Mientras el dueño de esta propiedad, Raúl Schüler, alega inocencia y su total desconocimiento acerca del origen de las veintiún esculturas incautadas en su fundo La Punta y otras piezas patrimoniales, quisimos reflotar el reportaje hecho por la periodista María José Pescador en Tell Magazine hace seis años. Ubicado en San Francisco de Mostazal, es una de las haciendas más importantes en cuanto a su historia, arquitectura y paisajismo. Un lugar de ensueño —que transporta a las primeras décadas del siglo XX—, con jardines versallescos y magníficas esculturas, cuya procedencia está, actualmente, en tela de juicio.
Fotografía Danny Bolívar U.
El fundo La Punta respira historia. En sus cerca de cuatrocientas cincuenta hectáreas, conviven parrones, perales, piletas, decenas de maravillosas esculturas y un paisajismo de lujo gracias al espíritu conservacionista y la veta restauradora del empresario agrícola y dueño del lugar, Raúl Schüler, quien compró la propiedad en 1979, cuando esta se encontraba en notable abandono.
La casona reúne en sus fachadas —de grueso adobe— varios estilos, en donde impera la arquitectura ecléctica. Fue construida entre 1890 y 1905 por el destacado arquitecto Alberto Cruz Montt, el mismo que diseñó el Banco Central y el Club de la Unión. Si bien tiene tres mil metros de construcción, además de una capilla, la casa de invierno y la pesebrera, lo que nos convoca ahora es el jardín. Parques maravillosos con vista a la cordillera, reúnen la magia de la naturaleza en sí misma. Al recorrer desde la entrada el parque que mira hacia la fachada principal de la casona, se ven toda clase de flores, que magnifican el colorido del lugar, cientos de árboles nativos, palmeras de varios tipos y vegetación arbustiva perfectamente podada, hecha para delimitar y componer caminos, pequeñas plazuelas y una pérgola digna de aplaudir.
Todo posee ese elegante sello francés que le dio su paisajista: George Henri Dubois, titulado de la Escuela de Jardinería de Versalles, y que fue contratado en Francia por iniciativa del embajador chileno de ese tiempo, Alberto Luis Gana, para diseñar en nuestro país las diecisiete hectáreas del Parque Forestal, los jardines del ex Congreso Nacional y un par de fundos, dentro del que está este en San Francisco de Mostazal.
“El parque de Dubois es el que se ve desde la puerta de entrada —en donde hay un arco—y recorre todo el círculo alrededor de la casa. El diseño de los caminos no se veía, era solo maleza, un potrero y había unas cincuenta ovejas que se comían todo. El trabajo fue empezar a buscar el recorrido de los senderos, ya que aún había ladrillos que demarcaban los orígenes del esquema del paisajista”, dice Schüler.
Fue el mismo Schüler quien diseñó en los jardines dos estanques ubicados en la entrada principal del lugar. A primera vista son dos pequeñas lagunas en donde conviven variedad de patos, cisnes europeos y de cuello negro, flamencos y tres variedades de grullas, además de cerca de cientos de pavos y otras especies silvestres que dan vida al lugar y que hacen que, al cerrar los ojos, el ruido de las torcazas sea más fuerte que el de la brisa y el viento.
Para el dueño, todo en este parque tiene un significado especial. “Las grullas son las aves que representan ‘la larga vida’ en la filosofía oriental. Los flamencos están en los estanques simplemente porque los encuentro maravillosos; los cisnes de cuello negro, porque son nativos. Además, hay tantas otras especies silvestres que llegan solas y que conviven aquí porque se sienten protegidas, como las coscorobas, las miles de garzas y torcazas que inundan los árboles alrededor de las lagunas y de los bosques”.
Desde la terraza principal de la casona se ve otra pequeña laguna en medio del parque, con plantas acuáticas y un puente de madera cubierto por enredaderas. El sol se esconde en el atardecer y el paisaje se torna de ensueño. Entre los sonidos de grillos y patos, se ven las colas abiertas de cuatro pavos reales, y a los dos perros del dueño del lugar, un Fox Terrier y un Gran Pirineo, corriendo detrás de una liebre por el prado.
