Para entretenerme en estos días de encierro voluntario, ordenando nuevamente mi pieza, leo unas notas bastante antiguas de la época en que vivía en Villa Alemana. Una lleva el título de “La Pantoja” y dice lo siguiente: La veo, como si fuera hoy, vagando por el centro de Villa Alemana, no molestaba a nadie, alta, delgada, con un vestido color gris hasta los tobillos, portaba una caja con sus pertenecías diarias, no hablaba con nadie y se sentaba en las gradas de cualquier negocio del centro.
La Cruz Roja local, preocupada por la Pantoja, consiguió un cupo en un Hospital de Santiago, para llevarla y necesitaba a un representante municipal que la acompañara. El único que podía ir era un conocido regidor que trabajaba como obrero panificador en pleno centro de la ciudad y, como trabajaba de noche, pasó la ambulancia a buscarlo a la panadería pasado las ocho de la mañana, al terminar su trabajo. Salió con su mandil harinero y con harina por todos lados.
Al llegar a Curacaví, pararon un rato a tomar desayuno. Nuestra autoridad aprovechó de tomar la rica chicha de Curacaví. Al reanudar el viaje, el regidor le dijo al chofer que como no había dormido se iría atrás y la buena Pantoja lo acompañaría adelante.
Al llegar al Hospital Psiquiátrico, dos fornidos enfermeros los estaban esperando, abrieron la puerta trasera y empezaron a enfundar al “enfermo” con una camisa de fuerza, el que gritaba: La Pantoja está adelante, yo soy ilustre regidor de Villa Alemana.
Así que Ilustre regidor, el caballero… y seguían enfundándolo.
Hasta que apareció el chofer para aclarar el entuerto.