Muchas veces hemos escuchado hablar del “oro blanco”, sin embargo, este depende de la época y del lugar en el que te sitúes. Para algunos fue el algodón, para otros la leche. Hoy probablemente el litio. En la época medieval, poder conservar los alimentos valía oro. Este milagroso beneficio era posible gracias a la sal. Surgen así las salinas de Ston, un pueblo ubicado en el istmo que une la península de Peljesac con el continente.
Las salinas consisten en amplias piscinas de barro, de baja profundidad, rellenadas con agua de mar. Para conseguir esto, en el caso de Ston, se construyeron canales que las conectaban con el Adriático. La calidad del agua era fundamental, por lo tanto, algunas de estas piscinas tenían por misión la sedimentación, es decir, que el agua descansara para enviar al fondo todas las partículas. Luego, una vez purificada, pasaba a los siguientes depósitos buscando el proceso de evaporación, aflorando el mineral que finalmente era recogido de manera manual.
Las características geográficas, la convivencia entre tierra y agua de mar, los niveles topográficos que entregaba la naturaleza, planicies y sus condiciones climáticas, junto con la necesidad de conservación del alimento, los llevaron a proyectar y ejecutar un yacimiento del mineral que lograba resolver el más grande de los problemas de la época. Esto le dio, por un lado, riqueza y relevancia estratégica en el pasado, pero por otro, despertó la codicia, ocasionando robos y guerras. Por consecuencia de esto, nace una emblemática muralla de más de cinco kilómetros de extensión, encargada de proteger lo que, incluso, se transformó en moneda de cambio.
Las salinas no fueron abandonadas, a pesar de haberse originado nuevos métodos de producción. Los procesos antiguos no son entendidos como una negación al desarrollo, sino como una conservación de la identidad que permite transmitir un legado a las próximas generaciones. Sumado a esto, y gracias a esto, se desarrolla el turismo como un activo económico interesado en estas huellas del pasado. Ston funciona mejor con ambas actividades en simultáneo. Las salinas y sus externalidades urbanas, aun siendo interesantes, se encontraban de capa caída. Por su parte, habiendo tantos otros pueblos de interés, el turismo no tenía mucha proyección en este pueblo. Si ambas actividades se asocian, resultado garantizado.
Carlos Romay, en su escrito “La arquitectura de las diferencias”, explica esta simbiosis bajo el concepto de “alteridad”. Esta palabra viene del latín “alter” y significa “otro”. Romay apunta a la posibilidad de incorporar otros programas, configuraciones y flexibilidades a un proyecto, que no son los que tradicionalmente se asocian al objeto en cuestión, por lo tanto, enriqueces el resultado. Dicho de manera fácil, casino y hotel juntos funcionan mejor que cada uno por separado. Aeropuerto e intermodal se benefician mutuamente. En el caso de Ston, el patrimonio vive del turismo y viceversa. Al incorporar la otra función, haces sinergia.
El reciclaje urbano y la revalorización del patrimonio histórico apuntan a mantener viva una comunidad. Este concepto se basa en tomar elementos de infraestructura o actividades tradicionales que podrían haber caído en desuso y transformadas en activos contemporáneos que generan valor cultural, económico y social.