Hablar de colaboración y cocreación se hace complejo en un escenario adverso. Sin embargo, la perseverancia de Yuri Rojo ha reposicionado el concepto de cluster, cuyo principal objetivo es crecer desde la asociatividad. Hijo Ilustre de Ollagüe y galardonado con la Orden al Mérito de Calama, quizás es su carácter, su genuino interés por las personas, lo que congrega a los distintos actores sociales y los convence de ser protagonistas de una nueva historia.
Por Claudia Zazzali C.
Nació en Ovalle, el 30 de abril de 1969, el mismo año cuando el cosmonauta ruso Yuri Gagarin orbitó la tierra por primera vez. Sus padres, María y Vladimir, en honor a esa proeza del mundo espacial, decidieron colocarle ese insigne nombre a su primogénito. Lo aclara porque muchas veces lo ligan a la cantante mexicana Yuri: “No canto ni en la ducha y de artista lo único que saqué es el ritmo para bailar. Me gusta mucho la cueca y la salsa, pero en el karaoke soy un desastre…”.
Así como el origen de su nombre, la vida de Yuri Rojo, gerente del Clúster Minero de la Región de Antofagasta, está llena de anécdotas y mágicas casualidades. Desde chico quiso manejar camiones, como su padre, pero ganarse una beca para estudiar su enseñanza media en el Colegio Amalia Errázuriz de Ovalle, le cambió su perspectiva. “No estudiaba mucho, pero tenía muy buenas notas. Además, me gané un concurso de poesía y era seleccionado de básquetbol, fútbol y atletismo. Por esa mezcla de cosas y ser bien “canapé”, me eligieron para ser parte de la primera promoción de hombres de ese prestigioso colegio, el que había sido fundado por las monjas amalinas”.
Cuenta que “en mi curso éramos cinco hombres y cuarenta mujeres, ahí pulí mis dotes para el baile y el deporte. Los estudiantes de otros liceos y colegios nos miraban como bichos raros. Eso no importaba, la pasábamos muy bien con nuestras compañeras, aunque ser becado y el mayor de cuatro hermanos era una gran responsabilidad, lo mismo que aspirar a ser el primer universitario de mi familia, hito que coroné al titularme de periodista en la Universidad de Chile”.
¿Por qué estudiaste periodismo y no minería?
Cuando cambié el gusto de manejar el camión de mi papá por los estudios, quise ser profesor, como mi mamá. Sin embargo, las únicas becas que estaban disponibles eran las de periodista, y en Santiago. Al tercer año de estudio ya ejercía haciendo los turnos nocturnos en Las Últimas Noticias, más conocido como LUN. Lo de ejercer en minería fue otro azar del destino, porque me especializaba en periodismo policial y magazine. Nunca me animé a estudiar geología, por ejemplo, pero al final terminé explorando la veta social de la minería y la industria, y eso me realiza.
¿Y cómo elegiste Antofagasta para continuar con tu carrera?
Antofagasta la conocí jugando básquetbol en 1985 y luego vine a cubrir por LUN el desastre del aluvión, en junio de 1991. Cinco años más tarde, en febrero de 1996, decidí venir a trabajar un año a El Mercurio de Antofagasta, para ver cómo se hacía periodismo en regiones. Esas tres “vivencias” muy distintas de la ciudad, terminaron por encantarme y arraigarme hasta el día de hoy. Y de ellas, la más simbólica es 1991.
¿Cómo fueron tus primeros años y cuál fue tu percepción de la ciudad?
Fue de descubrir lo valioso y valiente que es la gente del norte. El año del aluvión me marcó. Ese día, llegamos a la ciudad y a primera hora ya estábamos instalados en El Mercurio, ya que LUN era parte de esa cadena. Al entrar al diario, lo primero que veo es a un reportero gráfico local con su bolso en ristre, sandalias y un pijama de franela, cubierto de barro. Era Mario Requena (Q.E.P.D), a quien el aluvión le había llevado la casa. Mario salvó a su suegra de morir, puso a resguardo a su familia y a primera hora se fue al diario a trabajar. Ese retrato de “héroe anónimo” lo he visto muchas veces replicado en otras dimensiones. Es increíble la resiliencia del antofagastino que se evidencia en los voluntariados en los que participo, en emprendimientos que tengo junto a colegas y amigos y, sobre todo, en mi club de básquetbol Unión Norte.
¿Por qué cambiaste las noticias por el mundo de la minería?
