Siempre ha existido una cierta confusión acerca de los conceptos de pirata, bucanero, filibustero y corsario, a tal punto que se usan indistintamente para identificar a aquellos navegantes que cometieron acciones contra los intereses hispanos y criollos en las costas del Pacífico americano. Sin embargo, hay algunas diferencias que vale la pena aclarar.
En realidad, pirata, bucanero y filibustero fueron conceptos que, si bien se utilizan con frecuencia en la historia de Chile, fueron realidades menos frecuentes de lo que uno imagina. Para el caso de los piratas, se asocia a aquellos navegantes que, al margen de su nacionalidad, atacaban a naves para robar, secuestrar o matar, siendo considerados criminales. Para el caso de los bucaneros y filibusteros estos también eran piratas, pero concentraban su actividad en el Caribe y también solían asolar posiciones costeras. Los bucaneros debían su nombre al “bucán”, la forma de asar y ahumar la carne en dicha región, posiblemente porque en su origen fueron cuatreros. En cuanto a los filibusteros, hay varias teorías, pero la que suele usarse con mayor frecuencia es que su nombre derivaba de los veleros ligeros que utilizaban en sus correrías, los “flyboat” o, mejor dicho, los “vlieboot” neerlandeses. Sin embargo, en ambos casos había un denominador común: cometían actos de piratería siendo los intereses hispanos los más afectados, aunque en realidad nadie estaba libre de las acciones de personas que no tenían vínculos con sus patrias de origen y no respetaban la ley.
El caso de los corsarios es distinto. Ellos sí fueron más frecuentes en las costas americanas del Pacífico, porque en realidad eran navegantes que defendían los intereses de una nación específica, aunque sus acciones parecían muy similares a la de los piratas. De allí, por ejemplo, es que se asocie a Drake, Cavendish o Hawkins como piratas cuando en realidad tenían patente de corso entregada oficialmente por la corona inglesa. Lo que en realidad ellos hacían era golpear los intereses españoles en la costa de América y, al mismo tiempo, obtener ganancias para sus objetivos personales.
Por lo anterior, cuando se hace alusión a navegantes que fueron hostiles en las costas de Chile, la mayoría fueron corsarios o incursiones privadas con la aprobación del Estado, tal como fue el caso de los ataques neerlandeses como los de van Noort, los hermanos Cordes, van Spilbergen y Brouwer, quienes tradicionalmente son llamados “piratas” holandeses.
Pero es verdad que también hubo piratas. Uno de ellos, quedó en la leyenda local y su memoria no se olvida: Bartolomé Sharp, un inglés que una buena parte de su vida la dedicó a las actividades ilegales.
En su currículum se cuentan incursiones en Panamá, Ecuador y Perú, así como también actividad en el Caribe, en especial al final de sus días. Y particularmente en Chile se hizo famoso por su arribo a Coquimbo en diciembre de 1680 y el brutal saqueo y quema de la ciudad de La Serena, haciéndose famoso el dicho “llegó Charqui a Coquimbo” para recordar tan infausta noticia. También estuvo en Juan Fernández, y además saqueó Huasco e intentó tomar el puerto de Arica. Incluso Valparaíso estuvo inicialmente dentro de sus objetivos, pero felizmente aquello nunca se concretó.
Sharp volvió a Inglaterra en 1682 y allí, a base de importantes regalos al monarca —fabulosos mapas españoles manuscritos de la costa americana— logró ser perdonado por haber sido pirata; sin embargo, aquí en Chile su mal recuerdo quedó para siempre.