Según varias leyendas del Cercano y Medio Oriente, Nimrud fue el primer rey de la historia. Se le asimila a Ninus, el fundador de Nínive, y también a Accad, el fundador del reino Acadio.
Nimrud descendía directo de Noé, y habría creado el primer reino después del Diluvio. Noé tuvo por hijo a Cam, y este a Kush, que fue el padre de Nimrud. Dice la Escritura que “Nimrud fue el primero en llegar a ser poderoso en la Tierra”. Su reino comprendía las ciudades de Babil (Babel o Babilonia), Erech (Uruk), Nínive, y toda la tierra de Sinar. “Pero, siendo un arrogante cazador, se opuso y desafió a Yahvé” (Génesis 10,9); e inició la construcción de la Torre de Babel, con gran despliegue de trabajadores, ingenio y tecnología (se usaron ladrillos cocidos pegados con argamasa de brea). Por eso en la Masonería se tiene a Nimrud como uno de los próceres. La fama de su nombre inunda toda la zona del Mar Negro y alrededores. Aparece en historias locales de diversos pueblos; y muchos dicen que sus líderes y campeones ancestrales descienden del legendario rey Nimrud.
En leyendas más tardías y recogidas por la literatura árabe a partir de escritos clementinos (es decir, la colección de documentos reunidos por el papa San Clemente I) a Nimrud se le llama fundador de ciudades y padre de naciones, incluso se dice que es el mismísimo Zaratustra (Homilías 9.4-6). En el Kitab al-Magall o Libro de los Rollos se celebra su regia estampa y empuje constructivo: “Edificó Hadâniûn, Ellasar, Seleucia, Ctesiphon, Rûhîn, Atropatene, y Telalôn”. En un escrito del siglo IV llamado Cueva de los tesoros, dice que Nimrud fundó Nisibis, Edessa y Harran; también que fue el primer rey en usar corona, objeto de poder que tenía por nombre Santal. El mismo relato está en otra obra conocida como El conflicto de Adán y Eva con Satanás (siglo V). Nimrud captura al mal, que deambulaba suelto aún por la Tierra, y lo encierra en una profunda caverna; y con esa proeza se congració con Dios.
El gran cronista árabe Al Tabari (siglo IX) recoge y ordena gran cantidad de leyendas antiguas en su libro Historia de reyes y de profetas. Le dedica un buen espacio a Nimrud, y dice: “Nimrud construyó la Torre de Babil con lo que provocó la ira de Alláh. Entonces, el Altísimo no sólo destruyó la Torre, sino confundió a los hombres que olvidaron la antigua lengua universal que les daba armonía y comprensión, y desde entonces hablan las setenta y dos lenguas del mundo. Es la causa por la cual la ciudad de Babilonia quiere decir confusión”.
Nimrud o Nino, rey de Asiria, y su bella reina Sémiramis, inspiraron a Voltaire quien escribió la tragedia del mismo nombre en la que se basó Gioacchino Rossini para componer la ópera Sémiramide (o Sémiramis, que es lo mismo).
¿Qué más hay de Nimrud, aparte de música? Noticias lejanas, como las que llegaron desde el Medio Oriente hasta diarios locales. Al iniciarse el año 2015, las tropas del Estado Islámico destruyeron las venerables ruinas de la ciudad de Kalkhu (Calaj o Kalakh), distante 30 km al sudeste de Mosul. Kalkhu fue capital de Asiria, y junto a Assur, Nínive y Dur Sharrukin, también fue levantada por Nimrud.
Recordé a este personaje legendario que desde la antigüedad fue asociado al concepto del mando y el poder, viendo el tenaz desempeño de nuestro propio Nimrud que se esfuerza por hacer grande el Reino de Chile. Sin duda un buen reconstructor; más cuando entre sus filas hay también tozudos levantadores de torres, cosa loable si sucede en armonía y entendimiento. Pero me acongoja ver cada día cómo, sin siquiera intervención del Cielo, se ha ido confundiendo la lengua. El tema no debe prestarse para bromas pues son de pésimo gusto. Al hablar ante multitudes (ahí la “e” sí está bien puesta) no se puede comenzar refiriéndose a todos, todas y todes. ¡Espantoso! No hagamos de Santiago otra Babilonia. No ha de aceptarse la aberración lingüística, ni la venenosa doctrina del género, ni esa insistencia en retorcer y desfigurar el lenguaje.
Como corolario para los que les gusta la historia y piensan que a veces se repite, después de Nimrud y su éxito derrotando el Mal, siguió Sémiramis, que reinó con mano firme e instauró la religión del Sol; hizo crecer a Asiria, llegando su potencia e influencia tan lejos “que hizo temblar a las montañas”.