Cada quince días, más o menos, viajo a Villa Alemana, donde nací y pasé mis primeros treinta años. Dejo el auto en la calle Cumming, cerca del No. 299, mi exquinta. Se encuentra muy bien cuidada, como que me parece que los años no han pasado y siento sonar la campana que puso mi padre en la puerta de entrada. Recuerdo cuando estaba con mi abuelo en la quinta y sonó la campana, y una persona preguntó: ¿Está don Casimiro? Y mi Nonno contestó: ¿Cuál de los tres?
Tiene todavía su nombre: “Morada La Campana” con letras de fierro forjado incrustadas en su muro blanco.
Dos cuadras y media más abajo, esquina con Calle Valparaíso o camino troncal, se encuentra el negocio de “pollos asados” de mi amigo Pablo Arrizabalaga, que trabaja de sol a sol y es el único amigo que me queda de la época en que éramos niños con pantalón corto. Fácil hace setenta y cinco años.
Nos saludamos, como siempre: “Hola Pablo”; “Hola Tuni”. Lamentablemente podemos hablar poco, tiene mucho trabajo y los clientes tienen preferencia. Pero me quedo un buen rato en su negocio.
Sigo viaje pensando, ahora, los felices años que pasábamos en la canchita del Club Juan Carlos Bertone, con las pichangas a la pelota y titulares del equipo infantil de fútbol.