La emoción de quienes miran por primera vez a través de un telescopio, queda grabada para siempre en mi retina. ¡Oh! ¡No puede ser! ¡Increíble!, dicen emocionados. Y vuelven a mirar por el ocular, para observar, por ejemplo, el planeta Saturno, con sus anillos, o a Júpiter, con sus cuatro satélites a su alrededor. Para qué decir cuando apuntamos a los cráteres de la Luna. Son sensaciones que quedan para siempre.
Cada cierto tiempo, llevo mi telescopio a diferentes lugares, especialmente en época de vacaciones y, aprovechando las noches despejadas, muestro las maravillas estelares de esas noches. Lo bueno de la astronomía es que siempre hay algo interesante en el cielo para observar con el telescopio: Uno o varios planetas, estrellas dobles, cúmulos globulares, alguna nebulosa brillante y, lo más llamativo y fácil de observar por su tamaño: la Luna.
En una ocasión, en Santiago, fui a un colegio, en la noche, a hacer algunas pruebas con mi telescopio. Allí estudiaba una de mis hijas. Justo, como era en la comuna de La Reina, en los primeros contrafuertes cordilleranos, la visión de Santiago era espectacular y el Cerro San Cristóbal se veía en su totalidad, destacando en su cumbre una solitaria luz blanca. La persona que hacía de nochero se acercó a mí y lo invité a que miráramos, por el telescopio, el Cerro San Cristóbal.
Preparé el telescopio con un lente de mediana potencia, en donde la Virgen se veía realmente majestuosa. Blanca y brillante, producto de los reflectores que la iluminan constantemente.
Por favor —le dije al nochero— coloque su ojo y mire por aquí, por el ocular y verá lo que hay arriba del San Cristóbal.
Después de algunos segundos levantó su cabeza y estaba llorando. Le pregunté qué le pasaba y por qué esas lágrimas… ¿Sabe señor?, me dijo, nunca me imaginé que a esta distancia del cerro iba a poder ver a la Virgen tan cerca, como si la pudiese tocar. Me he emocionado, porque soy católico y devoto de la Virgen. Y allí estuvo por varios minutos viendo a su querida Virgen, para luego ver otros objetos celestes. La experiencia fue muy fuerte, tanto para él como para mí.
En todos los observatorios ópticos del mundo, después que se instala y construye el telescopio, viene la ceremonia de ver por primera vez o de registrar en alguna placa fotográfica (en la década del sesenta) la primera imagen tomada con el telescopio. Es la prueba de fuego que tiene todo instrumento astronómico, en donde se puede apreciar la calidad de las imágenes y nitidez de sus elementos ópticos.
En la actualidad ya no se usan placas fotográficas, como en el pasado, sino que detectores electrónicos llamados CCD y que son los mismos que usan nuestras cámaras fotográficas digitales.
Es el momento en que la ceremonia de «La primera luz» da paso a que el telescopio sea usado por los miles de astrónomos que esperan, a veces por años, para investigar y desarrollar sus teorías.
Aún quedan por construirse, en Chile, muchos telescopios, aunque ya hay varios en la etapa de desarrollo. La ciencia astronómica requiere de nuevos y grandes telescopios que entrarán a nuevos confines del universo, que están esperando ser descubiertos después de «La Primera luz» del telescopio.