Deberíamos, como país, aprovechar esta oportunidad de razonamiento, ponderación y meditación, para buscar, en forma creativa, innovadora y más pausada, nuevas formas de construirnos y definirnos como sociedad.
El pasado 18 de abril se cumplieron exactamente seis meses del inicio del estallido social. Un movimiento que permitió mirarnos, ver hacia adentro e identificar nuestros dolores como país. Nos dimos cuenta de que existían abusos que se fueron normalizando en el tiempo, y que nadie los eliminaba radicalmente, como se debiera haber hecho siempre con ellos. Y que desde ese punto de vista en muchas áreas aún nos faltaba muchísimo para avanzar, entre otras, salud, pensiones, vivienda, educación, respeto por la infancia, emprendimiento, solo por mencionar algunas relevantes.
Se hizo brutalmente evidente que varios de nuestros compatriotas no se sentían parte de la sociedad que habíamos construido algunos, y que muchos tampoco vivían en dignidad con lo básico y mínimo que un país les debía entregar.
Ese 18 de octubre nos dejó muy claro nuestros problemas, con divisiones y rabias profundas. Y más que culpar a algunos por tenerlos y a otros por no resolverlos, muchos entendimos que el ejercicio que había que hacer era cuestionarnos todos por no haber sido capaces de cambiarlos a tiempo, que estábamos en deuda, y que todos debíamos hacer algo para resolverlo.
Y fue justo en ese proceso que llegó la crisis de COVID 19. Y la pandemia nos obligó —quisiéramos o no— a tranquilizarnos, en un proceso de cambio que se estaba dando rápido y frenético, para hacer una reflexión.
A mi juicio, deberíamos, como país, aprovechar esta oportunidad de razonamiento, ponderación y meditación, para buscar en forma creativa, innovadora y más pausada, nuevas formas de construirnos y definirnos como sociedad entre todos, donde a nadie le falte dignidad y se sienta parte de ella, trabajando con ideas y propuestas colectivas para generar los cambios. Es importante no dejar pasar estas crisis profundas que hacen repensar el cómo vivimos y cómo queremos hacerlo, para que sirvan de motor para, desde Chile, probar nuevos modelos de sociedad, constructivas y colaboradoras.
Nosotros los emprendedores sabemos que los problemas son también oportunidades. Podemos quedarnos criticando, o al revés, buscar todas las maneras más ingeniosas de solución. Esta última opción es más laboriosa que la primera y requiere valores como empatía, creatividad, colaboración y trabajo duro.
Hoy tenemos más claro que nunca nuestros desafíos. También el tiempo para reflexionar y adaptarnos al nuevo mundo. Por lo que tenemos dos opciones: o dividirnos y echarnos la culpa, o lograr juntarnos, compartir ideas y trabajar duro por sacarlas adelante. Obvio que yo solo creo que la segunda funciona, y creo que tenemos herramientas de sobra, gente muy capaz, mucha creatividad y, además voluntad, mezclado con la resiliencia y solidaridad que nos caracterizan. Por lo que no podemos dejar pasar esta gran oportunidad, que desde el dolor nos traen estas crisis, para construir ese país justo y amable que tanto soñamos.