Desde hace unos años, las autoridades nacionales y regionales terminaron por establecer que el futuro portuario de Chile está en el puerto de San Antonio, una idea que se sustenta en que las posibilidades de expansión sólo podrían concretarse allí, concordante con las necesidades que la industria portuaria y logística exigen en el siglo XXI. Sin embargo, como Chile no es un país que se preocupe particularmente de los equilibrios, ¿qué pasará con Valparaíso?
Valparaíso dio, hasta hace poco tiempo, la batalla para ser considerado para albergar la construcción de un puerto a gran escala en su bahía, competencia que perdió ante la propuesta del Puerto Exterior en San Antonio, opción que resultó finalmente elegida en enero del año 2018.
Lamentablemente, al mismo tiempo que se tomaba aquella decisión, Valparaíso pasaba por un difícil momento, puesto que algunas movilizaciones habían golpeado la estabilidad que durante quince años había tenido el trabajo portuario, afectando, entre otras, a la industria de cruceros, que ese mismo año comenzó a considerar a San Antonio como su puerto base de recaladas.
Entonces Valparaíso perdía la posibilidad de recuperar el liderazgo en el transporte de carga en el país y, de manera sorprendente, comenzaba a ceder la primacía en la industria de pasajeros, algo impensado hasta ese momento. Pero por si esto fuera poco, los desórdenes ocurridos en la ciudad, el aumento de la inseguridad y las consecuencias del estallido social motivó que varias empresas del sector marítimo–portuario tomaran la decisión de abandonar la comuna, trasladándose a Santiago o Viña del Mar, dejando a Valparaíso en una posición de precariedad laboral y abandono urbano no visto antes.
Un consuelo es el hecho de que algunas empresas optaran por Viña del Mar como nueva sede de sus oficinas generales, lo que demuestra que no había voluntad general por abandonar la zona —el gran Valparaíso—, sino que se buscaba mejorar las condiciones laborales de sus colaboradores. Sin embargo, en este proceso también hubo pérdidas de instituciones históricas que terminaron migrando hacia Santiago.
Y si a todo lo anterior sumamos que el proyecto del Terminal 2 del puerto, fundamental a la hora de ofrecer competitividad futura, lleva entrampado más de una década —debió, en un principio, haber entrado en operaciones en el 2017—, el panorama no se presenta muy auspicioso para el futuro de la ciudad que nació como puerto. Sin embargo, hay esperanzas. Al parecer, pronto habrá anuncios de reactivación del proyecto del terminal referido, esta vez en un acuerdo que involucra consensos, algo muy difícil de lograr en estos tiempos. Esta nueva licitación se transformará en una de las inversiones más altas que recibirá la ciudad.
También ya se ha anunciado la voluntad de construir un muelle exclusivo de cruceros que debería emplazarse junto al terminal de pasajeros existente, punto clave en el futuro de una ciudad que tiene un activo extraordinario como es ser Patrimonio de la Humanidad y, por tanto, permitiría conciliar la industria de cruceros y el turismo, ayudando, de paso, a la necesaria conservación y restauración patrimonial, que hoy clama por inversiones. De igual forma, estos nuevos aires coinciden con la postulación de Valparaíso como sede del Tratado de Conservación y uso sostenible de la Biodiversidad Marina más allá de las Jurisdicciones Nacionales (BBNJ), tarea difícil de lograr, pero que podría servir para reanimar una ciudad que está golpeada, y que a todos nos conviene que resucite pronto.