La bandera chilena tiene poco más de doscientos años de historia. Cuando comenzó el proceso de independencia hacia 1810, con aquella Primera Junta de Gobierno que buscaba una mayor autonomía frente España, pero manteniendo la lealtad monárquica al rey Fernando VII, no existió un emblema específico que marcara distancia de la madre patria y de su monarquía.
Sin embargo, hacia 1812, con la irrupción de José Miguel Carrera, nació la idea de tener un emblema para quienes buscaban una independencia de la soberanía hispana. Esta primera bandera tricolor en franjas azul, blanco y amarillo fue diseñada por la hermana del héroe independentista, Javiera Carrera Verdugo, y es conocida como la bandera de la “Patria Vieja”.
Tal como lo sabemos, de acuerdo como se desarrollaron los acontecimientos, dicha bandera no tuvo larga vida. Los sucesos de 1814, en particular, el desastre de Rancagua significó el derrumbe de este primer proceso autonomista y, por tanto, el fin de los primeros emblemas patrios que, además, incluían un escudo y una escarapela.
Tuvieron que pasar tres años hasta que, en 1817, nuevamente los patriotas enarbolaran una bandera. Sin embargo, esta vez, los colores cambiaron. Conocida como bandera de Transición o de la “Patria Nueva”, surgió tras el triunfo del ejército libertador de Los Andes en la batalla de Chacabuco en el memorable 12 de febrero de 1817. Con las mismas franjas horizontales que el emblema anterior, ahora el tricolor se componía de azul, blanco y rojo. El cambio del rojo por el amarillo podría interpretarse como el homenaje de la sangre derramada por aquellos que en los años anteriores habían caída luchando por la causa independentista. Se cree que fue Juan Gregorio de las Heras quien diseñó este emblema, el cual también tuvo corta duración, puesto que, en el mismo año, y ya con la convicción de que el proceso libertario estaba bien encaminado, se decidió diseñar una bandera definitiva.
Finalmente, gracias el decreto ley del 18 de octubre de 1817, fue legalizada la nueva bandera nacional, a la que se le atribuyen varias autorías en Santiago y Concepción. Sin embargo, su debut oficial fue el 12 de febrero de 1818, el día de la proclamación de nuestra independencia, es decir, hace 204 años, convirtiéndose con nombre propio en el primer símbolo de la historia republicana chilena.
No obstante, quedaban pendientes algunos aspectos como las proporciones oficiales de los colores, los que finalmente se resolvieron durante el transcurso de los años, siendo el 11 de enero de 1912 la fecha en que se estableció la bandera definitiva que hasta hoy enarbolamos.
Lo anterior, viene a demostrar que los emblemas nacionales, y en particular la bandera chilena, surgió durante un proceso significativo de nuestra historia como lo fue el final de la independencia. De hecho, la bandera estuvo presente en dos episodios trascendentales, como fue la victoria en la batalla de Maipú, el 5 de abril de 1818, y la captura de Chiloé, en 1826, hitos que terminaron por consolidar el proceso libertario iniciado tímidamente en 1810 con la Junta de Gobierno.
La bandera chilena ha estado vinculada a toda nuestra historia republicana y sólo algunas innovaciones en las proporciones, en el diseño de los colores, y en el tamaño y diámetro de la estrella solitaria fueron objeto de discusión posterior. Por lo anterior, si hay un común denominador de todos los chilenos en su historia en estos más de doscientos años es ese símbolo tricolor, que pareciera que, en estas últimas Fiestas Patrias, ha estado más presente que nunca en nuestra sociedad, casi como un mensaje reforzado para quienes no supieron leer la importancia que tienen los emblemas históricos que han sido parte inseparable de construcciones identitarias como la chilena.