional. Hasta el último día me dijo: “tienes que cuidar tu mente”. Y por supuesto, gracias a él aprendí a disfrutar de la familia, de los amigos. No hacer tantos planes y actuar cuando hay que hacerlo.
HEREDERO
“Mi papá me dijo que estaba súper tranquilo con su vida: había hecho lo que había querido, había pintado lo que había querido pintar. Estaba tranquilo con la idea de morir y satisfecho con lo vivido”, recuerda André. “Siempre supe que mi papá era un pintor potente y eso es lo que más me enorgullece como hijo”. Para rescatar y difundir el legado de Salva, André está preparando una serie de proyectos ligados al arte nortino.
¿Cuáles son tus proyectos más próximos?
Tengo varios corriendo en paralelo. Lo primero que descubrí es que al ordenar cronológicamente el trabajo de Salva, se evidencia la evolución de su obra. Son periodos muy marcados y eso me gustaría mostrarlo en una exposición. También quiero escribir una biografía de mi papá, con los escritos que tengo, las notas y grabaciones. Tengo mucho material y fotografías. Guardé y escaneé todo lo que pude y todavía me queda mucho más. Otro paso sería restaurar sus murales y hacer un segundo libro, que incluya fotografías de pinturas nuevas que creó después recorrer junto a un tío, lo que bautizaron como la ruta de Van Gogh, donde conocieron todos los museos y galerías que pudieron.
¿De qué se trataría el segundo libro?
Del arte en el norte. De la generación de mi padre y de algunos que le siguen, porque al ser un medio pequeño, todos se conocen y comparten historias similares de cómo ser artista en esta parte del país. Siempre me ha parecido que vivir del arte es una hazaña. Sobre todo quienes mantienen la rigurosidad que se requiere para hacer un buen trabajo. Me saco el sombrero por quienes han logrado cimentar una base para los artistas nuevos y documentar sus experiencias, para que sean algo así como material de consulta, es el aporte que quiero entregar. Espero que al leer el libro o ver el documental se sepa quiénes son estos personajes, que existan antecedentes en internet y que las generaciones nuevas conozcan a estas personas que se la jugaron por poner en valor el trabajo artístico.
¿A ti te costó entender esto de la vocación de artista?
Cuando era chico quizás, pero hay cosas que uno va descubriendo con los años, vas analizando y recomponiendo. Ser artista es tener algo que decir. Para eso hay que nutrirse, motivarse, investigar, estudiar constantemente. Mi papá podía estar una tarde completa frente a un lienzo. Hacerlo feliz era sencillo, porque él con la tela, las pinturas y un cigarro era feliz. Era como si se ganara el Loto todos los días.
“Ser artista es tener algo que decir. Para eso hay que nutrirse, motivarse, investigar, estudiar constantemente.”
“Mi padre se dedicó completamente al arte y jamás paraba de trabajar, porque incluso los momentos de ocio los convertía en una oportunidad para reflexionar sobre cualquier tema, no solamente de arte, sino sobre la vida, la familia, el universo, todo. Hoy en día, las personas no se dan permiso para reflexionar. Todos tienen que producir y producir, y aburrirse no está permitido.”
“Siempre me ha parecido que vivir del arte es una hazaña. Sobre todo quienes mantienen la rigurosidad que se requiere para hacer un buen trabajo. Me saco el sombrero por quienes han logrado cimentar una base para los artistas nuevos y documentar sus experiencias es el aporte que quiero entregar.”