El Maestro es Dios

por Sergio Melitón Carrasco Álvarez Ph.D.

Escribo cuando es el día del Guru Purnima, en el Oriente hindú y budista, el día del maestro.  Maestro: alguien de conocimiento que se dedica a entregar un saber con generosidad y espíritu de servicio, con poca o ninguna expectativa económica.

Maestro en Occidente es quien domina un arte o técnica; que posee maestría.  En la formación de Europa se llamó maestro a un artesano que confeccionaba utensilios, instrumentos, sombreros, o vestimentas. En esa sociedad austera, un maestro gozaba de renombre y poseía destacada posición. Con el tiempo constituyeron gremios específicos, cada uno con su modo de conservar y transmitir su arte. Maestros y sus talleres, fueron la base de la burguesía y del desarrollo de la sociedad industrial.  Por otro lado, el desarrollo de escuelas al alero de las abadías definió otro tipo de maestro: el académico.  Sucesivos desarrollos y procesos diversos, más el empuje de la Iglesia y su magisterio, sintetizó todo lo anterior y nos trajo al horizonte el sistema de educación como los conocemos: nivel primario, secundario, y universitario. Sin ahondar en cómo sucedió, sólo valga mencionar que fue máximo regalo de España a América la educación moderna, que recogió toda esa riquísima andadura europea.  Fueron curas franciscanos, dominicos, agustinos, y en especial los jesuitas, quienes educaron por siglos a colonos y criollos.  Somos discípulos de la escolástica ibérica, más otras influencias tardías.  La educación chilena, como otras de la Región, es un sólido edificio hispano con remodelaciones y añadidos franceses, ingleses, alemanes, y ahora último norteamericanos; pero que en esencia y gracias a Dios, no ha cambiado.  Y esperamos no cambie.

Maestro, en Oriente, es algo sutilmente distinto.  Y como el mundo asiático es largo e inmenso, dejaremos para otra ocasión el notable tema de la educación en China y su vecindad, y me enfocaré en el Asia del Sur.  Desde Irán hasta Vietnam, la educación pocas veces fue una institución centralizada, o dirigida por algún poder.  No hubo una Iglesia institucionalizada que tratara de enseñar a leer con fines de adoctrinamiento.  No. Aunque sí hubo elites que se encargaron de cultivar saberes, o de salvaguardar sagradas escrituras.  Lo que entendemos por educación, es decir desarrollo integral, fue un proceso personal e individual que allá se logró eficazmente bajo la guía de un maestro, alguien que sabe porque ya recorrió el camino.  En el sistema oriental de educación, tuvo y tiene suprema relevancia la persona del maestro.  Su estatus llega al extremo que un aforismo reza: “El Maestro es Dios”.  ¿Divinización de una persona?  Por cierto que no. El maestro es un guía que corrige y anima en el proceso de liberación del pleno potencial; conduce y explica acerca de la conveniencia de continuar la tradición (ética y moral) pero no coarta la propia y espontánea creatividad.

La educación oriental que comento se basa en la relación maestro-discípulo, donde la clave es el respeto a la autoridad del mentor, que se equilibra con la actitud humilde y obediente del que quiere aprender.  El maestro es un guía en el camino a la perfección y no tiene porqué ser él la meta; lo que no exime a quien enseña de a lo menos exhibir algo de lo que predica.  Por eso en Oriente, un maestro de escuela, un maestro de telar, o un maestro de danza, es antes que nada un maestro espiritual.

En nuestra ansiosa búsqueda por modelos educacionales y ante la crisis de maestros, discípulos, y sistema, convendría considerar la experiencia Oriental.  Está equivocado el alumno que retuerce su naturaleza; que resiste el buen flujo de la vida, que abraza la desobediencia y participa en la destrucción.  No sabe (y pareciera que se teme decirle) que aprender requiere de una actitud dócil y flexible, porque es la vía rápida para que florezca la inteligencia.  Está perdido el profesor que reclama con el puño en alto, furioso, o displicente, cada vez más lejos del ideal de maestro.  Y también se equivoca una sociedad que deja a los maestros desgastarse hasta morir; es falaz un sistema que nos educa para cambiar las cosas; o para tener cosas.  Gran error.  Jamás se logrará cambiar nada, porque todo muta y siempre se vuelve a lo mismo.  Un Maestro de verdad diría: hay que educar para que sin hacer mucho se logre todo.  Ese es el nivel de la maestría sobre la vida, y esa capacidad de logro sí que es divina, y subyace en el mismísimo centro del corazón.  En eso, el Oriente nos da lecciones.