La asociación entre arte y locura ha constituido desde siempre una fascinación. Transitó en este andar uno de los más celebres pintores del posimpresionismo, el neerlandés Vincent Van Gogh (1853-1890). Llevado por sus frustraciones en vida, inicia su búsqueda y se traslada al barrio Montmartre de París (1886), donde conoce el impresionismo y el puntillismo en primera persona, vinculándose con artistas como Pissarro, Monet y Gauguin. Abandona los negros de la época holandesa y arma una paleta llena de azules, verdes, amarillos y naranjos, y se encamina hacia su propio estilo, transformando los puntos en guiones fluidos. En el sur de Francia realiza su mayor descubrimiento: la luz, aquella que lo empuja a proyectar en cada pincelada. Cada vez que Van Gogh se traslada a un lugar, el inicio es siempre eufórico, pero luego decanta en una caída cada vez más tormentosa.
Van Gogh ingresa al manicomio en Saint-Rémy para su tratamiento. Acá, aunque la pintura trasmuta de actividad artística a terapia ocupacional, sus pinceladas pastosas y exageradas se tornan más onduladas, delineando fluidas espirales. Si bien persevera contra su locura, sigue inmerso en la tristeza. Finalmente, en 1890, llega a Auvers-sur-Oise, a 35 km de París, donde recupera su vigor y retoma la pintura como creación, con pinceladas más rápidas, cortas y empastadas, se sumerge en la luz primaveral y se reconcilia con los colores, entre ellos el verde. Renace una vez más, llegando a pintar 78 cuadros y 32 dibujos solo en 75 días, y aunque esto pudiera ser sinónimo de bienestar y salud, como las estrellas del firmamento cuando se aproximan a su ocaso, no sería más que el inicio de su partida. El 27 de julio, en medio de un trigal, se dispara, terminando con su vida.
Por muy grande que fuera la locura e inmensa la tristeza, Van Gogh nunca dejó de pintar. En poco más de cinco años realizó unos novecientos cuadros y más de mil seiscientos dibujos. El artista escribiría: “Tanto en mi vida como en la pintura, puedo muy bien pasarme sin Dios; pero no puedo, sin sufrir, pasarme sin algo que es más grande que yo, que es mi vida entera: la fuerza de crear”.
Hoy su obra nos visita por segunda vez, bajo la dirección y producción del francocanadiense Mathieu St-Arnaud y su equipo Normal Studio Montreal, que nos presenta Beyond Van Gogh, una producción inmersiva sustentada en tecnología de proyección, con una narrativa de la obra de Van Gogh, que se moviliza por paredes envueltas con proyecciones de color, luz y formas dinámicas y arremolinadas, lo que nos permite ingresar en la genialidad de Van Gogh.