Mientras buscaba un local para iniciarme con mi negocio, después de vivir varios años en Quito, Ecuador, amigos me conversaban que en Santiago me iría mejor y más rápido. Seguramente, pero no, gracias. Quiero cerrar a la hora de almuerzo y jugar tenis dos o tres días a la semana, ir a mi casa a almorzar, o cruzar a la Casa Italia, comer ricas pastas y ver un rato jugar a las bochas.
Hace un par de años, trabajando en la Shell Las Salinas, hice un reemplazo en pleno centro de Santiago, en sus oficinas centrales, y teníamos solo una hora para almorzar a la carrera en dos o tres restaurantes cercanos. En la tarde me demoraba casi una hora en llegar a mi pieza, que arrendaba en la Av. Holanda, en el recién inaugurado Metro.
Encontré desocupado un buen local en la Galería Rapallo, saliendo a Etchevers y no dudé en iniciar ahí mi Óptica Italiana. Tenía los cines Rex y Olimpo a un par de cuadras, el Municipal frente a la Plaza, para ver a Lucho Córdova y Cía. También mi banco (y socio…). Todo a pie y el Club de Tenis Unión en diez minutos en mi citroneta. Época feliz.
Hoy, he leído críticas a Viña, en especial sobre el estero, que, lógico, como todo es mejorable. Como viejo viñamarino, me gusta como está, ya que dejo el auto estacionado en él, a cuadra y media, al frente del café del mediodía, donde me junto con mis viejos compañeros de curso. Los miércoles y sábados compro en la feria las verduras y frutas y subo al mercado por pescados y mariscos. En mis diarios viajes costeros entre Reñaca y Viña, me alegra ver a grandes y chicos trotar junto al mar.
Viña ha crecido, ahora tiene cerros y barrios alejados del centro. Como deportista me alegra saber de los múltiples complejos deportivos que la municipalidad ha construido con su Casa del Deporte y sus escuelas gratuitas para peques, de donde saldrá, sin lugar a dudas, otro Elías Figueroa.
Ciudad bella (y cómoda)
Nota: Ordenando mis papeles, encontré esta nota con recuerdos.