Como hay cientos de miles de personas que están o se han quedado en procesos de sanación o reestructuración por años, espero que mi relato les sirva.
Nunca pensé que mi vida daría un vuelco tan abrupto como el pasado lunes 18 de mayo, donde asesinaron a mí padre a sangre fría, a las afueras de mi casa con un balazo en la cabeza.
Mientras la justicia chilena trabaja para aclarar el asunto y buscar a los implicados a todo nivel (para mi familia, pero también para las miles de personas que se vieron profundamente afectados ante este hecho), la prioridad de nosotros como afectados directos es vivir cada día de la manera más consciente para reconstruirnos y sanar desde lo más profundo y continuar viviendo una vida lo más plena posible.
Hay muchísimos ángulos desde donde podría escribir esta columna (y fallidamente me he sentado varias veces), y me pregunto ¿qué es lo que más podría aportar a otros? Y pienso en los cientos de miles de personas que, como yo, pueden estar en un proceso de sanación y reestructuración. Como hay cientos de miles de personas que están o se han quedado en ese proceso por años, espero que mi relato también les sirva a ustedes.
En términos generales, crecemos aprendiendo que hay actos, emociones y formas de ser que son “correctas o incorrectas”.
Desde muy pequeños, creamos un juicio de lo que es “bueno o malo” aprendido de nuestros padres, de nuestra cultura y de lo que observamos a nuestro alrededor.
Esto genera en nosotros mecanismos donde, más pronto que tarde, no nos permitimos sentir lo “malo” (rabia, venganza, odio, rencor, resentimiento, etc.), para no dejar de ser “buenos”. Aprendemos a vivir desde el deber-ser y nos desconectamos por completo de la envergadura de nuestro Ser.
Nuestras creencias también juegan un rol fundamental: “los hombres no lloran”, “está mal sentir envidia”, “eres débil al sentir tristeza”, “eres mala persona por buscar venganza”, etc.
Es mi opinión personal —como terapeuta con años de experiencia e investigadora de los procesos de expansión de consciencia del ser humano por décadas— que la más poderosa herramienta de sanación y armonización de procesos de las personas es el estado de presencia.
El estado de presencia es estar con nosotros y con el otro en absoluto no-juicio, dando un espacio seguro de expresión a cualquier pensamiento y emoción que uno o el otro puedan estar sintiendo, entendiendo que eso no significa como el otro es, sino como el otro está.
Y desde ahí, emoción a emoción, sin juicio y en un espacio seguro, ir acercándonos a nuestro espacio interno de armonía natural.
La presencia incondicional es una forma de amor incondicional. Y el amor sana.
“Amiga/o, no está bien sentir eso” es un comentario cotidiano que revela el juicio que tenemos con nosotros mismos y nuestro entorno.
Primero nos permitimos sentir y luego analizar, ya que cada emoción nos entrega información invaluable.
Nadie nos enseña la importancia de esta simpleza, del arte de estar en presencia con nosotros mismos y con otros.
Finalmente, es importante mencionar que lo único que cambia en nosotros cuando nos permitimos sentir es cuán rápido comprendemos lo que nos sucede y cuán rápido volvemos a nuestro centro, pero al igual que cualquier persona, tendremos y sentiremos el abanico completo de lo que significa Ser-Humano en este mundo.
En mi opinión los mejores terapeutas no son quienes han tenido más años de estudio, sino que son aquellos que pueden estar contigo, permitiéndote ser y expresar y conteniéndote en esa expresión, sin juzgarte.
Tu mejor terapeuta pueden ser un amigo, un desconocido, un profesional… pero por sobre todo, tú mismo.