Nunca he dejado de ser periodista, el bicho de la noticia y procesar la realidad nunca muere. Y parte de ese ejercicio es escuchar a la gente, aportar a la sinergia social y mirar en perspectiva el devenir de las ciudades, buscando el bien común. Con esa mirada y luego de independizarme y crear Yuri Rojo y Asociados —es decir el que habla, un computador portátil y un auto—, me dediqué a asesorar a varias empresas e instituciones, para lo cual recorría la región cual vendedor viajero.
Cuando Fundación Minera Escondida daba sus primeros pasos, necesitaban urgente hacer un comunicado de prensa y me llamaron. Colaboré con ellos por diez años y esa fue mi gran escuela, cuando nadie en Chile hablaba de vincular en serio a la minería con la comunidad. Redactaba, servía café, llevaba el pendón y acompañaba a los coordinadores de proyectos a terreno. Mirando, asimilé de procesos de diálogo, mesas de trabajo, gestión de proyectos comunitarios. Aprendí mucho de José Miguel Ojeda, su primer director ejecutivo y de su equipo de profesionales.
¿Cómo veías desde fuera la minería?
Como una industria que, si se lo proponía, podía hacer muchas cosas positivas por su entorno. En el siglo XIX, con el mineral de Tamaya, Ovalle tuvo la posibilidad de ser una gran ciudad, pero no quedó nada. Por eso me interesaba ser parte de la industria, para que esos hechos no se repitieran.
¿Y luego cómo te integraste al mundo minero?
De freelance en Fundación Minera Escondida pasé a Minera El Abra, en 2010. Estuve casi seis años como gerente de Comunicaciones y Asuntos Públicos, y vivir en Calama fue una experiencia extraordinaria, sobre todo por el cariño de su gente, y la riqueza patrimonial y arqueológica que tiene esa zona.
¿Cuáles fueron tus principales aprendizajes?
Hacer un ejercicio permanente de empatía. Escuchar más que hablar; hacer más que decir; y sobre todo, a no generar expectativas que nunca se van a cumplir, porque eso duele y no se olvida… la confianza y la verdad siempre por delante.
¿Cómo fuiste integrando estos conocimientos?
Con mucho trabajo en terreno tanto en Sierra Gorda como superintendente de Asuntos Externos y Comunicaciones de Minera Centinelas, como en la zona de Salamanca, en los años que estuve en Minera Los Pelambres gerenciando comunicaciones y territorio para una empresa colaboradora. Eso lo complementé con un máster en Comunicaciones y Marketing Social, varios diplomados y un permanente trabajo en equipos multidisciplinarios con foco en riesgos y potenciales conflictos, para asegurar la continuidad de negocio.
¿Cuál crees que sería la fórmula para lograr una industria más cercana?
Potenciar la asociatividad, la colaboración, el diálogo multiactor y fortalecer las alianzas público-privadas. Con distintas miradas y como brújula el bien común se podrá mejorar la focalización de los recursos y lograr mejor desarrollo local. A futuro creo que es muy importante el aporte de la recién constituida Corporación Clúster Minero.
El concepto de cluster ha evolucionado ¿crees que las empresas locales se sienten parte protagónica del encadenamiento productivo?
Siento que vamos por el camino correcto. En lo personal yo veo más oportunidades que problemas, porque hace algunos años era impensado que una pyme local pudiese hacer un negocio directo con la minería. Hoy, entre otros ejemplos, se ve más apertura y casos concretos como el Programa de Compras Locales BHP-SAWU que en un año lleva más de US$ 45 millones en negocios locales; la potenciación del SICEP de la AIA; el acuerdo colaborativo Clúster Minero entre Antofagasta Minerals, CORFO y el Gobierno Regional; y lo que será la gestión del futuro Clúster Minero de Calama, que Codelco junto al ecosistema local, más el apoyo nuestro, pondrá en marcha en la Provincia de El Loa.
¿Qué deberíamos hacer en el corto plazo para reactivar nuestra región?
Profundizar la base de la licencia social, donde es clave la generación de empleo para los habitantes del territorio y dar mayores oportunidades de negocios a los proveedores locales, en un ecosistema donde ese encadenamiento productivo, en forma virtuosa, también genere valor social. No podemos seguir siendo la región que más aporta al país y a la vez tener las más altas tasas de desempleo.
¿Crees que la minería ha alcanzado todo su potencial como industria?
Según mi perspectiva, no. Mientras la licencia social para operar sea el principal riesgo, significa que aún hay mucho camino por recorrer.