Misericordia: Aventura misionera

Esta es la increíble historia de Romain y Reina de Chateauvieux, una pareja de misioneros que se conoció en Salvador de Bahía, en una de las favelas más pobres de Brasil. Ahí, en un ambiente de drogas, violencia y prostitución, nació el amor entre un joven arquitecto francés y una chica que creció en ella. Juntos fundaron Misericordia, en la comuna de La Pincoya, un ejemplo de amor y servicio a los demás que se ha expandido a otros países como Francia, Estados Unidos y Argentina. En estas páginas, un canto de esperanza y fe para los marginados del mundo.

Por Macarena Ríos R./ Fotografías Javiera Díaz de Valdés y gentileza entrevistados

Romain nos recibe a la entrada de Misericordia. Alto, la camisa arremangada y una gran sonrisa. A su espalda, la parroquia —que levantaron con esfuerzo y que hoy es un refugio de esperanza y fe para los más necesitados— recibirá más tarde a los niños con una noticia: la “tía Jose” entrará a las Carmelitas Descalzas y no seguirá como directora del centro educativo. Hay rezos y cantos de alabanza que acompañan con bailes y gritos de alegría. Como una fiesta. como una epifanía.

Son las tres de la tarde de un miércoles y el calor se hace sentir. El centro —de tres mil metros cuadrados— se alza “en la periferia de la periferia”, al norte de La Pincoya, y está conformado por setenta contenedores que albergan una sala de música, una biblioteca, una tienda, un comedor, salas de clases y una oficina en donde se cuece a fuego lento la creatividad de misioneros y voluntarios para sacar proyectos adelante. Cada uno con conocimientos técnicos y universitarios distintos que se nutren entre sí y ayudan a empujar la misión. “Tenemos diversas profesiones en el equipo y aprovechamos al máximo las habilidades de cada uno”, me dirá más adelante Cristina, que tomó la posta del centro educativo como directora.

Los niños llegan de a poco e inundan el espacio de risas y juegos. Romain los saluda, les chasconea el pelo, pregunta por sus familias.

¿Qué sientes cuando miras todo esto?
Mucha gratitud. Siento que el Señor ha hecho algo muy bonito en Misericordia y, al mismo tiempo, siento ganas de hacer mucho más frente a tantas necesidades y sufrimiento.

Fundada en 2016, Misericordia desarrolla proyectos sociales y pastorales relacionados con la educación y la salud y se ha convertido en una gran familia, compuesta por misioneros de diversas partes del mundo que vienen a entregar un pedazo de su corazón.

¿Te sientes un referente?
Yo siento que Misericordia sí está abriendo camino en las periferias de las grandes ciudades del mundo, tanto acá como en Francia, Argentina y Estados Unidos. Es un camino que parece ser siempre nuevo y siempre eterno, porque la receta de Jesús es la misma de siempre: servir a los pobres, anunciar el evangelio, hacer que la gente florezca, y lo estamos haciendo con mucha fuerza de juventud. Hay mucha innovación y ganas creativas.

Hoy Misericordia en el mundo cuenta con cincuenta y cuatro misioneros, cuarenta personas contratadas y cerca de tres mil voluntarios. El proyecto más emblemático es el de La Pincoya, que ha sido emulado en otras latitudes: Aubervilliers (Francia), Gainesville (Atlanta) y La Rana (Buenos Aires).

Pronto esperan abrir nuevos centros en las periferias de Madrid y Ciudad de México y aquí en Santiago, en Bajos de Mena. De hecho, Romain viene llegando del viejo continente, donde está supervisando la puesta en marcha del proyecto en España. “Como fundadores con Reina, nuestro papel es de tratar de fortalecer las raíces de Misericordia y acompañar los distintos proyectos en el mundo para asegurarnos de que es una propuesta que puede ser replicable, porque los pobres necesitan tanto”.

Mientras conversamos se acerca Cristóbal, un misionero que se fue a vivir a Rengo hace siete meses —con su señora y cinco hijos— a cargo de un centro de rehabilitación para personas con problemas de droga, que esperan tener operativo en marzo del próximo año. ¿Qué es para ti Misericordia?, le pregunto. ¡Vamos, vamos!, lo anima Romain, divertido. Cristóbal sonríe: “Para mí, Misericordia es un camino a la santidad, un regalo; es un regalo poder servir”.

