Roma, Coliseo

Por José Pedro Vicente, arquitecto

Construido hace dos mil años, víctima de saqueos y batallas, terremotos, abandono y crecimiento de vegetación en su interior, hoy se mantiene en pie, o al menos, un porcentaje suficiente como para entender su magnitud, sistema constructivo, presencia urbana y, por sobre todo, el ingenio de sus creadores.

Luego de haber sido sede de despiadadas inmolaciones, donde gladiadores arriesgaban sus vidas para entretener a los espectadores, con el tiempo pasó a ser un soporte multipropósito sirviendo como refugio, fábrica, fortaleza e, incluso, como cantera. Hoy, sus muros acusan ciertas perforaciones que no están relacionadas con bombardeos o atentados, sino al conocido sistema “machihembrado”. Del mismo modo en que hoy acostumbramos a ver cómo nuestros baños y cocinas son revestidos en atractivas cerámicas o porcelanatos, el Coliseo completo se encontraba recubierto con mármoles. Como no existía la tecnología para pegarlos con adhesivos, la palmeta de mármol quedaba esculpida con un “macho” por su cara posterior y el muro con un sacado llamado “hembra”. Ambos encajaban para conseguir el soporte.

El saqueo ha sido parte de la historia del ser humano. Para el trabajo de terminación de otras obras en Roma, algunos encontraron la pega hecha, entendiendo el robo de este revestimiento como un reciclaje, en consecuencia, las denominadas “hembras” quedaron expuestas en sus muros.

Independiente de las actividades que se pudieron llevar a cabo en esta edificación, cabe resaltar la destreza y perspicacia de su programa, es decir, la coordinación entre todos los recintos que se necesitaban para que funcione. Si hacemos una analogía con el desafío que significa proyectar una clínica u hospital, entendemos que no solo debe responder a la demanda que exige la salud, sino también, coordinar, por ejemplo, la alegría que entrega un recién nacido con la pena de un fallecido. No puedes cruzar ambas realidades siendo desenlaces de un mismo proyecto.

Lo anterior significa que el programa exige un orden, y en el Coliseo debía existir para que gladiadores circularan por pasillos y celdas sin toparse con las fieras; los espectadores, como simples asistentes de un show, debían entrar y salir sin mayores entorpecimientos —considerando una capacidad para cincuenta mil personas—, junto con eso, cada sección de la galería, en la medida que se distanciaba de la escena, más bajo era el estrato social de sus espectadores. El emperador, por supuesto, no se mezclaba con el pueblo, teniendo sus propias instalaciones, circuitos y comodidades. Distintos mundos dentro de un mismo edificio, coordinados para que funcionara macabra y despiadadamente bien.

Por esta razón, el subsuelo, que se reconoce como un laberinto y sus muros curvos, como una imagen estructural, son los encargados de organizar accesos, escalinatas, baños y sistemas de alcantarillado, celdas, recorridos, áreas de precalentamiento, y todo tipo de recinto necesario para haber mantenido su vigencia por siglos.

Ir a ver un espectáculo que consistía en un grupo de personas tratando de matarse, suena un tanto absurdo e inhumano. Inadmisible e incomprensible es que dos mil años después, los miembros del espectáculo terminen observando cómo los de las barras bravas intentan matarse en la galucha.

PD: ¡Vamos para atrás!