“Viña es un festival, música junto al mar”, tarareamos de memoria los mayores de cuarenta, cortesía de aquel jingle que anticipaba el inicio del festival de Viña. Este 2021, por primera vez en sesenta y un años, reinará la quietud en la Quinta Vergara durante febrero, otra triste consecuencia de la pandemia, esta pausa gigante que ha hecho del mundo un lugar más triste y silencioso.
Bajo esta ausencia obligatoria, el festival merece justicia y reconocimiento. Año a año, en una especie de práctica deportiva tácitamente concertada, se le chaquetea durísimo entre el público y la prensa. A pesar de esta vibra autoflagelante, sigue siendo un evento de repercusión internacional que concita el interés de medios extranjeros de toda Latinoamérica. Para un artista con grandes aspiraciones en nuestro idioma, ese escenario en medio de un bosque no muy lejos del mar implica un reto mayor. No existe en toda Hispanoamérica un reducto similar que funcione como trampolín o espacio consagratorio para una carrera musical.
Por cierto, el festival de Viña necesita un mejor destino que conservar el prestigio. Eventualmente, buscar alianzas más allá del indispensable soporte de la industria televisiva local que, sometida a una larga crisis, ya no cuenta con los recursos de antaño. Para los canales dejó de ser negocio trasladar programas y equipos completos hasta la capital turística de Chile.
En los últimos años esa ausencia cobró un alto precio. El ambiente de carnaval al que contribuía la pantalla con matinales, noticiarios y espacios satélites desde Caleta Abarca hasta la recta Las Salinas, con la gente abarrotando los sets al aire libre, se ha esfumado por completo.
Más que nunca en las últimas ediciones, el festival se circunscribe al anfiteatro en la Quinta como un gran espectáculo televisado, sin irradiar su efervescencia al resto del balneario. La Ciudad Jardín tiene que revivir su mejor fiesta copando nuevamente calles y playas. Que vuelva la música junto al mar.