“Mi sueño era reconstruir este lugar, además de crear un parque proporcional a la casa más amplio y que me diera mayor privacidad. Tener especies de todo tipo, conservar los bosques, mantener este lugar como lo fue en su época. Cuidarlo y preservarlo, porque es único en Chile y no podemos dejar que toda la historia de nuestro país se destruya. Mi espíritu es conservar”.
ESCULTURAS Y PILETAS
Monumentales esculturas se encuentran por todo el parque. La mayoría compradas en remates por Schüler, quien buscando, por un lado, restaurar y conservar objetos de la antigüedad, obtuvo incontables y sorprendentes esculturas con firma Val`dOsne —fundición de fierro más importante del siglo XIX y gran parte del XX ubicada en el valle de Osne en Francia—. Muchas de estas esculturas fueron hechas por grandes del arte, como el chileno Nicanor Plaza.
Destacan también las esculturas en piedra, y otras que unen lo antiguo con lo contemporáneo. En un sector del parque llaman la atención unas bancas de un azul explosivo; sobre ellas se sientan esculturas de mujeres solitarias, con aspecto un tanto triste y contemplativo. Hechas por Ximena Burón, destacada escultora nacional, su trabajo se enfoca en el paso del tiempo, la soledad y la falta de comunicación entre los seres humanos (www.artistasplasticoschilenos.cl ), y es exactamente lo que sus esculturas provocan.
Atrás de la fachada principal de la casona, se encuentra el jardín italiano. Aquí el piso es de adoquines, y hay un laberinto formado por arbustos que guían hacia una fuente de agua. Cerca de este lugar destaca el tallado de la cara de un león, por donde sale un chorro de agua que cae a una tina de mármol. Existen siete brotes que dan agua pura y cristalina, con la que alimentan el parque y la casa.
Atrás del jardín italiano está la piscina. Un estanque de agua rodeado por árboles y plantas que le dan al ambiente la sensación de estar en pleno bosque salvaje. Mirando a quien baja por las escaleras para nadar, están las esculturas de Ceres y Neptuno, una en cada esquina. Para contemplarlas, una pequeña terraza de fierro.
Quizás fue lo imponente del lugar y la magia que lo rodea, quizás su historia de antaño, su gran arquitecto o paisajista, la mano de Raúl Schüler para transformar, restaurar y conservar el parque y la casona, o quizás fue esa sensación de sentirse en la que fue su patria, es que el mismísimo Raúl Ruiz (1941-2011) —cineasta chileno radicado en Francia— quiso rodar en este lugar el film Nucingen Haus, una adaptación de la novela de Balzac.
El dueño de casa se sienta en un escaño en la terraza de la fachada principal de la casona. Se aprecia el sol que se esconde detrás de la cordillera, el camino rodeado de palmeras, se escucha el ruido de los pájaros, los sapos y los grillos, el sonido del agua que cae por una fuente con la escultura de una mujer, y que relaja. Se ven liebres, pavos reales, aves que, en grupos gigantescos, cruzan el cielo. “¿Ahora entiende por qué no veo televisión?, me dice Raúl Schüler. Sí, le digo, ahora entiendo.
“Cuando compré el fundo, el diseño de los caminos del parque proyectado por el paisajista Dubois no se veía. Era solo maleza, un potrero y unas cincuenta ovejas que se comían todo”.
“Mi sueño era reconstruir este lugar. Tener especies de todo tipo, conservar los bosques, mantenerlo como lo fue en su época. Cuidarlo y preservarlo, porque es único en Chile y no podemos dejar que toda la historia de nuestro país se destruya. Mi espíritu es conservar”.
El cineasta nacional, Raúl Ruiz, rodó en este lugar el film Nucingen Haus, una adaptación de la novela de Balzac.