La reseña del riguroso sitio Pitchforkmedia, donde suelen degustar el rock arriscando la nariz, fue a la yugular. “Los pobres chicos de Frankenmuth, Michigan”, dijeron del álbum debut Anthem of a peaceful army (2018), “ni siquiera se dan cuenta que son más un afiebrado sueño algorítmico que una banda de rock real”. La nota fue durísima, apenas 1.6 de 10. Es Greta Van Fleet, un cuarteto formado por los hermanos Kiszka —Josh (voz), Jake (guitarra) y Sam (bajo)— junto al baterista Danny Wagner, que han despertado revuelo no solo por ser un grupo de rock en una época en que el género está absolutamente rezagado en los gustos juveniles, sino por el indisimulado parecido con Led Zeppelin. Son uno de los números principales de la próxima versión de Lollapalooza en Santiago, mientras el side show programado para el 28 de marzo en el teatro Caupolicán (antesala del festival) está completamente agotado.
Si la crítica se deleita haciéndolos añicos, algunas leyendas del rock han salido en defensa como Billy Corgan de The Smashing Pumpkins y Alex Lifeson de Rush, para quien las comparaciones con Led Zeppelin es una medicina que su propia banda saboreó en los inicios, cuando la prensa y los fans advirtieron que el primer álbum de los canadienses se parecía más de la cuenta al cuarteto británico. “Ciertamente, Zeppelin fue una gran influencia para nosotros, pero una vez que salimos y tuvimos la oportunidad de tocar y desarrollar nuestras propias cosas y comenzar a escribir nuestro propio material… bueno, ya sabes, eso es historia. Y lo veo con ellos también. Son lo suficientemente jóvenes como para llevar esa pancarta de una banda de rock hacia el futuro”. Ojalá las predicciones de Lifeson se cumplan. Por ahora el parecido aún semeja una mochila con demasiado peso.