Hace exactos diez años, el final de Oasis, emblema del britpop, tuvo como protagonista una ciruela. El vocalista Liam Gallagher arrojó una de esas frutas en contra de su hermano Noel, compositor y líder del grupo que la prensa y los fans británicos se empeñaron en ensalzar en los noventa como lo más grande después de Los Beatles. Tras ese incidente, en camerinos, el 28 de agosto de 2009, en el festival Rock en Seine, cerca de París, el guitarrista anunció la salida del grupo diciendo que no podía trabajar “un día más” con el hermano.
En rigor, Oasis ni siquiera era el mejor grupo británico de los noventa. Hay al menos otros dos candidatos más fuertes en originalidad, calidad y también populares como sus archirrivales Blur y qué decir de Radiohead. La banda de Manchester lanzó indiscutidamente álbumes sólidos como el debut Definitely maybe (1994) y (What’s the story) Morning glory? (1995), rendidos sin pudor alguno a referentes como T Rex y The Stone roses. Al vocalista de estos últimos, Ian Brown, la voz de Oasis le copió casi todo desde la manera de cantar, hasta cómo caminar y plantarse en el escenario.
La prensa fue clave en aquella sobrevaloración. Desde un comienzo rotuló a Oasis como la banda del pueblo versus Blur, en representación de un público más acomodado. La volátil relación entre los Gallagher permitía a los periodistas replicar clásicas duplas en permanente combustión amor/odio como los hermanos Davies en The Kinks. Pero la música nunca fue original y a partir del tercer disco, Be here now (1997) resultó sencillamente mediocre producto de la adulación y las drogas, como bien reconocería Noel Gallagher. Lo que les sobraba en actitud e ingenio para responder entrevistas, les faltaba en creatividad y progreso artístico.