VIVIR EL EVANGELIO

Cristina estudió derecho en Colombia. De madre chilena y padre colombiano, dice que es “chilombiana”, porque ha pasado su vida yendo y viniendo de un país a otro. “Misericordia es la respuesta a algo que yo venía pidiéndole mucho tiempo al Señor, poder entregar todo el amor al servicio de los demás. No era suficiente un voluntariado, no quería que fuera solo a tiempo parcial o los fines de semana, quería algo más permanente y aquí lo encontré”.

Me cuenta que el centro educativo es un after school que recibe cerca de cien niños. Busca ofrecer una educación integral y, sobre todo, acercar a los niños y a sus familias a Dios. “Tenemos refuerzo académico y talleres de arte, música, danza y deporte”. El fuerte es el proyecto de formación con el que buscan motivar a los niños a que entren a la catequesis.

A un costado del comedor, los misioneros se congregan. Vienen de Francia, España, Guatemala. Actualmente son veinticinco los que viven en la comuna.

“Yo creo que en los jóvenes de hoy hay un deseo, un anhelo de tener una vida con sentido, un trabajo con sentido, algo que realmente los mueva a levantarse en las mañanas y aquí han encontrado eso: un trabajo unido a la fe. Es impresionante ver a la generación de hoy, al menos a los católicos; tienen el gran deseo de poner toda la riqueza profesional que poseen, la creatividad, las ganas, la fuerza, al servicio de la iglesia, de los pobres y la evangelización. Ellos son quienes están construyendo el futuro”.

En uno de los muros está escrita, en letras negras, una frase del Papa Francisco: “La Misericordia cambia el mundo”.

¿Misericordia ha cambiado La Pincoya?
Ha cambiado los corazones de La Pincoya y eso ha sido el mayor regalo. Nosotros tenemos la misma impresión que la madre Teresa, de ser una gotita en el océano, pero es muy lindo escuchar de la boca de los vecinos acerca del impacto notable de Misericordia en la comuna.

Reina se sienta junto a nosotros. Acaba de llegar junto a Teresita, la hija menor del matrimonio. “Nuestros hijos son voluntarios de Misericordia, ayudan los fines de semana en las actividades con los niños y nos acompañan en las vigilias. El mayor (Théophane) toca guitarra, piano y bajo, y el próximo año irá a Francia como misionero. El segundo (Silouane) toca batería, Juan Diego y Esteban ayudan en los diferentes talleres y Pier Paolo y Teresa todavía son pequeños pero viven también la misión junto con nosotros”.

“Cuando nos instalamos en La Pincoya seguimos un llamado interior que traspasaba la lógica y que nos ha llevado a querer entregar a nuestros hijos una educación en la realidad, no en una burbuja protegida, sino estando en el día a día, confrontando las heridas del mundo global: la pobreza, la droga, al alcoholismo, la delincuencia. Desde nuestra fe tratamos de ser coherentes en nuestro deseo de vivir el evangelio de manera radical”, explica Romain.

¿Hubieras hecho algo distinto?
Los sí al Señor y las decisiones que he tomado en mi vida han sido con una profunda confianza en el Señor. Al principio de mi vocación, el Señor me hizo una promesa: “la felicidad que buscas, al servicio de los pobres la encontrarás”. En cada sí, cada paso, cada decisión, cada orientación de mi vida personal, familiar y matrimonial el Señor me ha regalado esa felicidad plena, esa vida en abundancia. Si me preguntas hoy, lo único que haría distinto es tratar de entregar más. Para mí ha sido un camino perfecto y, volviendo a tu pregunta, no lo haría distinto, sino mejor.

En el mundo de los marginados, donde la desigualdad y la carencia se palpa en cada esquina, Romain y Reina luchan a brazo partido por romper la inercia de la indolencia. “Nos duele la pobreza del otro y tenemos claro que no podemos cambiar el mundo, pero sí una persona a la vez. Esta ha sido una aventura preciosa de acompañar y liderar”.

¿Cómo poder ayudar al tejido social a través de políticas públicas?
Es interesante. A Madre Teresa le preguntaban mucho por la ayuda del gobierno y ella decía: el gobierno es el gobierno y a nosotros lo que nos toca es servir y amar. Nuestra mirada no es política, sino eclesial. En mi generación, especialmente en Europa, hay una corriente muy fuerte de desilusión frente a las políticas públicas. No hay que esperar, tenemos que hacernos cargo desde nuestro círculo más cercano y Misericordia es un reflejo de eso. Hacemos cosas ordinarias, pero con un amor extraordinario y eso hace la diferencia.